Academia de Asesinos Volumen 2

Capítulo I: Arenas Rojas

El desierto rojo en el Este es un mar de arena que abarca miles de kilómetros y que engulle la vida y no se adapta fácilmente a menos que posea condiciones específicas. Este territorio es tan característico como los otros cuatro y se define como el mas pacifico entre las sociedades que la componen. Ronin, samuráis, orientales, y abinues, todos y cada uno de ellos entablan una relación simbiótica para poder sobrevivir ante tal difícil territorio.

Los ronin recurren a la unificación y se adentran en caravana, viajando durante todo el año para ubicarse en el mejor lugar posible. En ocasiones cientos de caravanas se reúnen al año en el norte donde las altas temperaturas se fusionan con las altas de las montañas en los limites con el Norte. Los samuráis son un pueblo sedentario que vive cerca del visto en la frontera con el centro del continente, allí donde el desierto y casi nulo y se fusiona con los densos bosques. La aldea se encuentra establecido bosque hacia adentro, pero se considera a los samuráis como habitantes del Este. Por su parte los Orientales son el grueso de la población del Este, y se encuentran ubicados en los oasis, mas específicamente en sus alrededores donde erigieron grandes ciudades portuaria que buscan explotar los recursos de los lagos. Finalmente tenemos a los abinues, o los famosos habitantes de las arenas, los mas antiguos habitantes y quienes se encuentran desde los tiempos mas antiguos previos a la consagración de la orden asesina y la construcción de las academias y a la vez el grupo menos numeroso debido a los constantes conflictos con los demás habitantes del Este y aquellos que viajan de otros territorios. Es por esa razón que muchos viajes desde el Sur, Norte, Centro o del Oeste se realizan con caravanas muy armadas. Adentrarse al mar de las arenas es tan peligroso como irse al mar mismo.

Durante un par de días, Alexander descansa en una tienda de campaña en medio del desierto. Luego de su cruenta pelea con Breiner, el líder de los fiesmeros, sus heridas eran demasiado serias y sin saberlo fue rescatado por alguien desconocido.

Una mujer con el rostro tapado por una tela negra, y envuelta en una vestimenta típica del desierto en el que el sol es tan violento y avasallante como una estampida, se acerca a la tienda y revisa que Alexander se encuentre curado. Para tratarlo tuvieron que despojarlo de su ropa, dejándolo desnudo y con un paño mojado en la frente, así como en los brazos piernas e ingle. Según la creencia de los abinue, el calor circula desde esos seis puntos y que para controlarlo se debe enfriarlos. Si se controla la temperatura de cada uno, entonces significa que se ha dominado al desierto y con lo que conlleva el poder del calor y la falta de agua.

Lentamente la consciencia de Alex vuelve y abre sus ojos como puede, con la pesadez que conlleva haber estado dormido durante varios días. Ve de forma borrosa a la mujer cambiándole los paños. El dolor de la pelea se ha disminuido, pero se siente extraño al no tener el peso de su ropa cuando levanta la cabeza y se ve desnudo frente a la mujer:

—Vaya ¿Quién iba a decir que me encontraría en esta situación embarazosa? — murmura sin que la mujer lo escuche— Pero se siente bien. — añade con una sonrisa pícara y sincera.

Luego de que la mujer se va y deja solo al mercenario, este se gira y cae suavemente al suelo. Siente aún su cuerpo muy pesado, pero no lo suficiente como para impedirle moverse así que apoya sus manos con fuerza en el suelo y pisa firmemente hasta lograr pararse y ver que se encuentra dentro de una tienda de campaña de una tribu abinue:

—Arenas rojas. — sostiene un poco de arena y la deja abruptamente— Es cierto, estoy de misión para rescatar de un tren a mis futuros subordinados. — sonríe y camina hacia afuera, completamente desnudo y sin importarle.

Los rayos del sol golpean a los ojos de Alex, quien apenas puede ver. Cuando la claridad se reduce ve a un enorme grupo de hombres, mujeres y niños en plena actividad, preparando la comida, entrenando, restaurando armas o simplemente pasando el día en pleno desierto.

Nadie lo mira, como si no existiera lo cual llama muy poderosamente la atención y no evita preguntarse que es lo que sucede hasta que empieza a sufrir mareos y cae desplomado sobre el suelo, agotado, agobiado y apenas pudiendo respirar con el cuerpo lleno de dolor:

—¿Qué mierda…? — se pregunta una vez con su cuerpo sobre la densa capa de arena caliente— No puedo moverme, ni siquiera respiro con normalidad ¿Qué mierda me hicieron estas personas? — sus parpados se cierra y pierda poco a poco la consciencia una vez más. En sus últimos instantes ve que alguien se acerca con pesados pasos y escucha una simple palabra.

—…Esclavos.

***PARTE II***

Unas horas mas tarde, Alex abre sus ojos y siente muchas ganas de vomitar debido a que su cuerpo no está acostumbrado al calor tan abrasador del desierto y el que esté desnudo, exponiéndose a las altas temperaturas, así como también las toxinas que aún no se evaporan de sus poros. Toxinas que solo adormecen y disminuyen los sentidos, la fuerza y los reflejos para transportar a potenciales artículos y evitar inconvenientes.

A su esquina derecha mas próxima, sentado junto a la salida de la tienda, un hombre cubierto de cicatrices, cabello rojizo y enorme porte musculoso con rostro en el que se nota su experiencia en combates que deciden si pierde o no la vida, y a su lado otro hombre, pero de pie con un hecha apoyada en el suelo y un rifle en la espalda.

—Zartk ajeno anhum kalaj. —murmura el hombre en el idioma de las arenas, un antiguo dialecto del territorio del este, al otro hombre que los acompaña y ambos ríen a carcajadas.

—Si, ríanse imbéciles. —los maldice el mercenario.

—Qatauri zukhai. —continua el masivo sujeto la conversación con su par.

—Zakah ashun okairin—dice Alex en el mismo dialecto que ellos.

Al pronunciar el idioma de las arenas, el hombre sentado junto a la entrada de la tienda ordena a su guardia personal que se retire. Cuando se quedan solos, el hombre se golpea el pecho y el rostro alegre y juguetón se desdibuja para mostrarse más serio e intimidante:




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