El movimiento abrupto provocado por el contacto de las llantas del avión contra el duro pavimento a la hora de aterrizar, logró despertarme del profundo y relajante sueño que me acobijó al momento en el que el avión se estabilizó en las alturas del oscuro cielo.
Bajé del avión en dirección a la sala de espera, albergando una leve esperanza de que mi padre estuviese allí, esperando por mí, para llevarme a casa y descansar. Pero sabía que pedía mucho.
Antes de llegar a la sala, mis oídos percataron el ruido proveniente del lugar. Los gritos de niños llegaban hasta donde me encontraba y tal vez iban más allá de mí. Las voces eran como un mar tormentoso. Había notado que el aeropuerto estaba más transitado que el anterior, pero jamás imaginé que fuese más. Giré a la izquierda y allí estaban. La sala estaba completamente repleta. Se podía notar a personas de pie mientras hablaban con sus acompañantes.
Me detuve a unos cuantos metros de los asientos para buscar a mi padre en aquella densa multitud de personas, pero era difícil distinguirlo con tanto movimiento. Ni siquiera sabía cómo iba vestido. Solté un resoplido ante eso. Di unos pasitos para poder examinar en varias zonas. Estaba sintiéndome cansada por lo tarde que era y dedicar más tiempo a encontrar a mi padre lo volvía tedioso. Algo dentro de mí presentía que él no estaba allí, nunca le gustaba esperar demás, lo desesperaba y además era muy atento, pudo divisarme al instante y acercarse, pero no pasó eso. Tomé el celular y chasqueé la lengua al notal lo baja que estaba la batería. Hice una mueca y lo llamé. La llamada tomó tan sólo siete segundos en sonar para luego dirigirme al buzón de voz. Colgué. Pasé una mano por mi cabello para alejar mi molestia. Sabía que esto podría pasar. Era claro que no estaba allí, o al menos no en la sala. Tomé la maleta y crucé la sala en dirección al pasillo principal que conectaba a la gran salida.
Mientras avanzaba volví a llamarle. Buzón de voz, de nuevo. Maldijo, molesta. Esto era lo único malo de mi padre; por su trabajo, todo el tiempo estaba ocupado y cuando tenía que hacer algo fuera de, como salir con mi madre, ir a reuniones familiares o recoger a su hija a altas horas de la noche, no lo hacía, cancelaba. Eran contadas las ocasiones en las que compartíamos momentos o que cancelaba con anticipación, avisándonos. Explicaba que uno de sus pacientes había empeorado o que habían llegado personas en estado crítico y tenía que operar de emergencia. No me era molesto que salvará vidas o que trabajará, lo admiraba por una de esas cosas, pero su empleo le exigía demasiado de él. Casi no lo veía, sólo en sus días de descanso. Era triste interactuar poco con él. Me afligía que tuviera que cancelar eventos o salidas, y era que algo al parecer mi madre ya había aceptado, al casarse con él también lo hizo con su trabajo.
Solté un resoplido y me detuve a unos metros de la puerta, la cual se abrió de par en par cuando alguien cruzó. La briza nocturna golpeó mi cuerpo caliente. La corriente de aire era frígida. Hizo contacto conmigo erizándome la piel.
Sentir el frío que hacía afuera, decidí no salir a congelarme y desde adentro divisé a las personas que deambulaban en las afueras del recinto, en busca de mi padre, pero todo era poco difícil de observar. Así que me puse el abrigo y salí. Abandone lo cálido del aeropuerto dejando que la baja temperatura abrazara mi cuerpo.
Me sorprendía ver como las personas entraban y salían, sin preocuparse por el terrible frío que hacía. Era de mi gusto el frío pero en esos momentos solo deseaba llegar a la cómoda cama y no morir de hipotermia y porque era más probable que al día siguiente tuviese que despertar temprano y mi padre no cooperaba con ello.
Varios automóviles se detenían enfrente de las puertas, de ellos bajaban personas. Los taxis hacían fila a mi izquierda y avanzaban cuando alguien les hacía una señal.
Inspeccione los escasos vehículos que permanecían detenidos, esperando que uno fuese de mí el de mi padre, pero no. Lo llamé de nuevo, pero el buzón de voz entró primero. Refunfuñé y colgué. Me tenía que ir a casa ya.
Sin darme cuenta, tomé la maleta con la mano herida y al momento de apretarla un dolor me recorrió la palma. Fruncí el ceño al notarlo. Solté un leve gemido y dejé caer de inmediato la maleta, la cual se impactó contra el suelo húmedo. Maldije. Revisé mi mano y en el centro de la bandita se reflejaba, apenas visible, una mancha de sangre. Puse los ojos en blanco. Que tonta fui. Me coloqué de cuclillas para recoger el equipaje y al estirar mis manos, estas se encontraron con otras, cálidas y amigables, suaves. Alcé de inmediato la mirada, sorprendida y asustada por aquello. Allí estaba él, el chico que había limpiado y casi curado mi torpeza del avión. Me relajé un poco. Al menos no era alguien que quería robarme.
—Permíteme —dijo suavemente, como si yo fuera una damisela en peligro y él un buen caballero.
Antes de que yo pudiera decir algo o impedirlo, sus manos ya habían atrapado el equipaje y cuidadosamente nos levantamos.
—Gracias —dije amablemente con una sonrisa.
—¿Estás bien? —volvió a preguntar entrecerrados los ojos mientras me extendía la maleta.
—Claro —dije sin descuido. —Sólo que tomé el equipaje con la mano equivocada —expliqué como si no hubiese sido nada importante de que preocuparse.
—Bueno —comenzó a decir suavemente. —Ya no lo hagas o podías quedarte sin mano -bromeó riéndose de mi torpes.
También me reí ante eso.
—Lo tendré en mente —dije sarcásticamente. —Y gracias, por lo del avión y por esto, ya sabes. —Era mala para las disculpas y los agradeciendo y las palabras salían de mi boca casi a tropezones.
—No hay de qué. Fue un placer —dijo caballerosamente. —Soy Sebastian. —Extendió una mano y sonrió al presentarse.
—Anthara —respondí saludándolo.
Metió sus manos en su abrigo negro después de estrecharnos. De su boca salía vapor y, a decir verdad, tenía unos labios agradables, ligeramente carnosos, no tanto como los míos. Su nariz era casi perfecta, algo que yo observaba mucho de las personas. Su cabello iba bien peinado y se podía notar lo quebradizo que era. Bajo la oscuridad sus ojos parecían hacerle juego, pero eran un poco más claros, algo así como avellana oscura e iba muy bien vestido. Su abrigo lo cubría casi por completo y lo hacía parecer más robusto de lo que noté en el avión. Su rostro se decepcionó a la hora de echar un vistazo detrás de mí. Me giré lentamente conforme él iba acercándose, para colocarse a un lado. Teniendo una vista clara, percibí cuando un automóvil se detuvo frente a nosotros.