Acaba con nosotros

Capítulo 11

ABBY

 

—¿Te molestaría tomar algo de mi ropa hasta bien podamos pasar por tu casa a buscar tus cosas?—me propone él una vez que llegamos.

No es que precisamente lleguemos a mi “casa” sino al pequeño apartamento de mala muerte donde alquilo ¡una habitación! Y es justamente la manera en que no me quiero humillar cuando vea de qué manera vivo. Jamás me avergonzaré de quién soy ni de quién es mi familia, pero esto de acá es lamentable hasta bien pueda conseguir levantarme por mis propios medios, asunto que queda un poquito más cerca ahora que he conocido a Kemuel quien asegura la posibilidad de querer ayudarme. ¿Será que pueda suceder así o todo esto no es más que un engaño para que le ayude con el niño hasta que consigamos una respuesta a qué ocurrirá con su devenir?

No parece ser Kemuel alguien que use a los demás, pero no puedo juzgar eso ya que no le conozco sino desde hace apenas unas horas.

—Tú dime qué podría usar, me gustaría darme una ducha, llevo todo el día fuera desde ayer y me he revolcado en el fango, tú podrás hacerte una idea.

—Sí, claro. Hay un baño acá abajo y otro arriba en la habitación, puedes usar el que gustes y yo el otro ya que enseguida debo entrar a mi trabajo.

—Claro, está bien. Ejem, puedes ducharte primero si gustas. ¿Dónde dejo al niño? Supongo que no tienes una cuna en casa.

—En eso llevas razón. ¿Y si duerme en la cama?

—Yo me quedaría cerca para que no se pueda caer o dar un golpe, sería peligroso. Hasta bien se puedan comprar los elementos de seguridad.

—Exacto.

—¿Tiene sentido, si no sabemos cuánto tiempo él se quedaría contigo en esta casa?—mi pregunta tiene que ver implícitamente conmigo inclusive.

—Claro que lo tiene. Luego le ahorramos comprarle estas cosas a la familia que lo llegue a adoptar…

Así es, mientras tú no te encariñes antes con la criatura.

Me da una vuelta por su casa para que pueda conocerla. Me parece increíble que un hombre de su edad, rondando los treinta, tenga algo tan bonito y tan grande. Este hombre gana millones, a mí no me engaña, no es un simple policía encubierto.

La casa está en un vecindario de Virginia, es una zona donde vive gente de buen poder adquisitivo y hay vigilancia privada las veinticuatro horas según lo que indican las precauciones callejeras y los policías andando a esta hora. De seguro vive gente importante por acá.

En la parte de abajo hay un garaje por donde ingresamos en su coche, con patio delantero de esos que se ven en las películas estadounidenses, techo a dos aguas y un ingreso directo a la cocina. Hay una sala amplia, comedor aparte, baño en la parte de abajo, una biblioteca y un cuarto de huéspedes en la parte de abajo donde él me sugiere que podamos quedarnos con el niño. Lo dejo durmiendo y nos vamos a la parte superior para que me enseñe su habitación que cuenta con una cama enorme (para un hombre enorme, como él), amplio, vestidor propio, cuarto de baño, otra habitación contigua con su propio baño y otro cuarto extra donde tiene elementos para hacer ejercicio y en un rincón hay un mueble con plancha. No me lo imagino haciendo los quehaceres, debe de tener a alguien que le mantiene muy linda la casa, lo único desordenado son los elementos para ejercitarse ya que es lo único que está fuera de su lugar.

Él me conduce hasta su cuarto y me pasa una camiseta grande, sin mangas, que me quedará a la perfección. También un short deportivo, pero me va a sentar un poco grande en la cintura, no así en las pompas que me van a ayudar a sostenerlo.

—¿Te parece bien así?

—Podría marcar tendencia—le contesto, riendo.

—Abajo también hay toallas. Usa lo que quieras, lo que necesites, en la cocina hay comida y víveres, desayuna algo rico, tienes la nevera repleta.

—Gracias, en serio, pero ya me diste de desayunar. ¿Recuerdas?

—Esos snacks no fueron un desayuno completo, hazte unos huevos revueltos con palta o algo similar. Pon la cafetera o sírvete un jugo.

¿Cómo le explico que jamás he usado una cafetera?

—No estoy segura de tener hambre aún.

—No te conozco mucho, Abby, pero sí lo suficiente como para saber que no eres capaz de desayunar con tal de no gastar ningún recurso de la casa.

—Sí que gastaré. ¡Me daré una ducha!

—Eso no cuenta. Si no lo haces, es por cochina.

Suelto una risita al escucharle su manera de objetar lo que acabo de decir, siendo su risa la compañía perfecta para la mía.

Luego de eso nos quedamos un pequeño momento en silencio. Es extraño, con él los silencios no son en absoluto incómodos.

—Gracias en verdad—le digo, con un ligero cosquilleo en la base del estómago.

Durante un segundo me quedo admirando sus ojos hasta que me corta para advertirme que se le hace tarde y debe darse una ducha. Antes de retirarme de su habitación, le veo quitarse la camiseta, con cada uno de los músculos marcándose en ese movimiento, quedando en exhibición un hombre fuerte, hermoso, tallado por los mismos dioses.

Debo hacer un esfuerzo para contener la saliva que está a punto de caerse de mi boca al ver esa imagen magnífica y me retiro aún sosteniendo esa imagen memorable en mi retina.

 

 




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