Ivar había tenido una agria conversación con Zêgar en la que éste último no podría decir casi nada y lo sabía desde un principio. Desde que Ivar había decidido incluir en su vida a aquel desarrapado muchachito, Zêgar sabía que aquello solo le reportaría dolores de cabeza a él, porque al menos él supo desde el minuto cero, que Andrija era y sería toda su vida un problema. Con lo que no contó Zêgar fue con que Ivar terminaría adoptando legalmente a aquel incordio, con lo que su vida se volvió más miserable aun.
A Zêgar le gustaba su trabajo, era algo para lo que a su juicio había nacido, y hasta el momento en el que Andrija apareció en el horizonte, él había vivido feliz y tranquilo. Ivar era un sujeto inteligente y se metía en pocos problemas; el mayor de ellos y si bien no era como para descuidarlo, pues había importantes individuos que habían querido deshacerse de él desde mucho antes de que asumiese la jefatura de su familia, debido a que sabían que sería quien la ostentaría, solía respetar con rigurosidad las reglas y no se exponía innecesariamente. El trabajo menos agradable que le había asignado era el de vigilar a Dèjan, porque por aquel entonces, el niño era muy inquieto, aunque había obedecido a su padre y no había abandonado Inglaterra nunca hasta que finalizó su carrera, pero los problemas se iniciaron justo entonces y cuando quiso recuperar a su mujer y a su hijo.
Siendo que Dèjan Zazvic era lo más parecido a un príncipe heredero que Zêgar hubiese conocido nunca, intentó recabar la ayuda de su progenitor, pero Admir Zazvic era un dictador en toda la regla y su hijo no estuvo dispuesto a obedecer lanzándose por su cuenta tras su objetivo, aunque las cuentas le habían salido muy mal y la chica en cuestión no quiso volver con él. Hasta allí y si se hubiese tratado de otro chico cualquiera, las cosas no habrían sido muy diferentes a cualquier otra historia de amor que había terminado mal, pero se atravesó una guerra y con ella vino la desaparición del niño, lo que lanzó a Dèjan a una cacería que casi le costó la vida a él y a Ioan.
La orden de Zêgar era asegurarse de que ambos chicos saliesen ilesos de aquella peligrosa aventura, de modo que se las arregló para que contactase a los mejores rastreadores para que lo ayudasen y protegiesen cuando decidió ir él mismo a buscar a su hijo. De algún modo las cosas habían terminado mejor de lo que se hubiese podido esperar, y aunque Dèjan nunca lo sabría, fue la decidida ayuda de Zêgar y sus hombres lo que lo hizo conservar la vida.
Una vez concluida la odisea, las cosas volvieron a la normalidad, pero la orden de Zêgar siguió siendo vigilar a Dèjan, porque el chico en un muy breve lapso de tiempo se había alzado con el poder absoluto sobre la empresa familiar y había comenzado a construir el imperio que ahora poseía, pero esto le había granjeado el odio de individuos importantes y poderosos, así que Ivar siempre estuvo preocupado por él.
Sin embargo, unos pocos años después de que Ivar encontrase a Andrija, la vida de Zêgar se volvió miserable, porque el muchachito se antojó de convertirse en el guardián de Ivar y fue sobre él sobre quien recayó la tarea de instruirlo. Esto por sí solo no habría sido un problema, el problema era Andrija, que aparte de payaso, irritante, arrogante y un largo etcétera, y si bien había asimilado las enseñanzas, también se había incrustado en el corazón de Ivar terminado éste por adoptarlo legalmente, de manera que si hasta ese momento Zêgar había pensado que su vida era un asco desde que le habían dado la tarea de enseñarlo, a partir de ese entonces pensó que Dios debía tenerlo en muy poca estima, pues Ivar lo había hecho responsable por la vida de aquel loco peligroso.
Era por todo lo anterior, que Zêgar estaba justificadamente seguro de que su vida había llegado a su fin, porque por muy bien que se hubiese portado en años anteriores, Ivar iba a matarlo por lo que le había sucedido a su angelito. No obstante, y si bien Ivar estaba furioso, algo que le quedó clarísimo a Zêgar al recibir una despiadada paliza, conservó la vida, pero, aunque tenía un par de costillas rotas al igual que la nariz y estaba casi seguro de haber perdido un par de dientes, tuvo que esperar para ser atendido por un médico, porque primero tuvo que contarle a Ivar, con lujo de detalles, lo que había sucedido.