Benditos nervios!
Ya estaba lista, pensó mirando su imagen reflejada en el espejo de su habitación. Por recomendación de Eloise, llevaba un pantalón en color marrón oscuro y una camisa beige ajustada con un ancho cinturón de pedrería, que su amiga insistió en prestarle. El cual hacía resaltar su bien formada figura. El resultado la sorprendió. Lucía elegante y formal sin caer en la excesividad. Completó con unos sencillos zapatos de tacón. Odiaba los tacones pero no tenia opción. Debía acostumbrarse.
Tomó su bolso y fue a la habitación de su madre para despedirse. La encontró tejiendo. Otra de sus aficiones. Le dio un beso en la mejilla y estaba a punto de salir, cuando ella notó algo en su cuello. Con rapidez fue hasta el espejo y observó que tenia varios rosetones en la base del cuello y empezaban a aparecer más por su pecho.
-No puede ser! -gimió. -No hoy.
Georgia se levantó y fue hacia su hija. -No te preocupes. -Le pasó el antialergico que reposaba sobre una mesilla. -Toma una antes de salir, seguro que se te pasa. Imagino que comiste algo con cacahuete para que estés así.
-No recuerdo haber comido nada más que mi desayuno esta mañana. -dijo y tragó una píldora en seco. Esperaba que tuviera razón y desapareciera pronto. Aun así fue hasta su habitación y agarró una bufanda que usaba en invierno, en color rojo. No sabía que más hacer para ocultar aquello.
Con el bolso en mano se despidió de su madre con un beso. Ésta le arregló un poco la bufanda al cuello y le dio su bendición.
Con los nervios a flor de piel, salió del complejo de apartamentos rumbo a la estación del Sub, en la transversal más cercana, en el pequeño suburbio de Vancouver, donde había vivido desde que tenía 9 años.
Su cabello castaño desprendió reflejos rojizos, a la luz del sol de medio día. La abundante melena le caía con suaves ondas naturales, por la espalda. Habría preferido llevarlo en un recogido sencillo como siempre, pero su amiga tenia razón. Debía dar la mejor impresión posible. Ya después de obtener el trabajo, y estaba convencida de que así sería, demostraría su valía profesional y no habrían más inconvenientes.
Aún era temprano, pero quería llegar muy puntual. Aunque por otro lado, también quería tener tiempo de relajar los nervios y analizar el entorno.
Luego de unos 20 minutos estuvo de pie frente al lugar. Habia escuchado hablar de aquel centro comercial, ciertamente era uno de los más lujosos de la ciudad. Pero jamás había entrado.
Respiró hondo varias veces mientras se aflojaba un poco la bufanda del cuello. Sentía que se estaba asando. Literal. ¡Oh Por Dios! ¿Por que a mi?, gimió para sus adentros. El calor en esa época del año no era para usar aquello. Pero los rosetones aun estaban allí, a pesar de que aguantaba con ímpetu el picor en su pecho y cuello.
Empezó a subir las escaleras tratando de serenarse pues, además, estaba casi mareada de los nervios y le costaba un poco mantenerse erguida con aquellos zapatos, que tampoco es que fueran demasiado altos. Sencillamente no estaba acostumbrada y la hacían parecer torpe. Se agarró al pasa manos cuando estuvo dentro. Lo que faltaba es que se desmayara, por amor a Dios!
Levantó la cabeza y con un poco de admiración observó a su alrededor. El lugar era bastante lujoso y concurrido. Pensó, que una persona podía pasarse el día entero entre tienda y tienda y no lograr ver todo.
Más recuperada prosiguió su camino a los ascensores. Definitivamente era un sitio para personas con mucho dinero, se dijo, cuando se distrajo acercándose a una joyería y se percató de los escandalosos precios a través del cristal del escaparate exterior.
Las pocas prendas que ella usaba eran sencillas y compradas en tiendas. La verdad no era muy aficionada a la bisutería. Sin embargo, se quedó embelesada con un pequeño dige verde, tenia la forma de un trébol de cuatro hojas. Era hermoso. Pero al ver el precio, salió de su ensimismamiento. ¡Diablos! Debía ser de oro puro para valer tanto. Con eso alimentaba a su familia por hasta 6 meses.
Sacudiendo la cabeza se deshizo de la idea y visualizó los ascensores, mientras caminando entre la gente. Se percató entonces de las miradas que le lanzaban, y ella supo por qué. Nadie más era capaz de llevar algo tan grande anudado al cuello, cuando hacia semejante calor. Aunque estaba acondicionado, dentro no refrescaba mucho.
Caminó más de prisa y subió al piso de comidas. Desde lejos vio el restaurant donde había sido citada para la entrevista. Al principio le pareció muy extraño el lugar elegido para una entrevista. Y así se lo hizo saber al gerente, pero éste explicó que era allí donde él laboraba y donde ameritaban un asistente.
Buscó su móvil en el bolso, pero notó que no lo traía. ¡Dios santo! ¿Podria ir peor ese día? Hasta el teléfono se le había olvidado. Ya hasta tenia ganas de salir corriendo y volver a casa. Más sabía que no tendría otra oportunidad, por muchas excusas que pusiera. Por otro lado el calor la estaba volviendo loca. Sopesó la idea de quitarse aquella cosa, al menos por un rato. Pero era peor que vieran aquellas manchas rosas. No! Aguantaría. La entrevista no llevaría mucho tiempo.
En el restaurant pidió le indicaran los sanitarios. Una chica menuda amablemente le indicó el camino. Entró casi corriendo y se descubrió el cuello. ¡Rayos! Aun estaba muy rojo. Los nervios crecían conforme pasaban los minutos. Era la primera vez que sentía tanta presión por conseguir algo, desde que ingresara a la universidad. Y es que había sido admitida en uno de los últimos cohortes a pesar de sus calificaciones sobresalientes. Esto debido a que, según se enteró luego, primero eran admitidos los adinerados que garantizaran grandes donaciones a la universidad.