En la madrugada cuando habían llegado, no se habían detenido, sino que todos habían subido directo a sus habitaciones, después de quitarse la chaqueta, Dèjan se detuvo frente a su portátil y abriéndolo miró la fotografía de Nadja.
Después de eso cerró el portátil, se quitó la chaqueta y la corbata, pero se detuvo y girándose salió de nuevo dirigiéndose a la habitación de su hijo.
Dèjan lo tuvo así un momento y luego lo empujó de nuevo hacia las almohadas y acomodó las mantas.
Aunque Dèjan hubiese querido decir algo, no sabía qué, al igual que no lo había sabido en todas las oportunidades en las que el Dàmir niño había dicho lo mismo. A pesar de que el tema Nadja solía destruir a Dèjan por horas o por días, esa noche el cansancio pareció vencerlo, y aparte de que se quedó dormido casi enseguida, despertaría inusualmente tarde. Aquella no era su costumbre, pues lo normal era que despertase alrededor de las seis de la mañana, nadase un rato al menos cuando estaba en algún lugar donde pudiese hacerlo, desayunaba y salía para la oficina, pero siendo que llevaba más de una semana trabajando a toda marcha para tener dos o tres días libres para dedicárselos a Dàmir, no era tan extraño que se hubiese quedado dormido. Cuando salió del baño y siendo que ya había avisado que estaba despierto, se encontró con el servicio de café y los diarios sobre la mesita. Se vistió con calma y cuando abandonó el vestidor, encontró a Pitja que se disponía a recoger las sábanas.
Ya él se había ocupado de hacerla examinar por el mejor nefrólogo que David pudo encontrar, después de lo cual el mismo individuo le había conseguido una enfermera que se encargaba de administrar el tratamiento correspondiente. Pitja había obedecido en todo con relación al tratamiento, pero lo que no había manera era de que se quedase tranquila.
Dèjan en realidad no lo hacía nunca, o al menos no en ese momento, pues por lo general leía las cosas que le interesaban camino a la oficina o en esta si no tenía muchas cosas pendientes o urgentes, pero Wilfrid seguía dejándolos junto con el café cada mañana, como a su juicio correspondía.
Dèjan junto las cejas en cuanto probó el café, porque, aunque no era que estuviese frío, tampoco estaba caliente y esto le recordó a Jesse, pues a la niña le encantaba quemarse la lengua con el café, pero por ese mismo camino recordó lo que había visto la pasada noche y su ceño se acentuó.
Dèjan la miró elevando una ceja, pero como sabía que intentar mentirle a la mujer que lo había visto nacer y que lo había cuidado durante toda su infancia, era tiempo perdido, pues ella lo conocía mejor que su propia madre, ni siquiera lo intentó.
Editado: 12.02.2022