El cielo se encuentra despejado, con un sol embravecido y temperaturas que oscilan entre los 35° y 48°, en ocasiones llegan a superar los 50° en el desierto por lo que el grupo de abinue debe de estar más que acostumbrado para tal inhumano ambiente. Sobre todo, por la circunstancia que ata al territorio de los oasis y desiertos interminables, calor intenso y poca existencia del agua excepto en lugares donde las ciudades tomaron posesión de los grandes lagos y palmeras con frutos frescos.
Dura es la vida de estas tribus de los desiertos mal llamados “tribu de las arenas”.
Tres días más tarde después de la llegada del grupo de Zhui, la caravana que ahora tiene algo más de ciento veinte personas y casi treinta jaulas con esclavos en condiciones de semidesnudes y la inmensa mayoría menor de catorce años es ubicada junto a un lago muy lejos de la frontera a la que se intentaron acercar si no fuera por la advertencia del joven esclavista. Al menos cien metros de tamaño posee el lago, lo suficiente como para bañarse y refrescar sus gargantas.
Este tipo de lagos son producto de incontables lluvias en las épocas entre mayo y julio, pero luego de eso se llegan a producir épocas sin el fenómeno al menos un año entero.
Qumash ordena colocar el campamento junto al lago además de exigir que los esclavos salgan a beber agua con la vigilancia correspondiente. Sin chistar, los abinue abren las jaulas y los niños y jóvenes salen despedidos al agua, tirándose o permaneciendo en el borde, bebiendo agua. Los abinues más agresivos, y que los hay, despojan de su ropa y empuja con patadas al agua para que se bañen. Según muchos de ellos deben de estar en condiciones visuales optimas si quieren que los artículos se vendan a buen precio.
Como era de esperarse, varios de los más grandes en edad salen corriendo lo más rápido posible y aprovechando que todos están descansando. Qumash mira a Theo y asienta con la cabeza.
El arquero prepara su arco y tensa la cuerda con dos proyectiles. Da un vistazo a Qumash y luego Alex, para finalmente soltar sus dedos y así disparar las flechas que dan en el tobillo de los dos esclavos que escaparon:
—¡Baaaaah! ¡¿otra vez evitaste matarlos?! — se queja Qumash— Eres demasiado benevolente o tonto, Theo. ¡Mátenlos, rápido así no llamamos mucho la atención!
La colérica mirada de Alex incomoda a los abinue, quienes no dudan en evitarlo y hasta no caminan por donde se encuentra el mercenario. Qumash sigue sintiendo también esa incomodidad, pero más que eso es el sentimiento de que lentamente lo doblega para llevarlo a la ideología y actividad esclavitud. Quien sabe, quizás con la intención de volver un aliado:
—¿Pensaste en lo que te dije hace unos días? — se apoya junto a la jaula.
—No tengo nada que pensar. Yo sé lo que debo hacer y eso no cambiará nada. —responde el mercenario.
—Arrogante hasta el final ¿huh? Me gustaría hacerte cambiar de parecer, pero no me lo permites. — dice Qumash, decepcionado de no poder cambiar al joven testarudo.
—Tú y yo somos muy diferentes. Eres una bestia que se encarga de dañar vidas inocentes. — dice Alex— Estamos a años luz de distancia.
—Como bien te dije, todos somos esclavos de algo. Mi caso es la lujuria, codicia, gula y en el tuyo es la ira y la venganza, pero aún noto que hay algo más en ti que solo esos deseos. No puedo discernir, pero me inquitas mocoso. — dice Qumash.
No se sorprende de lo que dice Alex. Su determinación y decisión final parece tomada y no hay nada que hacer para que él cambie. Sin embargo, Qumash sonríe en cierta forma admirando la tenacidad del chico y lo testarudo que es:
—Te diré algo. ¿Sabías que los criminales y los que velan por la paz y justicia como estos de la orden asesina tienden a ser muy similares? Ambos buscan algo relacionado a sus egos y que finalmente lo logran sometiendo a su opuesto. El medio o excusa siempre es la paz en su tierra o el placer en sus corazones, pero siempre los impulsa la más primitiva de las acciones humanas...la violencia. —explica Qumash.
—¿Quién rayos eres? —deja escapar Alex— Desde la primera conversación que no me pareces un Abinue pero tampoco uno cualquiera.
—En mí juventud pertenecí a la división de Científicos de cierta nación, pero desde hace tiempo vivo entre arena, sexo y esclavitud, marcado por el alcohol y abinues que hacen lo que yo les digo. —responde Qumash y regresa a su tienda.
Alex lo detiene con una pregunta:
—Hablaste de opuestos. Los criminales comunes no representan nada en cuanto a la orden asesina. Tú no te refieres a ellos entonces ¿A quién?
—¿A quién crees? A la orden mercenaria por supuesto. No son tan diferentes y nunca cambiará por más buenas acciones que deseen hacer los asesinos.
Theo intercepta a Qumash y hace varios gestos que simbolizan letras del alfabeto runometrico. En el rostro del esclavista se dibuja una expresión incomoda de desaliento:
—¡¿Heeeeeeeeeeeeeh?! ¡no te entiendo una mierda! — se exalta al no comprender que quiere decir su subordinado.
Theo inclina su cabeza a un lado y tras caer en lo que dice Qumash, se lleva la mano izquierda el rostro. Luego retoma el intento de conversación, tomando un papiro y pluma vieja. Allí escribe con mucho cuidado y se lo muestra al líder:
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Editado: 19.07.2024