La brutalidad con la que Alex ataca a novatos que hace apenas unos meses ingresaron a la academia es digna de ser recriminada con dureza.
En las afueras del edificio, Doncaster se encuentra preocupado por todo lo que está ocurriendo y que Alex sea el culpable real de todo lo hace aún peor. La culpa y remordimiento lo carcomen por dentro a tal punto que siente náuseas y mareos.
En su mente, algo más allá transita, un sentimiento de nostalgia, tristeza y culpabilidad sobre lo ocurrido en la infancia de aquel niño que lleno de dicha su vida junto con la mujer que amó por tantos años.
Mientras los asesinos profesionales corren de un lado al otro, intentando apagar el fuego que sale de la academia y buscan por todos los medios entrar y salvar a los que aún siguen con vida o al menos sacar sus cuerpos para darles una sepultura digna, Doncaster se pregunta a sí mismo:
—Alex ¿Qué te ha sucedido hijo mío? — se toma del rostro con expresión de pánico, preguntándose muchas más veces que ha hecho mal para que las cosas hayan sucedido de esa forma.
***PARTE II***
Lejos de lo que muchos lleguen a pensar, la infancia de Alexander fue completamente diferente a la de Kaizer, Kamata o Megumi. Su familia estaba conformada por un padre que buscaba lo mejor para él y una madre que sin duda alguna le daba todo el amor que podía ofrecerle.
Los primeros cuatro años de vida de Alexander fueron felices y llenos de amor. Su madre fue una asesina muy reconocida y considerada para formar parte de las leyes vivientes aun cuando habían pasado ya cinco años de su retiro de la orden y su padre, bueno, director de la academia aún en esa época, era el héroe de ese pequeño con mejillas rojizas y mirada inocente y llena de luz.
La época de paz del continente vino con una gran noticia para la familia Blayzer ya que Alex seria admitido en la academia cuando cumpla los doce años, una edad menor a la permitida que es a los trece, pero lo inusual en el chico es la manifestación tan temprana de sus habilidades y en su peculiar manejo de su físico.
Ya con seis años podía pelear de igual e igual con un recién ingresado a la academia, y a los diez años podía enfrentar y derrotar a un recién graduado. Lentamente las personas a su alrededor lo llenaban de elogio, asfixiando los oídos y mente del chico con la palabra “genio” o “Joya de la orden”, algo que fue suficiente como para llenarlo de ego.
Con ocho años Alex se encontraba muy por arriba en termino de habilidad sobre muchos estudiantes de primer año.
Años después, cuando por fin llega su primer dio de clases en la academia, prepara su mochila y pertenencias como cuadernos y bolígrafo, así como libros de sus diversas materias. Saluda a su madre y ella le devuelve con un gentil beso en la mejilla y abrazo en el que lo envuelve con ambos brazos. Mientras que palabras dulces lo sonrojan, pero también llenan de dicha.
Acompañado por su padre, quien le alienta para esforzarse y ser el mejor, caminan rumbo a la academia. Normalmente siendo el director podría ir a la academia con un carruaje, pero decide llevar a su hijo a pie para conversar y divertirse mientras ven como el sol sale y llena de luz el camino ya iluminado por faroles de vela a lo largo de la calle.
Ya en su primer día, Alex mostró un desempeño más que sobresaliente en superar con creces las actividades físicas y en clase una capacidad intelectual destacable. Sin embargo, un gran terror se acrecentaba entre los profesores por el veloz desarrollo del chico.
Un día, ese temor se volvió realidad cuando en un entrenamiento con Olympico como profesor, Alex le rompió el brazo a uno de los alumnos y entre risas amenazó con romperle el otro por lo que el profesor tendría que interceder junto con otros más.
Sin media palabras ni siquiera una disculpa, excepto una peculiar frase que horrorizaría a todos los presentes:
—Eso…le sucede por débil…no merece ser un asesino. — mira con indiferencia a su compañero quien yace en el suelo con el brazo roto y llorando sin control.
—¡Alexander! ¡¿Qué es lo que has hecho?!
Después de tal terrible hecho, el joven es acompañado por Olympico a donde se encontraba su padre que se encontraba extremadamente furioso. Al llegar, Doncaster se hallaba con rostro serio y mirada penetrante, casi intimidando a su hijo que apenas ve a su padre y empieza a temblar sin control debido a la extraña expresión.
Inmediatamente Doncaster se pone de pie y camina hacia Alex, quien extiende sus brazos para recibir un abrazo, pero en lugar de eso es abofeteado con tal violencia que acaba en el suelo y adolorido.
Irónicamente el director sabía que es en parte su culpa, lo presentía al ver que su hijo no tenía una pizca siquiera de remordimiento, pero su orgullo lo hizo culpar a su propio retoño:
—Me retiro Doncaster. — dice Olympico antes de cruzar la puerta y dejar a ambos dentro de la oficina.
—Espera afuera por favor. Creo que quieres decirme algo más.
—De acuerdo.
—Alex ¿Qué fue lo que hiciste? ¡¿Cómo pudiste hacer algo así?!— grita, furioso.
—Yo…no entiendo padre ¿Qué hice de mal?
—Dios santo. — se toma del rostro y vuelve a su asiento.
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Editado: 05.08.2024