La familia Zazvic a diferencia de los Besevic, había sido muy prolífica, pero Admir, y después de cuatro hijas, casi llegó a convencerse de que su apellido se perdería con él. Sin embargo, cuando Mirjana estaba por cumplir siete años, Zara volvía a estar embarazada, pero las esperanzas de Admir seguían sin ser muchas, tanto por lo anterior como por el hecho de que el embarazo parecía no marchar bien, y después de que Zara presentó sangramiento en dos ocasiones, el médico ordenó que abandonase la cama lo menos posible. Con las cosas así, Admir que realmente amaba a su mujer, se preocupó más por su salud y poco por un embarazo que parecía que ni siquiera llegaría a término. No obstante, una tarde Admir se encontraba en los astilleros, cuando recibió una llamada del mayordomo notificándole que Zara había tenido que ser llevada de emergencia al hospital. Admir salió a todo correr y casi golpeó al chofer para que lo dejase conducir, una pésima idea por cierto, porque si bien llegaron en una sola pieza, estrelló el auto contra otro que iba saliendo del aparcamiento, pero no se quedó a ver nada, sino que salió dejándolo allí y corrió hacia la emergencia sin prestar atención a un par de enfermeras que intentaron detenerlo al ver la sangre en su cara, ya que se había hecho una pequeña herida en la frente. Finalmente y después de muchos gritos, pues él no se distinguía por su dulce carácter, el médico tratante de Zara salió a hablar con él.
La conversación no serviría para tranquilizarlo, pues el médico le informó que estaban haciendo todo lo posible por detener el parto, porque aún no era tiempo, sin embargo, aunque todavía no lo sabía, el muchachito que venía en camino era muy terco y no se le daba la gana esperar más, de manera que un par de horas más tarde, le anunciaban a Admir que era padre de un saludable varoncito. El pobre sujeto no podía creérselo y casi sufre su primer infarto ese día, pero después de asimilar la increíble noticia, dijo que quería ver a su mujer y naturalmente a su hijo, pero le dijeron que no podría ver a ninguno de los dos de manera inmediata. Si bien podía entender que Zara estuviese agotada, no que no pudiese verla, y de ningún modo podía entender que no pudiese ver a su hijo ni siquiera cuando el médico le explicó que siendo prematuro, debía estar en la incubadora por unos días. Sin embargo, aquel individuo era tan terco como acababa de demostrar que era y sería toda la vida su recién nacido hijo, y siendo que él solo quería verlo y no llevarlo de paseo a los Alpes, porfió hasta que lo llevaron a la unidad correspondiente. Como ya Admir era padre, aquel niño le pareció extraordinariamente pequeño, incluso más que Halyja y Mirjana que fueron las que nacieron con menor peso y tamaño, pero el pediatra de la unidad le aseguró que aquello era normal dadas las condiciones del nacimiento. Aun así, Admir no se sentiría tranquilo hasta que pudo llevar a su hijo a casa.
Como cabía esperar, aquel nacimiento fue un acontecimiento de proporciones gigantescas, comenzando por el bautismo del bebé a quien dieron el largo nombre de Dèjan Mihaila[1], y largo, porque las hembras solo tenían uno. El mencionado bautizo se efectuó en el templo San Sava[2], y a pesar de que éste, está considerado el templo ortodoxo más grande de los Balcanes, parecía que no cabía ni un alma más allí, pues Admir no iba a permitir que nada en la vida de su hijo estuviese por debajo del tratamiento que recibía un príncipe de sangre real, y los asistentes estaban muy conscientes de que si bien Admir no portaba una corona, se conducía como si así fuera y su hijo era sin duda el príncipe heredero.
Desde el minuto cero, Admir perdió la cabeza por su hijo, el problema con él era que a pesar de amar a su familia, y a su hijo más que a nadie, parecía incapaz de expresar ese amor en la forma correcta. De manera que Dèjan tuvo exceso de atención y todo lo que se le antojó y hasta lo que no, porque a la muy absurda edad de cinco años, ya tenía un yate, a la más absurda aun de diez, ya disponía de un coche, aunque obviamente no era que él pudiese conducir, pero el mismo venía con chofer incluido y éste tenía órdenes de obedecer al chico y llevarlo a donde quisiese; y por último, en su cumpleaños número catorce, recibió un avión. Con todas aquellas excentricidades que él no había pedido, Admir, solo consiguió que Dèjan las rechazase, pues nunca le llamaría la atención salir en el yate, y con el tiempo entendería que lo que no le gustaba no era el yate en sí, porque todo Zazvic parecía traer en el ADN el amor por las embarcaciones, lo que no le gustaba era que su padre se hubiese empeñado en montarlo en uno en un momento en el que a él no le interesaba; sin embargo, su abuelo que se había sentido horrorizado por la actitud de su nieto, habría estado muy orgulloso con lo que con el tiempo, haría Dèjan con el negocio familiar. En el caso del auto sucedió más o menos lo mismo y Dèjan desarrolló aversión a conducir. Y con el avión, aunque habría podido emocionarse más, lo que no tendría sería la ocasión para sentirse de ningún modo con respecto a eso, pues muy poco después de su cumpleaños explotó el asunto del embarazo de Nadja, de modo que el primer uso del aparato fue para conducirlo al exilio cuando su padre decidió expulsarlo de su patria. A pesar de todo lo anterior y hasta los catorce años, las relaciones entre padre e hijo habían sido si no cariñosas, sí bastante buenas, y para entonces, ya Admir lo había llevado a recorrer casi todo el mundo, o al menos el mundo que Admir consideraba digno de ser conocido.
El caso de Zara era diferente, porque ella era más cariñosa, y lo que no parecía era tener mucho instinto maternal en lo tocante al cuidado práctico de sus hijos, y esto siempre corrió a cargo de las nanas. Aun así, Dèjan crecería rodeado de mucha atención y siendo un príncipe mimado, malcriado, egoísta y arrogante hasta la exasperación. De modo que si no le hubiese tocado vivir toda la tragedia personal que le tocó, tal vez se habría convertido solo en un rico heredero como muchos otros, y aunque con el tiempo, era bastante seguro que hubiese alcanzado el éxito, pues era inteligente y astuto, éste quizá no habría sido a tan temprana edad ni tan grande. Y lo vivido, también forjó al hombre preocupado, compasivo y siempre dispuesto a mermar de alguna forma el sufrimiento de los niños desposeídos.