Academia de Asesinos Volumen 3

Capítulo II: La Daga imposible de empuñar

La noche se desliza lentamente hacia el cielo y el sol se oculta detrás de los grandes bosques que adornan todo el centro del continente. Mientras el oeste se prepara para dejar otro día de ardua actividad, un joven se escabulle hacia el salón de entrenamiento, sorteando así la seguridad incansable de decenas de mercenarios que protegen a la academia durante la noche.

Un día más en que Kaizer no puede dormir producto de miles de pensamientos que corretean por su mente inmadura pero también preocupada por su entorno.

Como si fuera algo ya natural para él, se mueve sigiloso y hábilmente por entre los pasillos y por done al menos dos asesinos recorren con linternas y sus sentidos en estado de alerta constante. Los sobrepasa fácilmente y llega hasta la puerta del lugar. A diferencia de las instalaciones de la academia, la sala de entrenamiento recientemente inaugurada se encuentra en el otro extremo del sector habitacional de los estudiantes por lo que para llegar se debe ingresar desde la cafetería, pasar por los pasillos largos y sonoros y con suerte atravesar la zona donde se encuentran los salones de los diferentes clubes. Curiosamente es la parte de la academia donde no hay mucha seguridad debido a que solo se circula durante el día y a la noche deja de permitirse el paso sin autorización del consejo estudiantil o profesional a cargo.

Increíblemente esa velocidad con la que llega a las puertas del salón de entrenamiento se suma la daga que a pesar de verse pequeña en comparación con armas que porta siempre Olympico pesa demasiado y desde que la obtuvo no ha podido dominar su uso y hasta había dejado de usarla para entrenar, pero algo dentro de él broto con intensidad por sí solo, como si necesitase aprender a utilizar ya que en un futuro lo necesitará o simplemente su orgullo por negarse a adquirir otra para especializarse. De cualquier manera, su decisión es firme y su arma, la cual en otras manos seria prácticamente imposible de sostener por más de dos minutos, pero en las suyas supera con creces la media hora.

Tras llegar, abre lentamente y con pequeños e intermitentes chirridos que acompañan al andar del joven, quien se adentra al enorme salón que equivalen a cuatro salones de clases juntos. Prende una sola vela y camina hacia el centro del campo de entrenamiento donde con mucho cuidado la coloca en el suelo y se aleja otros dos metros de allí mientras saca de su vaina la daga.

Para iniciar su entrenamiento en solitario, agita su arma de un lado hacia el otro, muy lentamente mientras se aferra al suelo para que el peso de la daga no perjudique su estabilidad, una técnica recomendada por Olympico en el uso de armas enormes o pesadas.

Después de varios minutos acomodando su cuerpo y entrando en calor, da varios pasos seguidos con estocadas de la daga en mano y piruetas de evasión. Se mueve de un lado hacia el otro entre la oscuridad y poca luz que ofrece la vela encendida.

Kaizer se detiene al escuchar unos pasos cerca de la puerta al salón de entrenamiento, cubre la llama de la vela y calma su propia respiración, ya que muchos asesinos son tan agudos que cualquier cambio en el ambiente puede ser suficientemente sospechoso como par que intervengan. Las sombras se asoman por detrás de la entrada y murmuran cosas tales como si hay alguien dentro o si deberían irrumpir con la poca certeza de que no sea nadie y quede desprotegida su ruta.

Una de las voces se acerca y mueve la perilla hasta que otra más solemne lo detiene y ordena moverse hacia otro sector. A todo esto, Kaizer se camufla excepcionalmente bien entre la oscuridad como para evitar ser detectado.

Cuando ve que se alejan recupera el aliento y suspira aliviado:

—Eso…eso estuvo cerca. — dice con la frente y cuello cubierto en sudor.

—Si, eso estuvo cerca. — dice una voz detrás de él.

—Cierto que si… ¿huh? — rápidamente se voltea y ve una sombra que se encuentra de cuclillas sobre el suelo.

—Shhh, no te exaltes. Soy Hiroshi.

—¡¿Hiroshi?! — se exalta.

—Shhhh, te dije sin sobresaltos.

—Lo siento ¿Qué haces aquí?

—Soy uno de los tantos profesionales que vigilan algunos días en la madrugada.

—Por eso no te vimos hoy.

—Tenía que descansar. Mis deberes son mucho más amplios que los de cualquiera. Entonces cuéntame ¿Qué haces aquí a altas horas de la noche?

—Solo venía a entrenar, eso es todo.

—¿De nuevo en plena oscuridad? Se supone que tienes que descansar. Estas en un momento crítico de tu desarrollo como ser humano.

—Lo sé, pero es que necesito hacer esto. — levanta su daga y baja de una.

—¿Te cuesta usar la daga fundadora?

—¿Daga fundadora?

Se pone de pie y camina hacia los interruptores de la luz con los que enciende la sala de entrenamiento. En cuanto se alumbra el sitio, los profesionales que vigilan se agolpan a la entrada, pero cuando ven a Hiroshi abrir la puerta se quedan calmos, pero le hacen ciertas preguntas protocolares, solo por seguridad.

Kaizer se sienta en el suelo mientras ve a Hiroshi mover unas cosas tales como objetivos de paja y madera, así como otras sillas para formar una especie de circuito con obstáculos. El chico no tiene idea de porque o para que:




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