Afterglow

4

Cuando el taxi giró a la izquierda en dirección a la avenida principal que dirigía a una de las primeras entradas de la ciudad, las gotas de lluvia comenzaron a descender levemente. Primero eran brisitas indetectables que se posaban tan dulcemente en el parabrisas, sin hacer que el conductor tuviese la necesidad de limpiar los cristales. Mientras avanzábamos por la recta, éstas fueron aumentando de volumen. En segundos se convirtieron en gotas grandes que salpicaban cuando se destruían al tocar un objeto sólido, e instantes después la lluvia torrencial nos había envuelto en su corriente. El parabrisas se volvió borroso, los limpiadores trabajaban tan raído como podían, pero mientras quitaban el agua de un lado, éste se volvía a llenar de líquido.

Aún con el diluvio que caía sobre nosotros, mi mente se posaba en aquel chico de nombre Sebastian. Un nerviosismo me recorrió el cuerpo. Parecía tan amable, caballeroso y atento cuando se ofreció llevarme a casa, lo cual me incomodo un poco y me tomo por sorpresa, tal vez en mi rostro se había reflejado confusión y un poco de desesperación por no saber qué decir, o como eludir aquello que no le ofreces a un extraño. Aunque por otra parte, parecía tan agradable que se sentía normal esa proposición.

Gire la cabeza a la ventana pero observar como la lluvia se apoderaba de todo y así despejarme la mente. Afuera, al igual que la basta lluvia, la noche acobijaba todo. Las luces de los automóviles iluminaban el camino mientras pasaban junto al taxi.

Recordé que tenía que avisarle a mi madre cuando hubiese llegado al aeropuerto, pero con la preocupación que me invadió y la desesperación al no ver que mi padre estuviera allí, lo olvidé. Tal vez mi madre seguía despierta resolviendo un caso como comúnmente pasaba, o tal vez ya estaría durmiendo tranquilamente, pero para no correr un error y despertarla, decidí escribirle un mensaje de texto.

Ya estoy aquí.

Papá lo hizo de nuevo,

Pero ya voy en camino.

Te quiero, descansa.

Cuando le presione enviar, el taxi giró a la derecha y la ciudad brillo ante nosotros. La lluvia ya estaba descendiendo mientras andábamos por las calles concurridas. El agua parecía no asustar o preocupar a sus residentes. Caminaban por las banquetas, entraban a tiendas, salían de cafeterías, restaurantes elegantes, cruzaban con paraguas elegantes y seguían su camino. Una que otra persona si corría, o trataba de cubrirse por no obedecer al canal climático.

El taxi se movía lentamente mientras lo acariciaban las gotas en su andar. El clima se podía percibir frío, pues los habitantes cargaban sus abrigos. Todo aquello parecía tan pacifico.

El automóvil volvió a dar una vuelta y sin prestar atención, avanzo por la calle en la que la casa de mi tía se encontraba. Fue hasta que se detuvo cuando me percate que habíamos llegado. Pagué el servicio, baje junto con mis cosas, cerré la puerta y el coche se fue dando pequeñas salpicaduras de agua estancada.

Tomé la maleta y subí los escalones de la casa, la cual no parecía una casa en todos los sentidos, lo consideraba más como departamentos con habitaciones suficientes para una familia, además todas las casas tenían la misma fachada, los mismos escalones, la puertas y demás, sólo cambiaba el número. Llegué a la puerta, toqué el timbre y aguarde a que alguien bajara, pero mientras los segundos avanzaban, nadie abría. Toque de nuevo y esperé, instantes después de escuchó un ruido y un quejido desde adentro, reconocí la vocecita de mi tía. La puerta sé entre abrió y levemente dejo al descubierto el rostro de ella, quien veía sospechosa y desconfiada, pero al percibirme parada, rápidamente esbozo una mueca de sorpresa y la puerta se abrió por completo mostrándome a mi tía en un atuendo para dormir de seda y color rosa, a su vez, la luz del pasillo estaba iluminada, la cual era la única encendida junto con la de las escaleras.

–¡Cariño! –expresó con alegría y respondí sonriéndole. –Adelante, pasa –dijo mientras se hacía a un lado para dejarme entrar. Cuando cruce el umbral y estuve a unos centímetros dejos de ella, cerró la puerta.

–Hola tía –dije mientras la abrazaba.

Olía bien, incluso para ya estar lista para la cama tenía un peculiar aroma debajo de su corto cabello.

–Ay cariño –expresaba felizmente. –No esperaba que llegaras sola, ¿y tu padre? –frunció el ceño.

Deje escapar un resoplido.

–Me escribió diciendo que tenía cirugía de último momento –expliqué casi disgustada.

Mi tía abrió los ojos y la boca mientras asentía con la cabeza, luciendo un poco molesta por la falta de atención que mi padre manejaba conmigo, pero era algo que yo ya había aceptado.

–Debieron llamarme y yo iría por ti, cariño –dijo decepcionada.

–No queríamos importunar, además yo sabía llegar bien –dije una falacia. La verdad es que en ningún momento me cruzó escribirle, pero no tenía que revelar eso o mi madre me regañaría.

–Bueno... -aceptó. – ¿Quieres algo? ¿Un café, té, agua? –alzó las cejas mostrándose atenta.

–Así estoy bien, tía, gracias.

–Entonces, si quieres te llevo a tu habitación para que te instales –dijo sonriente.

Asentí. Dio media vuelta y se dirigió a las escaleras. La verdad era que necesitaba descansar un poco, el viaje me había agotado y no necesitaba nada, más que una cama. Mientras mi tía caminaba, me percaté de que el conjunto le quedaba a la perfección. Ella había dado a luz hace no más de tres años, pero antes de eso; tenía una figura muy cautivadora al igual que su andar, pero después de que naciera el pequeño Leonardo, su cuerpo tomo más forma, los senos le crecieron al igual que los muslos y parecía que un bebé no fue fabricado por ese cuerpo. La seda le acaricia la piel, como una flor muy delicada.

–Cuidado con los juguetes, cariño –dijo haciendo a un lado una camioneta morada, regalo que mi padre le había otorgado en la navidad pasada al pequeño.



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En el texto hay: tristeza, amor, dolor

Editado: 28.09.2020

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