Acordes del Corazón (libros 6. Беспомоћан)

Cap. 3 Jesse

 

Al regresar del apresurado viaje a Hungría, Jesse necesitaba desesperadamente hablar con alguien, pero Giuliana, que habría sido la más apropiada para ello, se encontraba en Italia con Jarko y al parecer tardaría en regresar, pues cuando le preguntó, ella le dijo que Zora no la necesitaba de forma inmediata debido a que estarían muy ocupados con la nueva producción, mientras que Jarko estaba próximo a ser lanzado como modelo de pasarela para la colección de uno de los diseñadores más famosos de Europa, de modo que él la necesitaba más que Zora. Con las cosas así, lo más seguro era que Giulana no regresase hasta que el nuevo álbum de Zora estuviese listo para el lanzamiento.

La segunda opción de Jesse era Justine, y aunque ella parecía tan ocupada como Giuliana, pero en su caso con su álbum, igual prometió ir a verla en cuanto le fuese posible.

Ante aquella situación, Jesse pensó que enloquecería si seguía allí encerrada, de modo que se fue derecha a hablar con su hermano, pero éste se hallaba ocupado con Ivar, sin embargo, el genio de Jesse salió a flote enviándolo todo al demonio.

  • Necesito entrar allí, así que hazte a un lado – le dijo a Casmir, uno de los guardaespaldas de Ivar que se hallaba en la puerta
  • Lo lamento, señorita, pero el señor Besevic está ocupado. En cuanto sea posible le diré que usted desea verlo
  • No quiero verlo a él, sino a mi hermano, así que apártate
  • Señorita…
  • ¡A un lado! – le gritó, pero comenzó a darle voces a su hermano – ¡Nick!

Como Nick aun no podía moverse sin ayuda, quien corrió hacia la puerta fue Charlie.

  • ¿Isabella?
  • Quiero hablar con Nick y este…
  • Lo siento, señor – estaba diciendo Casmir que había visto a Ivar asomarse también
  • Está bien, Casmir – le dijo – Adelante, Isabella

Ella aun miró mal al pobre sujeto y entró cual vendaval. Ivar y Charlie lo hicieron con más calma, pero tanto el último como Nick, notaron que la chica venía furiosa.

  • ¿Qué sucede, enana? – preguntó Nick con su calma habitual, porque después de ver que estaba bien, se le pasó la angustia
  • Quiero ir al centro y… – comenzó ella
  • Enana… – intentó Nick, aunque ella lo ignoró
  • … si sigo aquí encerrada voy a suicidarme
  • Isabella – intervino Ivar – como estoy seguro que recuerdas el motivo por el que están aquí, supongo que también comprenderás que es un riesgo que abandones la casa.
  • No lo es, porque salí con el jefe y nada sucedió
  • Así es, pero ten en cuenta con quién saliste y lo que ya te había explicado con relación a que es poco probable que atenten de forma directa en contra de un miembro de mi familia. Sin embargo, entiendo que estés… aburrida, pero te aseguro que pronto tendrás mucho en qué ocuparte, pues hay una boda que preparar ¿recuerdas?

Después de eso, Jesse pareció apagarse y no mostró ningún entusiasmo por todo lo que Ivar dijo con relación a su próxima boda, sino que se limitó a asentir y abandonó el despacho.

La semana siguió transcurriendo sin variantes, aunque Nick apartaba un momento cada día para pasarlo con ella, y aunque la chica mostraba el adecuado interés por lo que ellos estaban haciendo, él sabía que seguía sientiéndose presa, algo que en verdad parecía estarla enfermando, porque al finalizar la semana, tenía oscuras sombras alrededor de los ojos, y hacerla comer se estaba volviendo una tarea cada vez más difícil.

Donatello había ido a verla en varias ocasiones, pero nunca se quedaba mucho tiempo y solo en una ocasión había podido hacerlo hasta la hora de la cena.

  • ¿Nico, no crees que sería conveniente hacer venir al doc? – le preguntó a su hermano cuando pasaron al salón – Bella está muy pálida y casi no probó la comida
  • No está enferma, pero va a enfermar si sigue aquí encerrada – le dijo él
  • Pero no creo que sea necesario que esté encerrada, yo podría…
  • Don, ya lo pensé y Charlie se ofreció a acompañarla, pero después de lo sucedido y sabiendo que Albert sigue por allí, no creo que sea buena idea

Donatello pensó que su hermano tenía razón, porque si aquel infeliz contaba con una fuerza como la que habían visto, era poco probable que ninguno de ellos sirviese de mucho.

El lunes siguiente, Jesse se levantó sin ningún deseo de hacerlo, porque estaba segura que sería otro día tan gris como el anterior. Su malestar era tan grande, que ya hasta había comenzado a echar de menos la época en la que Mihailo y ella tenían que madrugar para ir a lavar coches a la corporación, porque por duro que hubiese sido, y en realidad no lo veía así, al menos salía, veía y hablaba con personas, y eventualmente Dèjan iba a Londres y ella podía subir a fastidiarlo.

Cuando se sentó en la cama, vio el ya habitual ramo de flores y la caja de chocolates. Dèjan la había llamado varias veces en los días previos, pero aquellas breves conversaciones carecían de lo divertido de las anteriores, pues él se limitaba a preguntarle cómo estaba y no mucho más. En una ocasión había recordado que quería preguntarle algo.

  • ¿Jefe, por qué me mandas flores todos los días? Sabes que no he muerto ¿no es así? Además, solías reñirme por comer mucho dulce y ahora también me mandas chocolates
  • En principio, no te mando choclates “todos” los días – le dijo y era cierto, pues éstos habían llegado solo en tres ocasiones – y te envío flores, porque eso es lo normal cuando vas a casarte con alguien




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