Actualizando Corazón

Capítulo 27

Elmer

El sol de San Francisco está alto todavía, el cielo limpio y el aire huele a césped recién cortado. Caminamos despacio por el parque, Charles va entre nosotros, con su mochila pequeña colgando de un hombro, se ha cansado.

Me doy cuenta de que no suelta la mano de Nora, y a mí me da gracia porque él no deja de ser un niño por muy inteligente que sea.

Hace buen rato que quería helado, sin embargo, si no comía todo su almuerzo, no habría postre.

—No corras tanto, Charles —advierte Nora cuando él empieza a irse hacia adelante.

—No estoy corriendo, mamá, solo camino más rápido que tú. —Levanta la barbilla, serio.

Me río y le doy un pequeño empujón en el hombro.

—Escucha a tu mamá, que tienes los pies diminutos va como una tortuguita —digo y eso le hace reír desde del fondo de su garganta.

Como el niño curioso que es, le llamó la atención unos niños que están volando sus cometas. Nora y yo nos detenemos bajo una sombra, y sé lo que él está pensando antes de que abra la boca.

—Podríamos construir una mejor —murmura—. Una con sistema de dirección autónomo, que se estabilice sola aunque haya ráfagas de viento.

Las comisuras de mis labios se levantan.

—¿Y de qué materiales? —le pregunto, intrigado.

—Fibra de carbono ligera, Kingsley y sensores de presión.

Nora se echa a reír, se cubre la boca con la mano, luego mira a nuestro hijo.

—Amor no quieres un juguete, lo que buscas es un dron disfrazado de cometa.

Y asiento, orgulloso.

—Eso mismo pensé.

—Miren, aquí podrán ver —murmura Charles, con entusiasmo.

Nos sentamos en un banco, y empieza a dibujar con un palito sobre la tierra, explicando cómo funcionaría su invento.

Me sorprende cada vez, pero lo disfruto más al ver cómo Nora lo escucha con paciencia, inclinada hacia él, acariciándole el cabello cuando se emociona demasiado.

—Bien, ahora que está todo entendido, ¿podemos seguir a nuestro destino, por favor? —pide.

Nos ponemos de pie, y seguimos caminando para entra a una heladería.

—Quiero menta con trozos de chocolate —suelta él.

—¿Y para ti, mi amor? —Miro a mi esposa.

—Fresas nada más —me sonríe.

—Ya vuelvo enseguida. —Les guiño un ojo.

Me acerco y hago mi pedido, pago y vuelvo junto a ellos en la mesa. Me hace gracia como el niño mira a la bandeja cuando se lo llevan.

Cuando coloca la primera cucharada en la boca, cierra sus ojos y suspira sé ahora vamos a escuchar algún dato durante las dos horas consecutivas.

—Estaba leyendo sobre un proyecto en Estados Unidos —empieza, moviendo la cucharita en el aire, Nora y yo nos damos una mirada divertida—. Han logrado desarrollar un sistema que traduce los pensamientos en texto. Usan resonancias magnéticas y modelos de lenguaje. Lo llaman “lectura de mente”.

Nora se queda con la cuchara a medio camino.

—¿Eso es real?

—Sí, mamá. Todavía no es perfecto, pero ya pueden escribir frases completas. La idea es ayudar a personas que no pueden hablar.

Lo dice tan convencido, tan natural, que yo solo me quedo observándolo. Mi hijo de ocho años, hablando de neurociencia como si fuera cualquier cosa.

Nora me mira de reojo, y en sus ojos hay ternura y un poco de incredulidad. Le tomo la mano bajo la mesa.

—Eres brillante, Charles —le digo.

Él se encoge de hombros, con esa timidez que me recuerda tanto a mí de niño.

—Solo hay que leer —contesta.

Nora le da un beso la mejilla, y yo sé que la escena se me quedará grabada: los tres juntos, riendo entre cucharadas de helado, como si todo lo demás en el mundo no importara.

Y por un instante, pienso que esto es lo más parecido a la perfección que uno puede pedir.

Nora

Apenas cruzamos la puerta de casa, Charles me mira con esos ojitos brillantes y enseguida me doy cuenta que tiene algo en mente. Elmer se para detrás de mí cuando mi hijo nos bloquea el paso.

—Mamá… yo te amo. Nunca te voy a cambiar, pero me gusta estar con mi abuela —suelta.

Parpadeo, sorprendida, casi sin procesar lo que me dice.

—Yo también te amo, cielo, pero dime, ¿No estás molesto porque te voy a dejar con ella hoy? —pregunto, inclinándome para quedar a su altura.

Él niega con la cabeza, serio, y mi pecho se calma.

—Estoy feliz. Me gusta pasar tiempo con ella —sonríe.

Mi corazón se enternece, y no puedo evitar sonreír. Le acaricio la mejilla y le doy un beso suave en la frente.

—Eres mi tesoro. También te amo.

—Lo que te iba decir es que quiero pasar más días en la casa con ella —explica.

Charles me deja sin palabras cuando me dice eso. Su carita tan seria, sus ojos grandes fijos en los míos, y ese “yo te amo mamá” que me hace un nudo en la garganta. Lo abrazo fuerte, siento el perfume de su cabello y lo beso en la mejilla.

Sonríe y siento la mano de mi esposo en mi hombro.

—Está bien, puedes quedarte —acepto.

Lanza su puño en el aire y lanza sus puños al aire y, como un torbellino, corre hacia su

Me quedo de pie, tratando de procesar lo que acaba de pasar, cuando siento los brazos de Elmer envolviéndome por detrás. Me aprieta contra su pecho y apoya la barbilla en mi hombro.

—Estoy seguro que mamá no puede con tanta felicidad… —murmura junto a mi oído—. Sacó la lotería con este niño.

—La lotería la saqué contigo también —respondo bajito, apoyando la cabeza en su hombro.

Él ríe con suavidad y me da un beso en la sien. Su risa es contagiosa, cálida. A un año atrás bajas creería ver a Elmer Kingsley así.

Poco después, llega mi suegra, tan impecable y tan hermosa como siempre. Se acerca a mí con los brazos abiertos. Elmer le saluda a su madre, y luego se va junto a nuestro hijo para ayudarle.

—¿Cómo estás, mi niña? —pregunta ella al abrazarme.

—Un poco nerviosa —admito devolviendo el abrazo.

Ella se aleja un poco para mirarme.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.