Academia de Asesinos Volumen 3.5: El niño salvaje

Capítulo I: El niño que llegó a la costa

Unos años antes…

En la costa de la provincia de Pumbakar donde se encuentra, quizás, el puerto mas extenso de ese lugar en el oeste allí un grupo de pescadores, con autorización de la guardia asesina que controla los diferentes muelles, recolecta con una pequeña red los moluscos y pescados aprovechando la plena oscuridad a falta de una hora para acabar el día.

Por protocolo, a cada pescador se le concede un pequeño aparato similar a un radar que cabe en la palma de la mano de un adulto. Esto es para que desde la base en el puerto puedan hacer seguimiento a cada embarcación y por supuesto son aparatos que irradian una señal que rebotan a cada cien metros de circunferencia, es decir, permite detectar otros pescadores que lo hacen de manera ilegal.

Uno de los pescadores dentro de la embarcación termina de recoger su red con ayuda de otros dos hombres y rápidamente regresan a la costa. Su tiempo de pesca era de tres horas y solo les queda diez minutos para regresar.

Cuando están por avisarles a la base ven una silueta entre la bruma que se acerca lentamente y en dirección a quince metros a su derecha. Entonces es cuando ahí lo ven, un barco que triplica el tamaño de esa embarcación, pero donde no parece haber nadie porque se encuentran muy cerca de la costa de Pumbakar y, además, tienen que hacer ciertas maniobras para reducir la velocidad y preparar lo que sea que quieran hacer.

Desde la base en el puerto, el jefe de puerto y asesino de la orden ya se percató gracias a las señales que emiten los radares entregados. Ordena Kieber, el jefe del puerto, a que se preparen con los protocolos correspondientes cuando un navío de origen desconocido llega a Antares:

—Moniel, ¿tiempo de llegada? —pregunta Kieber mientras que moviliza a sus subordinados al muelle donde supuestamente llegaría el navío.

—En exactamente cuatro minutos.

—¿Cuatro minutos? En avance normal se tardarían al menos siete. Están acelerando el paso. ¡Alisten sus armas! —ordena Kieber.

—Señor ¿y si son civiles? —pregunta Moniel.

—Tenemos que estar listos por si acaso. De una forma u otra esto ya es sospechoso. —responde Kieber.

—Señor, hay comunicación con los pescadores que se encontraban en la zona y tuvieron de vista al navío. —informa uno de los hombres a cargo del panel que controla a los radares y que también poseen comunicadores.

—Pásame la comunicación.

—Solo es un mensaje, pero por lo que se logra escuchar…parece que no hay nadie en ese transporte.

Kieber no emite ninguna palabra y rápidamente se une a sus fuerzas en el muelle para vigilar que los procedimientos se llevasen acabo y que consiste en el aumento de la seguridad, apartamiento de cajas y otras embarcaciones, así como usar cualquier medio de batalla disponible en caso de que ese navío sea una amenaza.

Como también forma parte del protocolo, Kieber ordena que por intermedio de las luces del faro ubicado a unos cincuenta metros del puerto guíen al barco hasta el muelle numero “9”.

Un hombre de nombre Richard, mano derecha de Kieber, ayuda a los demás a extender un enorme objeto inflable que posee un largo de treinta metros y grosor de diez con el que, en caso de que no se pudiera detener el avance, contengan la fuerza del impacto y así evitar que el muelle sufra daños. Ya habiendo abierto ese inflable, Richard regresa con Kieber y exclama irónico:

—Vaya manera de empezar un fin de semana.

—¿No crees que es extraño que un navío se aparezca así de la nada y desde el oeste mas lejano? —pregunta Kieber.

—¿Crees que sean mercenarios? Ophiros está al oeste. —dice Richard.

—No podemos dejar ninguna posibilidad fuera de esto.

—¿Qué hacemos si no resulta ser un barco mercenario?

—Tenemos que ponerlo en la bitácora y llamar a Doncaster. La magnitud de tal cosa podría poner de malas al territorio.

—Entendido. Oh, allí está. —señala en dirección al navío, que visiblemente ya sobrepasó la línea defensiva de la costa de Antares.

Kieber sospecha de que algo anda mal así que le dice a Richard:

—Richard, dame unos binoculares. Al parecer no se van a detener. —extiende su mano a la espera del aparato.

—Si.

El oficial le entrega los binoculares a Kieber y observa detenidamente al barco que tan velozmente se acerca al muelle. De por sí la velocidad alcanzada por el barco es inconsistente ya que los mismos capitanes saben y comprenden que existen ciertas “reglas” a la hora de navegar. Sea de Ophiros o Antares o cualquier otro lugar hay velocidades obligatorias y protocolos a seguir para evitar accidentes indeseables.

Entonces, un detalle que lo deja en shock y manos temblorosas hace que cambie los planes o peor aún se preparen para lo peor:

—¡R-Richard, llama a los bomberos…esto es una crisis! ¡rápido!

—¡S-Si señor! —corre hacia el sector de los bomberos asesinos, un oficio de la orden asesina de especialistas en rescate y contención de incendios.

No obstante, no llegan a tiempo porque el barco acaba impactando con tal fuerza que el inflable explota y la punta del transporte golpea el cemento y madera hasta subirse sobre uno de los almacenes cuyo techo está a la misma altura que la proa. Los presentes asesinos tienen que saltar a un lado para no ser golpeados o aplastados.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.