Adolecer

Capítulos 03 al 05

Capítulo 3.-

 

            Llegó marzo. las clases comenzaron, y por un lado era bueno, porque podría salir de nuevo a la calle; a veces era mejor estar en la escuela, que en la casa. Allí me desesperaba, me sofocaba. Además que no tenía celular, ni computadora, ni nada, sólo la tv. Pero por otro lado la escuela también tenía sus dificultades; los chicos pronto formaron grupos, y no tardaron en darse cuenta que yo no era igual a ellos, y todo volvió a repetirse: Las burlas por la ropa vieja y mi aparente pobreza; por no llevar los materiales que pedían porque nadie me los compraba; mi aspecto desgarbado y el horrendo corte de pelo que mamá siempre me hacía para ahorrarse la peluquería. Eso sumado a mi maldita timidez y al hecho de que tartamudeo cada vez que estoy muy nervioso, hizo que volviera a estar siempre solo; nadie quería ser mi amigo. Pensé que estaba condenado a la soledad y al rechazo.

            Pero ya no quería tolerar a los bravucones que siempre buscaban humillarme, más con la rabia que me seguía dando mi padre a quien culpaba de todos mis males, empecé a trabarme a golpes con los que osaran molestarme, y aunque me pegaran, al menos podían ellos también recibir su parte.

            Una tarde golpee a dos de ellos, estaba furioso, porque había peleado con mi padre una vez más por el tema de los permisos; tal vez me estaba poniendo  violento por la misma violencia que recibía en mi casa después de cada discusión. Ellos jamás pensaron que yo sería capaz de dejarlos tan machucados. Por desgracia, eso significó que llamaran a mis padres y me suspendieran por unos días del liceo. Me costó otra paliza, pero lo peor fue la amenaza; mi papá no quería que lo volvieran a llamar de la escuela para dar una queja mía. 

—¡Espero que no haya una siguiente vez, o te quedarás el resto del año encerrado en casa, y me importa un carajo si pierdes el año, después de todo tu estupidez no se va a quitar por más que asistas a la escuela! —me vociferó.

¿Qué podía hacer? Tuve que dejar que me molestaran y me humillaran los malditos patanes esos y que me golpearan para vengarse, sin poder defenderme de ellos, para que él no tuviera que ir a la escuela otra vez. Sentía que la rabia y odio hacia él crecía y crecía más en mi interior.

            Para peor, a la profesora se le ocurrió hacer un trabajo en parejas, sacadas al azar. Yo asumí al instante que a quien le tocara trabajar conmigo se iba a fastidiar y no querría.  Le tocó a una niña a la que nunca había hablado. Por lo que dejé pasar los días, ni yo la busqué ni ella a mí para ponernos de acuerdo. No quería pasar otra vergüenza, otro rechazo, menos con una mujer, y aunque no la consideraba la chica más bonita ni esbelta, el solo hecho que fuera chica, ya me ponía más nervioso de lo usual.

            Faltaba  apenas un fin de semana para que se cumpliera el plazo para entregar el trabajo, cuando Sally se acercó a hablar conmigo.

—Tú eres mi pareja para el trabajo; no pienso sacarme una mala nota por tu causa,  así es que aunque no te guste tendrás que trabajar conmigo  —Sally hablaba, espontánea y un poco molesta, y yo no sabía qué decir, nunca pensé que ella estuviera dispuesta a hacer la tarea conmigo.

—Yo… pensé… es que… tú… yo… —Maldita tartamudez.

—Tenemos que juntarnos este fin de semana. En mi casa no se puede, porque mi mamá trabaja y no le gusta que me quede sola con chicos allí, así que… ¿crees que podamos ir a tu casa?

—¿Mi casa…? —Me pilló helado.  ¿Y si mi papá se enojaba? fue lo que pensé de inmediato, nunca había llevado a nadie a casa, no sabía si podía hacerlo.

—Bien. ¿El sábado a las cuatro? —Mi pregunta la tomó como una afirmación. Por lo que solo asentí sin poder decir nada más. Ella se voltéo para marcharse y su largo cabello castaño oscuro me rozó la cara, entonces agregó:— ¡Me pasas anotada  tu dirección en la sala de clases! 

¡En qué problema me había metido! Suspiré nervioso. Lo único que me quedaba era rogar para que mi mamá fuera capaz de guardarme las espaldas, y hacer ese bendito trabajo antes de que papá regresara a casa y la encontrara allí;  yo no quería despertar su ira delante de alguien ajeno a la familia.

 

Capítulo 4.-

 

            Después de suplicar un poco, logré que mi mamá me ayudara, y ese sábado, la delgada trigueña de ojos verdes, llegó puntual a mi casa.

            Trabajamos tranquilos en la mesa del comedor de la sala. Mamá dio permiso a los pequeños para que fueran a jugar a casa de la vecina; no era primera vez que iban: ese era un secreto que teníamos del cual papá no debía enterarse.

        Sally quería imprimir unas imágenes para nuestro trabajo, pero yo no tenía computadora, menos impresora, y la de ella dijo que estaba mala, por lo que quiso que imprimiéramos en un ciber y compartiéramos los gastos. Con vergüenza tuve que decirle que no tenía dinero para eso, pero le dije que podía dibujar; para salir del paso.

            Dibujar siempre me ha gustado, creo que tengo un poco de talento para eso. Ese día me esforcé por hacer unos excelentes dibujos y los pinté; aún hoy recuerdo la cara de agrado de ella, y todos los elogios que me dio. Era la primera vez que alguien me elogiaba por algo; nunca lo olvidaré, me sentí más que feliz en ese instante y eso me dio la confianza para conversar más con ella, rompimos por completo el hielo y la tarde se hizo mucho más alegre.




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