Academia de Asesinos Volumen 4

Capítulo XXVII: La primera gran prueba del espadachín

El giro de los acontecimientos es tal que Ehirazu centra su atención en los asesinos profesionales dejando a los estudiantes correr a donde quisieran. En cierta forma los subestima ya que no cree que puedan seguir avanzando si se topasen con los altos mandos.

No obstante, su pensamiento acerca del inmenso poder latente de Kaizer siembra dudas.

En sus años como mercenario de la orden, Ehirazu nunca había presenciado a un chico de la edad de Kaizer que pudiera pelearle de igual e igual y hasta el sucumbir ante el origen del invencible, habilidad que apenas un puñado de personas en el mundo poseen. Para inconveniente del mercenario, ese chico no solo tiene un poder físico destructivo sino también esa habilidad.

Tener que dejar a los chicos escapar lo irrita, pero de frente tiene a tres poderosos enemigos y no tienen de otra que centrar su atención en ellos:

—Entonces… ¿aquí se decidirá todo? ¿es creen? —pregunta Ehirazu.

—No se decidirá nada ¡Ustedes estarán encarcelados de por vida! —exclama Olympico.

—Jeje, interesante, mediocre…—dice Ehirazu hasta que su voz es callada por un violento puñetazo en el rostro que lo envía contra la pared atravesándola.

—Idiota. —dice Olympico.

Brutallio observa y, con la cara ensangrentada al punto de que le cae en los ojos la sangre desde la frente, se abalanza para atacarlo. Levanta con su mano libre la enorme esfera de cemento conectada con su brazo a través de una cadena gruesa y con un giro impulsa el arma para arrojársela a Olympico.

La esfera es arrojada en línea recta hacia Olympico pero logra detenerla con solo una de sus manos desnudas. Sin embargo, resulta ser una distracción pues detrás de él se asoma Riurik con sus cuchillas cubiertas de veneno apuntándole al cuello y espalda.

El ataque cobarde es bloqueado por Vorex cuando arroja el martillo e impacta en ambas manos del pequeño pero letal mercenario. Los huesos de ambas manos se rompen y Riurik decide retroceder para alejarse de la pelea. En ese momento es cuando revela que no tiene brazos de carne y hueso, más bien son extremidades mecánicas que se expanden hasta diez metros permitiéndole gran versatilidad y amplitud de movimientos. El mercenario ríe a carcajadas y con tono siniestro dice al chico:

—Esa fue buena, aunque ¿eso es todo lo que tiene el tan preciado futuro de la orden? Dame más pelea, sin temor. Vamos, golpéame de nuevo.

—Je. —Vorex tambien lanza una leve risa. —Malinterpretaste mi ataque pedazo de imbécil descerebrado.

—¿Qué? ¿de qué…? ¿heh? —levanta la cabeza y ve al martillo levitar sobre él. —¡No puede ser!

El martillo se deja caer con tal violencia sobre el rostro de Riurik que este acaba enterrado de cara contra el suelo y la mirada hacia el frente.

Olympico, al ver esto, tiene ganas de aplaudir al chico, pero todavía tiene una pelea muy dura contra Brutallio ya que comparten un rasgo característico de ser muy fuertes físicamente y resistentes por lo que ninguno de los dos tiene el privilegio de bajar la guardia:

—Olympico, hace tiempo que tengo ganas de pelear contra ti. Sobre todo, porque siempre se ha dicho que eres tan fuerte como un maldito terremoto. No hay nada en este mundo que me diese más gusto que destruir esos rumores. —exclama Brutallio.

—¿Más fuerte que un terremoto? Esos tontos rumores ¿todavía siguen circulando? —se avergüenza el asesino. —Como sea, no necesito admiración de nadie como tú. —añade.

—No, no, te equivocas. Yo no te admiro, solo necesito obtener tu cabeza para demostrar que soy más fuerte que tú y llevarte a Ophiros para presentarle a la orden mercenaria mi tributo.

—Eres desagradable. —responde Olympico.

Apenas dice eso, los dos enormes enemigos saltan hacia el frente y con una potencia bestial chocan sus puños liberando ondas expansivas y ráfagas que tiran hacia atrás a aliados y los que no por igual. El suelo se resquebraja reboleando pequeños trozos de roca a todas direcciones.

Curiosamente intercambian sonrisas ya que, a pesar de estar en una situación crítica, la sangre de los dos hierve por encontrar a un rival y enemigo digno con quien luchar sin restricciones.

Son dos tanques colisionando sin control.

***PARTE II***

El grupo que está al frente se aleja de donde están las confrontaciones con la Legión de Mercenarios aliviados de no tener que enfrentar a tales peligrosos enemigos.

Kaizer, Kamata, Tarox e Hiroshi corren en busca de aquella habitación inhóspita donde está Megumi. Recorren largos, oscuros y fríos pasillos, gritando su nombre y esperanzados de que ella les responda.

Lo único que escuchan, además de estruendos viniendo del otro lado donde ocurre la batalla contra le legión, son gotas que caen y golpean tuberías viejas. Sin rastro de la chica lo que pone nervioso a los demás.

Llegan a otro lugar de carga donde hay decenas de cajas de madera y una vez más, pólvora por doquier y un invasivo hedor a humedad que impide sostener la concentración por escuchar algún sonido que pueda ser ella intentando llamarlos:

—Maldición, aquí no está tampoco. —exclama Kaizer.

—Oigan ¿Qué no estaban viniendo? —pregunta Kamata.




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