ABBY
Toda la situación me ha dejado un corte en la ceja y un raspón grande en una de mis rodillas que me rompió incluso el pantalón deportivo que llevo puesto. Fabuloso. Urgencias acaba de venir a atenderme, pero no hay mucho que quiera saber al respecto.
Un policía que parece ser amigo del que me ayudó hace un rato, el cual estaba de civil con apariencia de deportista en el parque, se me acerca y no deseo meterme en problemas ante esta situación.
—Señorita, buenas noches—me dice y suspiro, angustiada.
—Ho…hola, oficial.
—Debo de pedirle algunos datos.
—¿Sí?
—Y también declaraciones respecto de lo que acaba de suceder.
Trago grueso y asiento. Aterrada. Me pide mis identificaciones lo cual le paso mientras se llevan el cuerpo de la mujer, provocándome escalofríos. Jamás había visto a alguien siendo asesinado ni creo haber estado en un crimen.
Termino de pasarle mi información al igual que algunos detalles respecto de lo que acaba de suceder y me informa que luego habrá que ampliar las declaraciones en una seccional de policía, pero que de momento podrían dejarme ir tranquila.
Su amigo se acerca a mí y le advierte que está todo bien. Me devuelve la identificación y me veo en la obligación de preguntarle:
—Oficial, ¿esto me traerá algún inconveniente con mi visa?
—No, de momento. Hace un mes estás en el país.
—Así es.
—Es de turista. No estás en incumplimiento siempre que correspondas a todo lo que se solicita ahí.
—Comprendo, está bien. Muchas gracias.
—A ti…
—Abby, ¿no?
Me vuelvo al policía que antes salvó al bebé, pero no pudo salvar a la madre. Está sentado a mi lado, en la parte trasera de una ambulancia, la misma donde me atendieron momentos atrás. Nos dejaron a solas para que el otro agente pueda interrogarme. Me le quedo mirando y me siento un poco intimidada, primero porque tiene un perfume exquisito que aún luego de lo que acaba de suceder y haciendo deporte, no se le va. Y segundo porque tiene una altura enorme, quizá metro noventa o más también, la espalda más grande que jamás vi en persona y una mirada penetrante que me examina. Ojos color océano oscurecidos por la noche.
—Sí—convengo, guardando mi identificación. De seguro la ha podido espiar—. Siento mucho lo que ha sucedido, no sabía qué hacer.
—Descuida, la culpa es mía, tendría que haber actuado antes, sino no podría haberle hecho daño a esa pobre mujer.
—Hiciste cuanto estuvo a tu alcance.
—Pero no fue suficiente, ahora esa criatura ha quedado sola en el mundo.
—¿Está bien? El pequeño. —Me dolió entregarlo a la policía luego de haberlo protegido con mi propia vida.
—Eso parece. Lo han llevado al centro médico más cercano para revisarlo, nada más está muy angustiado.
—No paraba de llorar, me partió el corazón en mil.
—Y ahora que no tiene a su mamá… Carajo—. La voz se le corta y se limpia una lágrima de los ojos. Incorpora sus codos sobre las rodillas y su voz sale ahogada, conteniendo el llanto que quiere brotar de él. Llevaba tiempo que no veía a un hombre mostrar su sensibilidad de esta manera—. Es muy pequeño para quedarse sin su mamá…
—Quiero verlo—le propongo—. No podemos…dejarle solo.
Sospecho que la situación ha convocado algún dolor diferente en su interior, un dolor anterior y por eso es que trata de contenerlo.
Acto seguido se endereza y me observa con sus ojos con una capa brillosa delante y la textura de las lágrimas humedeciendo sus pestañas.
—No. Le prometí a esa mujer que no abandonaría a ese niño. De paso, no vendría mal que alguien pueda revisarte, no sabemos si pudiste tener un golpe.
—Ya me revisaron, estoy bien—me excuso.
—Deben verte igual.
—Yo… No… No puedo pagarlo, además estoy bien.
—México, ¿no?
—Así es.
—Y sospecho que no llegaste a Virginia para tomarte unas vacaciones.
Agacho la mirada y el cabello me cae alrededor del rostro. Niego con la cabeza.
—Tranquila, todo estará bien. Vamos, yo respondo por tus gastos en el hospital.
—¿Qué? No, no puedo permitir eso—elevo la cabeza de pronto para mirarle al hablar.
Él coloca una mano en mi rodilla y me dedica una media sonrisa cargada de dulzura. ¿Será un hombre muy cercano o toquetón? Me intimida, pero al mismo tiempo me gusta, ¿acaso eso está mal? ¿O solo me gusta sentirme cuidada por él?
—Vamos, mi coche está cerca. Ese bebé nos necesita.
Asiento y trago grueso.
Sí.
Nos necesita.
No hay mucho que yo pueda hacer por él, pero necesito saber que estará bien. Nada más ver eso, que un médico me revise el golpe en la cabeza porque en efecto tuve un golpe en la caída para proteger al bebé y ya será todo por hoy. Sería una pésima idea el dilatar las cosas aún más, considerando que acabo de confesar a dos agentes de la policía del Estado que no tengo intenciones muy legales considerando que he llegado a este país en busca de oportunidades en mi profesión y también de progreso en un trabajo, a su vez, huyendo de un contexto familiar caótico y de una historia de vida horrible que busco cambiar con todas mis fuerzas, aún conservando la esperanza de que eso sea posible.
Una vez que me asegure que el niño está a salvo, me iré a mi habitación rentada acá, buscaré un nuevo empleo y desapareceré de la vida de este hombre. Nada de meterme en más problemas. ¿Verdad?
—Disculpe, oficial… ¿Cuál es su nombre?—le pregunto mientras andamos por el parque, camino a su auto.
Él se vuelve a mí.
Y juro que la luna se posa en sus ojos cuando me contesta:
—Kemuel. Mi nombre es Kemuel. Y aunque no haya sido en las mejores condiciones, ha sido un placer conocerte esta noche, Abby.