Academia de Asesinos Volumen 2

Capítulo XIII: Criminales

La larga caminata a través del desierto inabarcable del Este resulta muy inhumana para cualquier que no esté preparado ni sea parte de tal territorio hostil. Sea Alexander o Theo, ambos hombres preparados para todo, aguantan como pueden la distancia, falta de agua y el sol abrazador.

Sus botas, llenas de arena, raspan la planta de los pies e incomodan al moverse. Por unas cuantas horas en la noche dedican su tiempo para avanzar sin detenerse salvo unos momentos que usan para descansar, comer o hacer sus necesidades en las grandes dunas.

Alexander sabía, cuando tomo la misión, que la travesía no era fácil y hasta peligrosa si no se tenía los recaudos, pero no le importó y ahora intenta demostrar que puede lograrlo sin ayuda de nadie o en este caso, de Theo.

Después de un tiempo que ni ellos calcularon, se encuentran con una estación de ferrocarril en plena luz del día, bien equipada y llena de suministros:

—Así que sí tenían una parada. —se da cuenta que es una estación para el tren que llega desde la enorme prisión— ¿Qué opinas Theo? —pregunta a su aliado ya que pueda usar sus conocimientos y experiencia en el terreno.

—…—mueve sus manos en respuesta a la pregunta.

—Ah…—lo mira perturbado, ya que había olvidado que Theo es mudo y sordo—Yo… ¡¿Cómo mierda puedo hablar con alguien así?! —gira su cabeza y se altera por no saber comunicarse con el arquero.

Theo da golpes al hombro de Alex y este vuelve su mirada hacia el mercenario, encontrándose de frente con un cuaderno escrito en idioma que puede comprender:

—“Soy mudo y sordo, pero puedo comunicarme así” —muestra lo que escribió.

—Ah…okey, entonces dime Theo ¿Qué podemos hacer? Se ve muy preparada esa estación y entrar, así como así no es lo mejor.

Theo vigila cada parte de ese sitio, cada aspecto a analizar y usar para la misión y llevarla al éxito. Es necesario también para la supervivencia de ambos si quieran lograrlo. Saca su bolígrafo y escribe otra hoja de su cuaderno:

—“Llegué a contar alrededor de unas cincuenta y cuatro personas entre guardias carcelarios, asesinos y civiles. Además, es un área que abarca unos doscientos setenta metros cuadrados. Seguramente haya soldados de reserva que no hemos visto. Y disponen de un centro de comunicación con el que posiblemente se puedan comunicar con el tren una vez parta de la estación”.

Alexander ríe por lo bajo. No se enoja por tener tal dificultad sino más bien la abraza para mejorar como mercenario y demostrarles a las altas esferas que es confiable:

—“¿De qué te ríes?”. —Theo le muestra otra hoja escrita.

—Es solo que me parece una gran oportunidad. Esta misión no solo me dará un equipo propio sino la oportunidad para que esos bastardos de la orden mercenaria sean conscientes de mi propia presencia. —responde el joven.

—“La orden mercenaria considera a aquellos que pueden otorgar resultados. Es muy factible que ellos te consideren para más misiones si obtienes el éxito aquí y ese equipo que tantas veces has mencionado”.

—Oye, arquero mudo. —dice Alex.

—“No me digas así. ¿Qué quieres?”.

—Cuando libere a esos bastardos y los someta a mi liderazgo, quiero que tú te unas.

—“¿Qué te hace creer que aceptaré?”

—Piénsalo.

Theo se va en silencio a recorrer la zona y buscar alguna patrulla para eliminar sigilosamente. También para obtener algunos ropajes con los que poder infiltrarse al complejo mientras esperan la llegada del tren.

Mientras tanto, Alexander coloca su capucha y arrastra entre las arenas su cuerpo. Su recorrido lo lleva a rodear la zona hasta meterse en un pequeño edificio ubicado frente a las vías, pero dándole la espalda a los numerosos guardias carceleros. Del otro lado Theo lo avista y sigue su avance entre las dunas.

En el camino, Theo a tres guardias caminar con binoculares y armados hasta los dientes. Entonces saca su arco y lleva una de sus flechas hacia la cuerda, la cual tensa y apenas mira a su objetivo libera la munición y da entre medio de los ojos de uno de los guardias:

—¡¿Qué dem…?!—grita uno de los guardias hasta que otra flecha atraviesa su corazón.

Al ver a sus dos compañeros caer por flechas, el tercer guardia saca de su cintura una pistola de doble cañón y apunta hacia la arena, consciente de que es imposible que alguien haya atacado desde arriba porque se podría alcanzar a ver como caen los granos.

El guardia ahora está desesperado, apuntando a la nada, y de entre las arenas que yacen detrás de él, un montículo se levanta y con un flechazo a la nuca Theo elimina al último de ellos que patrullaba ese lugar.

A lo lejos, el sol se empieza a ocultar y Alex vigila desde la pequeña estructura cada movimiento de los guardias:

—Quizás este pequeño edificio esté abandonado y por eso no hay nadie. Será mejor avisarle a Theo. —sale apenas del lugar y desde su posición hace señas a Theo con sus manos para que se dirija allí, el cual responde con la mano levantada—Bien, ya entendió la señal. Lo mejor que puedo hacer hasta que llegue el ferrocarril es estudiar sus perfiles.

Vuelve a revisar los documentos de cada uno de los criminales de la orden para que los rescate:




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