KEMUEL
Por todos los cielos, ¡qué linda es! Aún más desde cerca. Una morena menuda, pequeña, de cabello largo ondulado, castaño y completamente asustada por la situación, aunque mucho más valiente de lo que aparenta.
Lo que hizo, exponer su propia vida para salvar la de ese niño, definitivamente es algo que no lo haría cualquiera y más aún al considerar su falta de entrenamiento o de habilidades para sobrellevar una situación así.
Sin ella, el resultado esta noche podría haber sido mucho peor.
—Sube, por favor—le pido, al mostrarle mi coche. Ella hace lo propio, observa todo el tablero delantero y le indico de qué manera abrocharse el cinturón.
—En el pueblo del cual yo vengo, no existen estos autos tan bonitos—comenta y la entiendo, es muy probable que, lo que vemos en esta ciudad como autos “elegantes”, aunque realmente hay auténticas naves.
—Es la movilidad que me asignan de mi trabajo.
Ella se vuelve a mí, como un niño sorprendido.
—¿Esto es un coche patrulla?
—No en el sentido estricto.
—No eres un policía “normal”, ¿verdad?
Inspiro profundamente , llegando al borde de responderle con la verdad respecto de mi cargo de trabajo y mi rango, pero me detengo para explicarle una pequeña parte nada más mientras sigo conduciendo camino al hospital donde han derivado al bebé.
—Trabajo para el Pentágono.
—Oh. Es como la Casa Blanca, ¿verdad?
—Mmm, no estrictamente. Son funciones vinculadas a la Seguridad del País.
—Wao—dice, auténticamente genuina—. Debe de ser complejo trabajar ahí, ¿verdad? Gente titulada, sumamente profesional y figuras importantes yendo de un lugar a otro.
Me encojo de hombros, pensando en que veo a varios presidentes, cancilleres y ministros pasar a diario por delante de mis ojos, siendo yo mismo un rango de alto respeto dentro del lugar, aunque opto por confesarle desde lo más genuino de mí:
—Es menos emocionante de lo que parece.
—¡Estás de broma? ¡Trabajas para el mismísimo Pentágono!
—Igual te agradecería que no lo repitas mucho.
—¿Por qué?
—Solo… será mejor no hacerlo.
—Del mismo modo que no quieres saber que me vine a este país en busca de oportunidades y, si bien aún no estoy ilegal, tampoco quieres saber que planeo trabajar y quedarme de manera ilegal, ¿verdad? No tienes por qué saberlo.
Me vuelvo a ella, con los ojos grandes, pero noto que está riendo, divertida.
Vaya, realmente es una niña.
—¿Qué edad tienes?—le suelto, por fin.
—Veinte. ¿Y tu?
Ufff, qué alivio, es una adulta.
—Soy más grande que tu. Tengo veintiocho, cumplo veintinueve en un par de semanas.
—Vaya, ocho años, eres todo un señor mayor—se mofa.
—Más respeto que está ante una autoridad, señorita.
Esta vez sí estoy riendo y antes de que quiera caer en la cuenta, ambos estamos riendo a carcajadas y haciendo bromas.
¿Qué significa esto y por qué me sienta tan bien sentirme de este modo con alguien? Llevo tanto tiempo viviendo en modo zombie que había olvidado lo bien que se siente la buena compañía y conectar con otra persona.
Luego de un ligero silencio que ella aprovecha para bajar la ventanilla desde el botón de mando y permitir que el aire fresco le arremoline el cabello, opto por sacar a la luz otra gran duda que me viene dando vueltas en la cabeza.
—Oye…
—¿Mmmm?—pregunta. Tiene los ojos cerrados, realmente está disfrutando de la brisa fresca de Virginia.
—¿Estás sola?
Ella se vuelve a mí, luego escapa la mirada y noto desde el espejo que se ha sonrojado. ¿Por qué le sonrojaría mi pregunta?
—S…sí.. Tuve un novio en la adolescencia, pero no significó nada—me dice, tomándome por sorpresa.
Y siento que me ahogo.
Suelto una risita incómoda y me explico:
—Me refería a que si estás sola en este país. ¿Viniste sola o te acompaña tu familia o amigos o alguien…? Novio, ya sé que no.
—¡Ay, caramba! ¡Qué boba! ¡Ay! Me siento tan… Lo siento, lo siento—se excusa, poniéndose aún más roja.
¿Es consciente de lo linda que se ve cuando se sonroja o se siente avergonzada?
Suelto también una carcajada.
Ella también lo hace.
Ya no es necesario que me responda, su risa en consonancia con la mía es una catarsis respecto del tenso momento que acabamos de vivir, pero también un chispazo de conexión a la desesperada soledad que a ambos, evidentemente, nos consume.
Cielo santo, ¿por qué me siento tan bien?