Elmer
Salgo del cuarto ajustando la manga de mi camisa, al levantar mi cabeza, la veo, ahí está Nora, esperándome en el pasillo. Sus ojos me siguen, me dedica una sonrisa dulce, ella es mi calma, y solo puedo pensar que soy un hombre con suerte.
Quiero que todo esto ya termine para que podamos viajar, después de darle la boda que se merece. Me acerco, le tomo el rostro con ambas manos, y le doy un beso.
—¿Y el niño? —le pregunto.
—Ya se ha conectado para su tarea —explica.
Sabiendo que no van a interrumpir, le doy otro beso más profundo, haciendo que retroceda hasta chocar contra una pared, siento su sonrisa sobre mis labios.
No la he presionado, tampoco lo haré, pero cada día se me hace más difícil contenerme. Tenerla durmiendo en mis brazos cada noche, es una tortura.
Me obligo a alejarme de ella poco a poco. Al mirarla, sus ojos están brillando y reconozco muy bien de que se trata. Le dedico una sonrisa perversa y ella se sonroja.
—Puedo no irme, si me pides —provoco.
—Elmer…
Suelto una carcajada, luego le doy un beso rápido de esta vez.
—Toma cuidado ¿sí? —pide.
Sé que está preocupada, la adopción de Charles es un hecho, ya es un Kingsley de manera oficial. Y ella le preocupa que, Lane está en silencio tanto tiempo, hace dos semanas que no sabemos de él.
—Estaré bien —aseguro.
Por medida de seguridad, Charles hace sus clases virtuales desde aquí, no quiero arriesgarlos. Yo tengo que ir a la empresa, hay una reunión que convocaron.
—No tardes en llamarme —me susurra.
Incapaz de resistirme, vuelvo a hundirme en sus labios. Es un beso lento, y este me cuesta más soltar, porque quiero tenerla así.
Cuando mi teléfono vuelve a sonar, no tengo otra opción que alejarme.
—¡Maldita sea! —Cierro los ojos.
Ella se ríe y me toma de la mano, comenzamos a caminar hasta el coche.
—Hoy voy a cocinar con tu madre —me cuenta, en voz baja, como si fuera a escucharla desde aquí.
Todos sabemos que hasta mi hijo es mejor en la cocina que su madre.
—¿Cocinar? —sonrío—. Si ella dice que quiere enseñarte, puedes muy bien rechazar.
Nora me empuja despacio el brazo, fingiendo molestia, y yo me río más.
—No seas malo. Esta vez voy a hacerlo bien, voy a aprender.
—Lo sé, cariño. Todo lo que haces me parece bien —le guiño.
Y antes de abrir la puerta del auto, vuelvo a besarla, es rápido, pero suficiente para dejarme con el sabor de ella en los labios.
Subo al coche, arranco, y le hago una seña con la mano mientras ella se queda a un lado sonriéndome. Me siento bien, ligero, con ganas de llegar a la empresa.
Apenas las altas rejas de hierro se abren, varias patrullas de policías me cortan el paso, frenan en seco, y el ruido de las sirenas me golpea los oídos. No desciendo, solo bajo el cristal de la ventana, un oficial con rostro tan severo como el mío, me clava la mirada.
—Señor Kingsley —dice firme—, queda detenido.
El corazón me da un vuelco tan brutal que me deja sin aire. Intenta abrir la puerta, pero no le dejo. Entonces veo a Nora dirigiendo a mí, y no tengo otra opción más que bajar.
Aprieto la mandíbula cuando siento que los oficiales intentan sujetarme.
—No me toquen —gruño, furioso.
Sé muy bien que Emilio va a solucionar todo esto. Por el rabillo del ojo, veo que mi mujer está más cerca.
—¡Detente! —le grito, casi con desesperación.
Sí Lane está detrás de todo, tal vez esta gente también puede hacerle daño a ella y a nuestro hijo.
Lejos de obedecer, Nora se abre paso.
—¿Qué está pasando? —exige con lágrimas empañándole los ojos.
La observo fijo, estoy furioso porque no me obedeció, pero al mismo tiempo, siento que tengo que darle seguridad aun cuando el suelo parece desmoronarse.
—Todo va a estar bien, voy a llamar a Emilio y a mi abogado —prometo, sosteniéndole la mirada.
Nora niega con la cabeza, el miedo le tiembla en los labios. De pronto, todo empeora, veo a mi madre saliendo de la casa, y camina en nuestra dirección.
—No lo hagas más difícil —advierte el oficial cuando me niego a ser esposado.
Aunque tengo ganas de darle un puñetazo, no puedo hacer nada, porque las dos mujeres están aquí.
Mi madre, se acerca con los ojos fríos como las tantas veces que había visto. Ella nunca baja la cabeza.
—Mamá, llama a Emilio —pido.
—¿Bajo qué cargo se le detiene? —pregunta con voz firme y profesional, tan cortante como siempre en su trabajo—. ¿Quién es el fiscal asignado?, ¿y el juez que autorizó la orden?
Y perfecto, ninguna de las mujeres me hace caso, yo solo soy un mueble aquí.
El oficial, que minutos antes se mostraba rudo y desafiante, ahora endereza la espalda y se coloca casi como un cadete frente a un superior.
—Soy el fiscal Goodman, señora. Traigo orden firmada por el juez Alencar —explica él.
Saca el papel de la carpeta y lo extiende. Mi madre toma la hoja, lee y luego me mira. Nora se acerca a mí y me abraza.
—Dice que hackeaste el sistema de un hombre…
Las palabras de mi madre mueren en la boca cuando, un rugido de motor interrumpe la escena. Un SUV negro se desliza hasta el frente de la casa, bloqueando el paso de los policías. De inmediato, ellos se tensan, y colocan las manos cerca de sus armas.
Sonrío, porque sé que es él.
Emilio se baja, imponente con sus gafas de sol y el distintivo colgando de su cuello. Da la vuelta y abre la puerta del copiloto.
De allí desciende una mujer tan elegante que parece una modelo saliendo de una portada de revista. Sus tacones resuenan firmes en el suelo, y su sola presencia hacen a que todas las miradas se centren en ella.
Hellen Clark, y no, ella no pasó por mi cama, los dos somos demasiado orgullosos para dejar que alguien nos domine. Ahora agradezco que fuera así, porque no quiero a mi esposa cerca de una ex ligue.