Elmer
Sé que Elmer está cargando con más peso del que debería. Acompaño las cifras: las acciones de la empresa caen, los inversionistas lo presionan y los problemas no dejan de multiplicarse.
Viene semanas siendo así, él nunca se queja, pero voy conociéndolo, sé cuándo sus hombros se tensan por dentro, aunque intente sonreír.
Quiero ayudarlo, sé que tengo potencial, aunque no quiero presionar, este es un momento para proponerlo. Ha pasado un mes de nuestro matrimonio, y hasta ahora él ha sido tan paciente, es mi momento de retribuir.
Recordarle que, a pesar del caos, aquí en casa lo espera un refugio.
También quiero un momento solos nosotros dos, y con mi hijo en casa es difícil, no quería cerrar nuestra puerta con llave, por todo lo que pasó estos días, sin embargo, merecemos un día al menos, sobre todo mi esposo.
Por eso, suspiro y tomo el teléfono y marco el número de Audrey. Contesta al segundo tono, como siempre, con esa dulzura que me envuelve.
—Nora querida, ¿cómo estás? —me pregunta, su voz me llena de calma.
Ella siempre tan amable, me hace sentir que estoy en familia.
—Bien, espero que también lo estés —respondo, un poco nerviosa.
—Sí, lo estoy, dime ¿en qué puedo ayudarte?
Dudo, muerdo mi labio, porque pedir esto me hace sentir egoísta, pero pienso en Elmer, en todo lo que merece, y sé que vale la pena.
—Me apena pedirte esto, y créeme no me molestará si te niegas… solo quería saber si puedes quedarte con Charles hoy. Quería hacerle una cena a Elmer —confieso al fin.
Del otro lado se queda en silencio por un breve momento, y luego escucha una risa cálida que me hace sonreír.
—Por supuesto, con mucho gusto. Iré por él de inmediato.
—Está bien, gracias de verdad.
—Soy yo quien agradece la confianza, mi niña —responde ella con ese cariño que me derrite.
Corto la llamada con el corazón un poco más liviano y voy a buscar a Charles en su habitación. Él me sonríe apenas me ve, y esa sonrisa siempre me contagia. Desde que lo tuve en mis brazos nunca nos hemos separado tanto, por eso dudo otra vez.
—Mami, ¿pasa algo? —me pregunta con su vocecita curiosa.
Me siento a su lado en la cama y tomo aire.
—¿Te gustaría pasar la noche con la abuela? —pregunto despacio para medir su reacción.
Charles sonríe enseguida y aprieta mi mano con fuerza.
—Sí, me gusta la abuela, pero no quiero que estés triste si estoy con ella. Sabes, Elmer puede acompañarte —dice con tanta seguridad que mi corazón se encoge.
Mi niño no duda en dejarme, y no sé si me siento orgullosa de mi bebé, o quedarme triste por eso.
—Yo la llamé para que se quede contigo —confieso—. Quería tener una noche de adultos.
Mi hijo se ríe suavecito, con esa madurez que a veces me asusta.
—Mami, soy un niño grande, sé cuidarme, no te preocupes por mí. Sé que me amas, pero necesitas salir.
Me abraza con fuerza, y no puedo evitar que las lágrimas me caigan. Lo aprieto contra mi pecho y asiento sin poder decir nada más.
Entre risas y pequeñas bromas, comenzamos a preparar sus cosas.
Una hora después, llega su abuela y se lo lleva. Poder decir, esa palabra ahora, me llena de emoción. Se va feliz, y una vez que me quedo sola, ayudo a la cocinera a preparar todo.
Por supuesto, no iba hacerlo sola, si no, nadie cena. Cuando estuvo todo listo, me cambio por un vestido sencillo y lo espero, está por llegar.
Mi corazón palpita cuando veo su auto entrar. Un momento más y lo veo venir.
El sonido suave de la música llena la sala cuando Elmer entra. Suspiro al verlo, él me sonríe, y sé que este gesto es solo para mí, tan dulce y llena de amor.
Respiro hondo y me acerco, el vestido que elegí —rojo, sencillo pero elegante, con un lazo fino en la cintura— se mueve con cada paso.
Sin pensarlo, deslizo mi mano en la suya y lo atraigo hacia el centro de la sala. Me mira sorprendido, aunque no duda en seguirme.
—Baila conmigo —pido.
—Siempre —responde sin dudarlo.
Sus ojos no se apartan de mí mientras me guía con un movimiento seguro. Giro y cuando vuelvo, caigo en sus brazos.
Mi risa escapa suave, nerviosa y feliz a la vez, y entonces me pongo de puntillas para rozar sus labios.
—Estamos solos —susurro, sintiendo el calor en mis mejillas.
Él me devuelve el beso, más profundo, como si hubiera estado esperando este instante tanto como yo.
Cuando nos separamos, apenas por un segundo, sus ojos me prometen cosas que ni siquiera puedo repetir sin ruborizarme.
—Soy tuyo, haz de mí lo que quieras.
Sonrío y, sin poder evitarlo, me aferro un poco más a él, pero me obligo a apartarme con las mejillas ardiendo.
—Hicimos la cena —anuncio.
Sus labios se levantan, casi incrédulo puedo decir.
—Tengo hambre de muchas cosas —declara.
Mi respiración se acelera al escucharlo, él solo sonríe y me toma de la mano guiándome hacia la mesa, me retira la silla y me siento, él se acomoda frente a mí.
Nos sirve una copa de vino, y observa las comidas. Me mira con una ceja levantada.
—Fue Teresa quien hizo, solo prepararé las ensaladas —confieso.
Elmer se echa a reír, pero no burlándose de mi falta de experiencia, él no haría eso.
—Gracias —dice luego, y toma mi mano para depositar besos en mis nudillos.
La mesa iluminada por las velas que preparé, la luz dorada dibuja sombras suaves en su rostro, haciéndolo ver aún más serio, más intenso. Me observa en silencio mientras coloco los platos frente a nosotros.
Me pongo nerviosa, bajo la mirada, pero su mano roza la mía y me obliga a levantar la vista.
—Estás preciosa —murmura.
Mi corazón se sacude. El vestido de pronto me parece más atrevido de lo que pensé, porque sus ojos se detienen en mí de una forma que me enciende.
Comemos despacio, entre risas y pequeños silencios llenos de tensión. Cada vez que llevo una copa a mis labios, siento su mirada clavada en mí. Cada vez que él me sirve un poco más, nuestras manos se rozan. El calor crece, despacio, inevitable.