KEMUEL
“Muévete” le digo a la chica gesticulando con la boca, mensaje que ella capta a la perfección, pero parece estar procesando qué implica el moverse que le acabo de pedir. No, no, necesito que ahora más que nunca sostengas tu claridad y tu coraje.
“Haz ruido” insisto.
Ella se encoge de hombros, la mujer grita, el bebé llora.
Hasta que lo hace. Se empieza a mover entre los arbustos, toma una piedra y se la lanza al coche.
Uno de los tipos la ve y ella corre en la dirección contraria, pero no muy lejos ya que aparezco con un revólver en alto y lo detengo:
—¡Policía! ¡Detente!
Arrojo un disparo intencionado a los pies del que intenta atacar a la chica. Este cae al suelo y corro hasta el que tiene a la mujer en medio del forcejeo. Retrocede, lo sujeto por el cuello, lo trabo hacia atrás hasta dejarlo caer y le propino un puñetazo que le hace sangrar la boca de inmediato.
Le quito un cuchillo de la mano y algo tarde percibo el auto en el que vienen, que acaba de escapar con el otro. Me vuelvo en busca de la chica que vi antes, la escucho acercarse entre jadeos y prisas.
—¡El bebé!—le advierto.
—¡Lo tengo!
—Maldito hijo de tu madre, haré que no vuelvas a ver la luz del sol—le advierto, propinándole otro puñetazo y lo sostengo por las muñecas hasta colocarle un par de esposas que llevo conmigo al igual que mi revólver reglamentario, aun cuando estoy de civil.
Un grito por parte de la chica anterior me llega:
—¡Agente! ¿Eres policía, verdad?
—Algo así—cómo explicarle ahora que en verdad soy un agente secreto del gobierno, pero no es algo en lo que pueda entrar en detalle ahora.
—¡Ven, por favor!
—¿Qué?
—¡Ayúdame!
El niño no para de llorar.
Temo que le haya sucedido algo, sin embargo, una vez que consigo maniatar al tipo que permanece golpeado en el suelo mientras el otro acaba de huir y ahora está prófugo, me vuelvo a observar la situación que se desenvuelve tras de mí.
El cuchillo del hombre en su mano.
Tiene sangre.
—Rayos—farfullo.
Rápidamente me voy hasta la chica que yace sentada en el suelo, sosteniendo al bebé, mientras su madre sigue tirada en el suelo.
Lo miro, le tomo el pulso y noto que sigue llorando. Lleva puesta una manta alrededor y ropa andrajosa que le queda un poco grande.
La chica lo sostiene, es menuda, de cabello ondulado largo castaño y ojos color miel que me observan desde abajo como si me pidieran auxilio y luego la miran a la mujer.
Hago lo propio y entonces la encuentro torcida, doblada, con sus ojos implorando piedad en dirección al bebé.
Sus manos.
Hay sangre en sus manos mientras se sostiene el abdomen.
—Cielos, no—farfullo mientras intento contener la herida. Pero ha perdido mucha sangre—. ¡Llama a una ambulancia!—le pido a la chica con el bebé.
—S-sí, sí—dice ella, mientras tantea sus bolsillos en busca del móvil hasta que puede dar con este.
—Tranquila, señora. Estará bien—le advierto, tratando de contener la herida y me siento un vil mentiroso.
Sé la gravedad de esta herida.
Sé que es mortal.
—Que…no me…vea así…—me pide ella—. Cuiden…de mi…hijo…
—Tranquila, ya vienen a ayudarnos. Ya vienen.
—Gra…—empieza la palabra, pero apenas le dan las fuerzas para respirar con enorme dificultad, no consigue terminarlo.
No la puedo salvar.
No puedo salvarla antes de que llegue una ambulancia.
—La ambulancia viene en camino—grita la otra muchacha que sostiene el niño tras de mí, pero tengo el corazón en añicos.
No va a aguantar.
—¿Cómo te llamas?—le pregunto a la mujer.
Ella me mira apenas.
No puede siquiera parpadear.
Apenas consigue dar algún signo vital.
Rastreo sus bolsillos hasta dar con su identificación.
—Margot—le digo—. Escúchame, Margot. Tu hijo estará bien, ¿sí? Me encargaré en persona de que nunca le falte nada y que crezca sano y feliz. ¿Estamos? ¿Sí? Él estará bien y de ello me encargaré con mi vida.
Ella cierra los ojos.
Las lágrimas caen por sus cuencos y le empapan las mejillas sucias con lodo y sangre.
Su pulso se detiene.
La sangre sigue brotando.
No hay más solución; ella ya se fue.