Acaba con nosotros

Capítulo 15

ABBY

 

Siento mucha presión encima al momento de hacer la comida ya que pienso muchas veces respecto de qué ingredientes ponerle, hasta qué punto le gusta la carne, de qué manera condimentarla, todos aspectos que necesitamos para avanzar con algo que parece muy sencillo, pero que en realidad está lejos de serlo.

Quiero quedar realmente bien con mi jefe a fin de cocinarle algo bueno que pueda resultarle de utilidad y que diga “oh, vaya, entonces sí es hábil, mucho más de lo que pensaba, hasta cocina rico”, pero me siento con la autoestima tan baja y tan torpe que hasta se me olvidó pedirle los pañales en el llamado, por lo que debo proceder con pedirle esto en un mensaje tras agendar el contacto desde el cual me llamó.

Otro inconveniente es que debo improvisar un corralito donde el niño pueda estar seguro, ya que puede sentarse, pero aún no caminar.

Mientras cocino, valiéndome de la amplitud de la cocina misma, armo un cerco con las sillas, improviso entre frazadas y almohadones un espacio acolchado y óptimo para la criatura, luego lo coloco a él aquí y le dispongo almohadas y mi móvil con un vídeo en YouTube. ¿Es de mala niñera entretener a un niño con el celular? Es probable, pero esta es la oportunidad en la que puedo ser cancelada si es que mi vida fuese un reality show. Ya luego me verá Kemuel por las cámaras y decidirá si estuve o no estuve mal.

Sirve ya que el pequeño baila y le celebro la música que escucha y los vídeos de los niños que saltan al ritmo de los sonidos que emiten los animales de la granja. Se mueven con intensidad y a él eso le fascina. Divertidos ambos, seguimos con nuestra tarea, él con su labor de pasarla fenomenal y yo con la mía de cocinar. Ambos aprendemos de animales de granja, hay algunos que yo no sabía que existían, mientras que otros hacen ruidos que me resultan atípicos, por ejemplo, jamás creí que las ranas tienen un sonido imitable con la garganta de los chicos que hayan hecho la locución de esos personajes del vídeo

Seguimos aprendiendo y bailando y cantando con animosidad. Tan contento está que el corazón me estalla en el pecho mientras uno y otro interactúa a su manera, me acerco a él, lo beso, lo abrazo, intento no ensuciarlo, bailamos, le doy de probar una pizquita de miel que parece gustarle ya que muestra una sonrisa animosa, toma la miel y se enchastra, lo cual me resulta gracioso, alguna vez leí que es bueno para los niños jugar con elementos que le permitan ensuciarse, así que opto por darle un tarrito pequeño de miel ya que ya están sucias las frazadas, él juega con esto, le retiro mi celular y sigo cocinando. Tras encender el horno, meto la carne, coloco aparte las verduras y dejo todo en preparación mientras opto por retirarle la miel al pequeño y llevarlo rápidamente a darle un baño.

No debe de tardar en venir Kemuel así que le doy un baño al niño, lo dejo nuevamente en su trampa de seguridad, me doy yo un baño a toda prisa y me coloco nuevamente una camiseta gigante de él y unos shorts limpios. Me siento avergonzada, necesito mi ropa, no sé con quién vendrá, pero no quiero darle este aspecto.

Qué va, estoy trabajando, no es una cita esto con lo que debo cumplir en nuestra maravillosa noche, considero este atuendo como mi uniforme de trabajo asignado con anterioridad.

En cuanto la comida está lista, ordeno la cocina a toda velocidad, busco al bebé y tras terminar de alistarlo, escucho una llave en la puerta.

¡Justo a tiempo! Demoraron dos horas para ser exactos, lo cual me vino excelente. Tomo al niño en brazos y les veo aparecer.

La puerta se abre y Kemuel entra seguido de otro hombre, quizá de su misma edad. Tan fuerte y grande como mi jefe. Es un morenazo hermosos, tiene brazos fuertes y piernas macizas, las veo por sus shorts deportivos que están bien adheridos a su musculatura. Me relamo en el trajín de observarlo y deleitarme.

Ambos se acercan y Kemuel nos presenta.

—Imanol, un placer—dice él, acercándose a mí y me besa la mejilla. Luego le festeja al bebé y le da un beso en la frente.

—Pero qué criatura más bonita. Tú tienes cara de llamarte Ryan.

—¿Ryan? Ni loco, no se llamará como el jefe de brigada.

—Llevas razón. Entonces pareces llamarte Dixon.

—Es un bebé, no un luchador de jaula.

Me saca una risita. Lo sigue intentando.

—Huele exquisito—añade Kemuel y me sonrojo apenas ante tal adulación—. Cocinabas en serio, hay aroma a que alguien aquí estuvo cocinando.

—Por supuesto que sí—confirmo y le paso al niño—. ¿Me ayudas mientras me encargo de servir la comida y las cosas en la mesa?

—Ven conmigo, criaturita. Mmm, hueles a miel, ¿qué champú usaste?

Suelto una risita.

—¡Solo jabón!

Pues, no le pondré champú que no es para bebé.

Me voy a la cocina.

Imanol ofrece ayudarme, pero le digo que no es necesario así que procedo con mis cosas. No obstante, caigo en la cuenta de que primero debiera poner la mesa así que regreso para pedirle ayuda con esa tarea, no obstante, escucharles cuchichear me detiene al otro lado de la puerta. Es Imanol quien está hablando a Kemuel:

—¡Por todos los cielos, es bellísima! Ahora explícame por qué lleva puesta tu ropa, todos sabemos lo que eso significa.

—Deja de delirar, quieres. Escúchame una cosa: encárgate de mirarla como si te la quisieras comer, no eres un lobo.

—Pero tiene toda la pinta de una inocente Caperucita. Lástima que va con tu marca de territorio, eh.

—¿Lo dices por mi ropa?

—Ajá.

—Tenemos que ir a su casa a buscar sus cosas. La llevaré luego.

—¿Y qué harás co Ginny?

—No hables de Ginevra, por favor.

—¿Seguro?

—No vuelvas a mencionarla.

—Okay, trato hecho.

Ginevra.

Entonces así es como se llama.

Me vuelvo a la sala, interrumpiendo la charla y le pido a Imanol ayuda para poner la mesa mientras yo sirvo la comida.




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