Actualizando Corazón

Capítulo 22

Nora

—Mami, ven a jugar —grita Charles una vez más.

—Un momento, mi vida —respondo.

No puedo estar tranquila, aunque quisiera. Jasper no es un hombre paciente, entonces, ¿dónde está?, ¿por qué no ataca?

Reviso el sistema una vez más, no quiero arriesgar todo lo que el hombre que amo ha construido, suficiente problema ya ha tenido en la empresa por mi culpa.

Levanto la mirada de mi computadora cuando Elmer, se acerca y me da un beso en la frente.

—Cariño, descansa, no va a pasar nada —dice él.

Asiento con la cabeza, pero en el fondo sé que algo más puede pasar, lo puedo sentir.

—¿Tienes miedo o qué? —le provoca el niño.

Él me hace un gesto hacia mi hijo, me guiña un ojo y luego sale corriendo hacia Charles otra vez.

Siguen pateando la pelota en el césped, se ríe mientras juegan. Mi corazón se calma al verlos así: parecen de verdad padre e hijo, uno copiando al otro sin darse cuenta. Elmer corre y Charles lo imita con torpeza, riéndose de sí mismo. La forma en que lo mira, con esa adoración tan b, me bonita, derrite el pecho.

De repente veo como levanta a mi hijo y le da vueltas en el aire, haciendo que se ría. Vuelve a bajar y entonces Charles patea hacia mi lado, viene corriendo con las mejillas rojas.

—¡Mami! Quiero comer un pastel de chocolate —grita con fuerza.

Lo miro desconcertada. Mi hijo no es de pedir dulces así.

—Pero acabas de comer —replica Elmer, medio jadeando.

—¡Toda esta corrida me dio hambre! —se queja Charles con dramatismo, llevándose las manos al estómago como si fuera un actor de teatro.

Elmer ríe, pero yo me quedo clavada en la expresión de mi hijo. Charles me hace unas señas raras con la cara, frunciendo la boca y levantando las cejas. No entiendo lo que quiere decirme, pero su mirada es insistente.

—Vamos, mamá, por favor… —susurra bajito, demasiado distinto a su tono normal.

Una alarma me recorre la espalda.

—Amor, ven, ayúdame a hacer el pastel —le pido a Elmer, intentando sonar natural.

Charles da un salto en el lugar.

—¡Mamá va a quemar hasta el agua! —se burla, y la carcajada de Elmer truena en el aire.

Cuando voy a tomar la pelota, mi hijo levanta la mano con prisa.

—No hace falta, quiero seguir jugando después de meter el pastel al horno.

—Estás mandón —ríe Elmer, despeinándole el cabello.

Pero en cuanto se acerca a mí, y coloca su mano en mi espalda, sus dedos empujándome con más fuerza. Está claro que él también sabe algo.

—Me están asustando… —susurro tan bajito que solo él puede oírme.

Su rostro cambia en un segundo tensando la mandíbula. Sin decir más, entramos en la casa.

Él se gira y coloca el código para bloquear la puerta francesa con un chasquido metálico que me retumba en los nervios.

—¡A la oficina ahora! —grita, y Charles reacciona de inmediato, corriendo a tomar mi mano.

Su pequeña palma está caliente y sudada en la mía. Lo sigo con el corazón en la garganta, me doy cuenta de que mi hijo entendió antes que yo lo que está ocurriendo.

Elmer

Cierro la puerta de la oficina con llave y aprieto el botón bajo el marco del cuadro. La pared comienza a girar despacio hasta dejarnos frente al pasadizo oculto. Antes de entrar, activo desde el panel, el protocolo de cierre total: todas las ventanas, accesos y rejas electrónicas quedan bloqueadas con otro pitido metálico.

—Vamos, rápido —apuro a los demás.

Apenas estamos dentro, la pared vuelve a girar y se sella tras nosotros. La habitación se ilumina con luces suaves y el sonido de ventiladores internos. Frente a nosotros, varias pantallas muestran todas las cámaras de la casa, cada ángulo posible.

—Esto es genial —murmura Charles con una sonrisa nerviosa, frotándose las manos, aunque hace apenas un instante estaba blanco del susto.

—¿Qué está pasando? —Nora me mira con los ojos abiertos, su respiración entrecortada.

Tiene a su hijo apretado contra su pecho, acariciándole la cabeza con movimientos rápidos, tal con miedo de que alguien viniera a arrancárselo de los brazos.

—Charles notó un dron sobrevolando la casa, me lo contó cuando lo levanté del suelo. Y el guardia del jardín empezó a comportarse diferente hoy, no lo había visto antes hasta ahora, no ha hecho nada, pero no voy a arriesgarlos de ninguna manera —respondo mientras me acerco a la computadora principal.

Nora se sienta en una de las sillas giratorias, puedo ver que está temblando. Sus brazos envuelven al niño con fuerza; lo besa en la coronilla y lo mece despacio, aunque el pequeño ya percibe la tensión y se aferra a su madre con los ojitos llorosos.

—¿Qué vamos a hacer? —pregunta con la voz rota, puedo sentir el miedo de mi mujer.

—Avisar a Emilio —informo mientras tecleo con rapidez, abriendo la línea segura de comunicación.

El silencio de la sala se rompe con el zumbido de las cámaras haciendo zoom automático. En una de las pantallas, vemos al guardia del jardín detenerse frente a la cocina. Su andar es extraño, casi mecánico. Luego tira de la manija de la puerta, intentando abrir.

—¡Dios mío! —Nora casi grita, levantándose de golpe. Aprieta al niño contra su pecho, sus manos tiemblan tanto que le cuesta acariciarlo.

—Tranquila, cariño —digo, aunque mi mandíbula está tensa y mis dedos siguen golpeando el teclado.

Envío el código a mi hermano y me acerco a ella.

—¿Tranquila? —sus ojos azules me taladran, enrojecidos—. ¡Ese hombre está adentro de nuestro jardín, intentando entrar a la cocina! ¡Y tú me pides que esté tranquila!

El niño se sobresalta por el tono de su madre. Nora lo balancea y lo aprieta más las lágrimas asomándole en los párpados.

—Bueno… ¿saben que le dice un pato a otro pato? —bromea con voz temblorosa, forzando una risa nerviosa. Nadie le responde. Él se rasca la nuca y baja el tono—. Ok, ya sé… mal momento.




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