Sé que será un gran esfuerzo narrar esta historia y ni siquiera sé si voy a ser capaz de lograrlo. Miro el cuaderno en blanco y me tiemblan las manos; me es difícil pensar en todo lo que ha pasado. Aún siento miedo, vergüenza, aún me estremezco en mis pesadillas.
El psicólogo dijo que me haría bien poder hablar del tema, aunque sea escribiéndolo. Tal vez ya es tarde para contarlo; debí hacerlo antes de permitir… que me destruyeran por completo.
De solo recordar comienzo a llorar. no logro refrenar las lágrimas, corren por mis ojos como lo han hecho todos estos años, el terror vuelve a apoderarse de mí y vuelvo a sentirme tan desvalido, que me da rabia conmigo mismo, de no poder cambiar las emociones que me embargan.
Solo deseo que de verdad ya haya sido el final de los malos días; anhelo cerrar este capítulo para siempre. Y aún así, me pregunto una y otra vez: ¿Cómo permití que llegara hasta este punto? Ni siquiera sé si llegaré a sanar mi alma por completo. Tampoco estoy seguro por dónde comenzar a hablar de todo.
Mientras era niño, en mi mente mi familia era perfecta, los amaba; ahora insisto en buscar causas posibles por lo cual todo cambió. Sigo creyendo a veces, que todo es mi culpa, sigo pensando en que si sólo hubiera sido el hijo sumiso y obediente que papá quería, no habría terminado todo de esta forma. La única certeza que tengo es que fue la entrada a la adolescencia la que marcó mi destino, aunque yo no conocía en ese tiempo los secretos de mis padres y jamás me hubiera imaginado lo que eso significaría para mí.
Supongo que debo empezar por el principio… cuando mi familia era perfecta.
Capítulo 1.-
Mis padres se vinieron desde el sur cuando yo era pequeño para buscar una mejor vida, fue así como llegamos a Tocopilla. Mi tía Dina ya vivía aquí, desde un poco antes.
Mi padre era un hombre esforzado, trabajador, sin vicios, un poco estricto —en realidad mucho—; era controlador, frío y bastante avaro, a decir verdad. Mi mamá se dedicaba a los quehaceres de la casa, a atender a mi padre y era buena conmigo; me protegía.
Vivíamos en una casa muy humilde y pequeña en el sector norte de la ciudad, y a medida que fueron naciendo mis hermanos, mi padre fue mejorando la construcción, poco a poco y con mucho esfuerzo. Esta es la misma casita que aún conservan.
Mis hermanos nacieron con dos años de diferencia cada uno, el más grande de ellos nació cuando yo tenía seis. Mi hermanita Julieta nació mucho después.
Los vecinos solían a veces elogiar a mis padres, porque ellos nunca discutían, mi padre nunca se emborrachó, ni la golpeó; se me ocurre que tal vez les parecían seres ejemplares. Pero era mi mamá la que siempre agachaba la cabeza y le llevaba el amén en todo para que él no se molestara.
Mi mamá se sometía a él en todo, y él esperaba lo mismo de nosotros; Anaya, mi madre, siempre nos recomendaba el portarnos bien, ser obedientes, no reclamar por nada y guardar silencio cuando no estábamos de acuerdo en algo.
Pasábamos siempre en casa; de la casa a la escuela, de la escuela a la casa, esa era la rutina. A él no le gustaba que estuviéramos afuera, menos en casas de otros, y nunca había permiso para muchas de las cosas que ansiábamos, pero mamá siempre nos convencía de que papá tenía la razón, que era para protegernos, que eso era lo correcto y que en el futuro lo entenderíamos.
¡Traté de soportar esa vida; juro que lo intenté muchas veces!
Pero cada año que pasaba, era más y más fuerte mi deseo de libertad… En realidad, sólo quería ser aceptado entre mis pares de la escuela, hacer lo que ellos hacían, y que dejaran de verme como a un bicho raro.
Capítulo 2.-
Tenía trece años cuando las cosas se empezaron a volver feas. Yo deseaba ir a la fiesta de fin de año del curso; estábamos en octavo, saldríamos de la primaria y nunca me habían dado permiso para participar de las actividades extra programáticas del establecimiento, ni siquiera de las importantes. Siempre había una excusa, lo cierto es que simplemente a él no le gustaba.
Fue la primera vez que me trabé en una discusión con él, que le alcé la voz y le reproché por todo lo que encontraba injusto; para mi sorpresa fue la primera vez que actuó con tanta violencia: me golpeó; estaba furioso, tanto o más que yo.
—¡¿Pero, por qué no puedo ir?! —frustrado les reclamé a mis padres—. ¡Mamá! ¡Dile a mi papá que me deje ir! ¡Yo quiero ir! Todos van a estar, ¿por qué yo no puedo estar con ellos? ¿por qué soy siempre el que no puede participar en nada? ¡Es tan injusto!
—Yo no voy a meterme en esto, Gaspar, la decisión es de tu padre —dijo mi madre mirándome con tristeza y se fue de la sala, dejándome solo con él.
—Papá… que te cuesta, dame permiso, es sólo por esta vez… —cambié mi actitud a una de suplica.
—¡Ya te dije que no! ¿Cómo es que no entiendes? ¡No vas a ir a esa fiesta y punto! —respondió terminante, lo cual me hizo enfurecer más.
—¡No es justo! ¡No es justo! —armé una rabieta—. Ustedes siempre toman las decisiones por mí. Ya estoy grande, quiero decidir qué hacer, quiero participar con los otros niños, ustedes no saben lo que es que se rían de mi porque siempre quedo afuera de todo, sólo porque a ustedes se les antoja, no quiero pasar el tiempo metido en esta casa aburriéndome, ¡quiero salir! ¿Es que no lo entienden? —grité culpándolos de mi desdicha.
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Editado: 10.07.2022