Academia de Asesinos Volumen 4

Capítulo VII: El peso que llevo en mi alma

Durante la madrugada en el hotel donde las chicas se hospedan, Megumi observa por la ventana la repentina lluvia torrencial que se impone en ese lado del territorio del oeste. Ella centra la mirada nostálgica y ambos brazos rodeando sus piernas levantadas y el mentón apoyado sobre ambas rodillas. Piensa en muchas cosas y parece que la lluvia potencia ese sentimiento abrazador que la entristece muy a menudo y nunca se lo puede sacar de la mente.

Las lágrimas rebosan de las mejillas de la joven y contempla con vacío en los ojos mientras siente como desearía que muchas cosas no hubieran pasado. Lucy despierta con ganas de orinar, debido a que ha estado bebiendo demasiado últimamente. Allí ve mirando la ventana desde su cama a la joven y escucha como llora desconsolada. Al mismo tiempo, Rose y Maia también se despiertan por sus llantos. La tristeza no logra ser expulsada del todo.

Lucy sea cerca silenciosa y la envuelve con sus brazos por detrás y consuela. La chica no desea que la vieran llorar, pero es alguien muy emocional y de un corazón tan inocente que agradece abrazando a la mercenaria. La vergüenza que siente es apartada a un lado.

La mercenaria, sin dar vuelta a la chica, le seca las lágrimas y besa la parte de arriba de la cabeza y luego acaricia sus cabellos plateados. Rose y Maia se sientan en la punta de la cama frente a Megumi y Lucy para contener a su amiga.

Las tres se sienten consternadas por el largo silencio de ella ya que solo llora y la mirada no se despega de la ventana. La mercenaria, impulsada por la preocupación e instinto maternal le pregunta al verla así tan vulnerable:

—¿Qué aflige a tu corazón, Megumi?

—No…es nada…solo…—intenta decirlo, pero las palabras cuestan demasiado y la pesadez en su corazón es demasiado. Le duele.

—Vamos Megumi, siempre lloras a esta hora. Incluso en nuestra habitación tratas de cubrirte con toda la sabana para que no te escuche. —dice Maia.

—Maia…yo…

—Puedes contarnos. Somos mejores amigas, las tres ¿verdad? —pregunta Rose.

Megumi toma una fuerte bocanada de aire, pero el remolino oscuro en su pecho hace liberar un descontrolado llanto y así busca consuelo de sus amigas quienes no dudan en dar unos pocos pasos y abrazarla. Tras unos breves segundos, Megumi llora ahora de manera sonara. El llanto es tal que cae al suelo y golpea con su puño mientras maldice.

Luego de unos instantes, Megumi se calma y se sienta junto a la cama, pero en el suelo. Allí les cuenta su historia, detalles que no sabían, su infancia y jamás haber conocido a sus padres. Lo único que recuerda son los rostros de decenas de hombres pasando por la pequeña habitación donde era mantenida cautiva y con grilletes en sus piernas. A veces le colocaban grilletes en sus brazos para evitar que hiciera un escándalo como querer huir. Los continuos abusos que la hicieron pensar en querer morir en más de una ocasión y más hechos terribles en su historia hacen que Rose y Maia se tomen del rostro, incapaces de digerir todo lo que la chica les está contando.

Lucy la toma de la mano para evitar que continue contando tal experiencia traumática, pero Megumi niega con su cabeza demostrando que quiere contarles todo y liberarse sabiendo que jamás será juzgada.

Megumi explica con dificultad porqué despierta durante la madrugada, observa el horizonte y llora mientras se pierda en el cielo:

—Durante mi cautiverio cuando no había ningún hombre que me ultrajase, dedicaba mucho tiempo a mirar a través de un agujero de mi habitación. Se podía ver el cielo estrellado y hacía que mi imaginación volase sin restricción. A veces deseaba que me crecieran alas para poder volar, añorando la libertad. Era lo que me sostenía de usar los grilletes para ahogarme. No había un solo día en que no desease partir de este mundo. Inclusive hoy en día sigo aprisionada en esas sensaciones de hombres tocándome…haciéndome…cosas horribles. Me siento demasiado sucia…— recordar las sensaciones y contar esos hechos paraliza de temor a Megumi y se envuelve con sus propios brazos y tiembla, tratando de controlarse para evitar gritar del shock con solo recordarlo. Las chicas vuelven a abrazarla.

—Tranquila, tranquila, estamos aquí para cuidarte Megumi. —Lucy la consuela.

—Estamos aquí para lo que necesites, siempre. —dice Maia.

—Si deseas llorar, hazlo, no te contengas. —exclama Rose.

—Lo sé, pero aún quedan secuelas y hasta no sacarme esto de mi corazón jamás seré libre. —Megumi se levanta la remera, revelando su torso desnudo y a la altura de los pechos hay marcas de pequeños cortes y mordidas y en su espalda marcas de azotes, así como la de piel y carne quemada. Es la marca de la esclavitud mercenaria a la que mujeres antarienses están sujetas adherida con fuego y hierro a la carne viva de ella como recordatorio de que vivió tal cosa en su tierna y triste infancia. El horror en el rostro de las tres es evidente. Apenas era una bebé cuando le insertaron la marca en la espalda, pero sigue tan vigente y doloroso.

Completamente indignada, Lucy la consuela colocando su mano derecha sobre el hombro de la adolescente:

—No sabía que el peso que sientes en tu corazón y alma fueran tan grandes incluso en este punto de tu vida. Comprendo que no te sientas libre, no aún, pero esos años de sufrir ya no existen, tienes amigas, tienes amigos, no estás sola. Sin embargo, solo tú puedes buscar la respuesta a tus sentimientos y temores. Hay heridas que no sanan del todo y con el correr del tiempo las tendremos de recordatorio cuando miremos hacia adelante y haya un gran cambio para nuestras vidas. Quien sabe, en el futuro quizás formes una hermosa familia con un esposo que ames, hijos, amigos. Solo debes avanzar sin mirar hacia atrás.




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