Las campanadas de inicio del descanso suenan un total de cinco veces, anunciando el tan esperando descanso después de largas primeras dos horas de clases. Los de primer año se adelantan entre corridas y expresiones entusiastas, mientras que los de años mayores se mueven exhaustos debido a que no solo lidian con las clases teóricas sino también feroces actividades físicas que ralentizan su andar juvenil. Sorpresivamente del curso de Kamata, Kaizer y Megumi, todos salen como si fueran salidos de una película de terror, todos agotados y aterrados a excepción de la joven, quien deslumbra con su mirada de emoción y no deja de hablarle a sus amigos de cómo le agradó la clase y no puede esperar a la próxima. En el orden de materias a cursar, la siguiente resulta ser química que empeora el humor de tanto Kaizer como Kamata.
Para cambiar de tema, Megumi los toma a ambos del brazo y lleva a la cafetería, su lugar de relajación y donde hablan de lo que sea y siempre se sacan una sonrisa:
—Vengan, dicen que hoy habrá nuevo menú. Según parece se trata de fideos con albóndigas. — dice ella con saliva cayendo de su boca mientras menciona cada detalle de la deliciosa comida.
—Prefiero el arroz, muchas gracias. – responde Kamata, dejándose llevar por su amiga.
—Creí que eras fan del ramen con verduras y carne. – contradice Kaizer.
—Lo es, lo es, pero eso de fideos con albóndiga me suena a algo del sur. No tengo nada contra el sur, pero…su comida es tan…— dice Kamata.
—¿Cuándo comiste comida del sur? — le pregunta Megumi.
—Hace tres meses ¿no sabían? ¿enserio? Quizás no comieron aquella ocasión en la cafetería. – se defiende Kamata.
—En fin, quiero comer esa delicia. – se emociona Megumi igual que una clase de matemática, física, química o literatura.
Pasó un mes desde aquel incidente con los invasores fiesmeros y a pesar de que ya casi ha sido olvidado entre los estudiantes, los altos mandos optaron por cambiar la seguridad y aumentarla. Según lo que Doncaster pudo averiguar y lo que Hiroshi confirmó, es que hay mercenarios infiltrados incluso dentro de la orden, por lo que la lista de aliados se sigue acortando, primero los nobles que en su incansable deseo por recuperar ese poder perdido de hace cientos de años pusieron en peligro a sus descendientes y a los estudiantes, y claro está a los mismos miembros de la orden asesina, bajo falsas promesas de ir a una guerra contra los mercenarios en Ophiros, buscaron desestabilizar todo el continente.
Antes de llegar a la cafetería, Kamata siente sonidos como eco que resuenan por el pasillo, pero solo él escucha. Voces de una misma persona pero que suena sedienta de sangre y busca saciarse sea como sea:
—¡Quiero matar! ¡mátalos, mátalos a todos! ¡tómame y acaba con quienes se crucen en tu camino! — repite incansablemente una y otra vez
Harto de escuchar esa voz, Kamata se detiene y grita, enfurecido:
—¡Ya cierra la puta boca maldito psicópata!
Megumi se queda pálida y mirando a su querido amigo con rostro molesto y gritando otra vez para callar esa voz. Kaizer, por su parte, sospecha que algo más ocurre, su instinto le dice que lentamente algo atenta contra la estabilidad mental del espadachín en cuya arma descansa una terrible presencia que solo puede escuchar el portador.
Después de calmarse y vuelve en sí, Kamata mira a sus amigos sin saber que acaba de pasar y porque lo miran como si fuera un demente. Se revuelve el cabello oscuro, que al tacto su roce es nervioso.
Lucian los llama desde lo lejos y mano levantada para anunciar su llegada mientras esboza una sonrisa característica de él:
—¡Hey! ¡¿Cómo están?! —pregunta el chico.
—Digamos que no es la mejor pregunta para hacer en estos momentos. – le responde Kaizer.
—¿Estas bien Kamata? —pregunta Megumi
—S-Si, estoy bien, solo estoy algo cansado por esta clase. Me voy al dojo un rato. — se aferra a su espada y camina rumbo al lugar.
Habían vencido semanas atrás a los fiesmeros y Kamata se abrió a sus amigos, los primeros en la vida, pero no es como si todo estuviera resuelto. Ignoran lo que ocurre con esa arma:
—¿Que creen que le pasa? — pregunta Lucían a Kaizer y Megumi.
—No lo sé, pero se veía perdido cuando gritó. — Kaizer rasca su cabeza.
—Por alguna razón esa espada me da muy mala espina. — dice Megumi, consternada.
—O quizás esté en esos días, quien sabe. — exclama Lucian.
En el dojo de kendo, Kamata deja la espada sobre un altar donde se encuentra una foto de él junto con Kotomi y el resto del club antes de la invasión de fiesmeros. Se viste con el atuendo para practicar con espadas de madera y con cuidado se arrodilla para meditar frente al arma.
Durante los 20 minutos restantes del descanso, la mente del joven disputa una batalla contra esa voz que tanto lo molesta con que tenga que matar a cualquier persona:
—Eres detestable. — dice Kamata en voz baja.
—Débil...tu eres débil...
—Solo eres una maldita espada ¡deberías obedecerá a mí!
—No mocoso, eres mi marioneta. Un mero humano que ante el más mínimo empujen te caerás al abismo de la locura.
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Editado: 05.08.2024