Acaba con nosotros

Capítulo 7

 

ABBY

 

—Aún no le podemos ver, sigue en observación—advierte Kemuel una vez que aparece por la sala donde estoy esperando a que me traigan el resultado de la resonancia.

Él se ubica a mi lado en la camilla, mientras permanezco sentada luego de que el médico que me atendió revise mis reflejos y me desinfectara loa raspones y rasguños que me hice con tal de defender al niño.

Kemuel se me queda mirando y revisa.

—No se ve tan mal.

—Imagino que tú sí que sabes de heridas, trabajas paras las Fuerzas—advierto, sintiéndome una boba.

—Sí, pero también sé que las peores heridas son las que no se ven.

Me quedo pensando en ello y en el golpe que me di, pensando también en lo que puede significar eso, espero que no esté nada mal conmigo.

—Imagino que lo has visto todo.

—Así es. En la guerra lo ves todo.

—¿En la guerra, dices?

—No trabajo para las milicias, pero sí estuve presente en conflictos bélicos y no es fácil confrontar esas situaciones. Peor aún es la posibilidad de salir a salvo. A veces las personas más dañadas ocultan sus dolores más profundos con tal de no ser abandonadas.

Creo que ello aplica para contextos de índole mental, emocional o de la soledad de cada uno, más allá de lo que implica en una guerra o un conflicto de la característica que sea el que un agente malherido, de pronto, deje de ser útil a los objetivos que persigue en su contexto.

Intento sacarme de la cabeza esas situaciones de la cabeza, considerando que puede haber tenido él una historia muy difícil, cuando el silencio entre los dos es roto por la puerta que se abre con el doctor quien ingresa trayendo los estudios con los resultados. Me muestra las imágenes en una de las pantallas y advierte:

—Estás a salvo, vas a sobrevivir.

Luego me dedica una sonrisa.

—¿Eso significa que me puedo ir?

—Así es, señorita López. Le entrego sus estudios—me pasa un sobre—, y ya está a salvo, no debe de preocuparse por nada más.

—Wao, vaya. Muchas gracias. Qué bueno.

—Solo una cosa… Los análisis de sangre marcan un porcentual bajo en anemia. Es probable que necesite mejorar su alimentación, a menos que prefiera un chequeo extra por ese asunto. No obstante, a juzgar por su bajo peso, su aspecto pálido y la necesidad de nutrientes en su sangre, es muy probable que se pueda corregir mejorando ciertos hábitos.

Sí, claro.

Pero pedirle una cosa así a una chica como yo que apenas tiene cien dólares en el bolsillo que se los dieron por pena más un bolso a cuestas donde están sus principales pertenencias, es prácticamente una imprudencia.

Me siento muy humillada por esto, aunque sé que él no tiene la culpa, su obligación es decirme lo que está mal en mí.

Aunque nadie mejor que yo tengo noción de qué rayos es lo que va mal conmigo misma.

Percibo un suspiro breve de parte de mi compañero de esta noche quien se encarama nuevamente y tras ser quien recibe los estudios médicos, me advierte que ya es hora de que tengamos que marcharnos.

—Bien, muchas gracias doctor, ha sido usted muy amable en su atención—le dice, para luego acompañarme hasta el exterior de la sala.

Me acompaña en dirección a la sala de niños, pero se detiene en un pasillo.

—¿Qué sucede? ¿Dónde vamos? ¿No veremos al bebé?

—Aguarda acá—determina.

Saca su tarjeta, la pasa por una máquina expendedora y retira un jugo, una vianda de comida con un postre y me lo entrega.

—¿Qué?—murmuro—. No, no, no, por favor.

—Recibe, hazlo.

—Yo… Kemuel… Digo ¿agente? No puedo aceptarlo.

—Es eso o te me desmayas ahora mismo, esos estudios médicos realmente son bajos y no quiero que te conviertas en un nuevo problema para mí.

Oh, pero qué cruel.

Le arrojo una mirada fulminante para luego sacar de mi cartera el único billete que tengo. Un arrugado billete de cien aparece delante de sus ojos.

—¿Qué haces con eso?—me pregunta.

—Te estoy pagando por lo que me estás ofreciendo. Prometo también pagarte la atención médica de esta noche.

—¿Es una broma? Por supuesto que no. Por favor, Abigail López, recibe y vamos.

Es gracioso escuchar cómo los gringos pronuncian mi apellido.

—¿Qué?

—Es la vertiente hispana de Abby, ¿verdad?

No sé si considerarlo un insulto o qué.

—Me llamo Abby y punto.

Le saco el jugo y le clavo el sorbete para poder beberlo. Dios, azúcar, finalmente algo bueno recorre mi interior y mi organismo no tarda en absorberlo.

 




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