Afuera el clima seguía igual de maravilloso que en horas más tempranas en las que había llegado con mi padre. El viento era un poco más fuerte y se sentía ligeramente más frío. Solté un quejido cuando el aire hizo contacto conmigo al salir del hospital. En cielo el sol estaba alzándose, intentando mandar sus calidos rayos a través de las nubes grises que en ocasiones lo ocultaban mientras eran movidas por el aire. Podría decir que tenía frío, pero la verdad es que me sentía tan fresca que en un punto de la marcha quería quitarme el suéter café crema que traía puesto y así sentir el maravillo viento entrar por cada uno de mis poros. El cabello bailaba de un lado para el otro, descontrolado y al compás de la corriente gélida, debía de atarlo, pero no tenía liga alguna y en cierto punto me gustaba que el aire bailará con él, sin importar lo terrible que eso podría quedar.
–¿Así qué... –comenzaba a formular mientras girábamos a la izquierda -...eres doctor? -terminé y me quité un mechón de cabello del rostro. Avanzar por este camino no era adecuado cuando traes el cabello suelto y un ventarrón azota lo ciudad. El aire golpeaba nuestras espaldas y nos hacia dar pasos largos, o bueno veía que sólo a mí me pasaba eso y a Sebastian, quien venía tranquilamente junto a mi, no.
–Podría decirse que sí, pero técnicamente no. –Hizo ademanes con sus manos para expresarse. Lo miré con el ceño fruncido, confundida y me volví a pasar una mano por mi cabello para dejar atrás. –Todavía no obtengo mi cédula y esas cosas...
–Pero sí lo eres, en algún sentido –dije. –Estás salvando vidas en el hospital, ¿o qué hacías allí?
Cruzamos de banqueta a uno menos transitada y en donde se encontraban varias tiendas de artesanía local, las cuales eran piezas coloridas y cautivadoras.
–Sí. Algo así –trató de explicarse. –Ahorita estoy haciendo mi internado y he estado en muy pocas cirugías para decir que he salvado una vida por mí mismo.
–Pero lo has hecho –insistí, porque era verdad o al menos algo. –Y ¿por eso traías una caja de primeros auxilios en tu maleta? -cuestioné impresionada.
Ahora sabía porque sus manos eran tan suaves y porque sabían hacer lo que, bueno, hicieron. Debí de haberlo supuesto, pero era algo que no cruzó por mi mente hasta este momento. Sus manos estaban hechas para esto y habían estado siendo moldeadas por un tiempo. Era agradable eso, al menos confíe en alguien que sabía algo de medicina, menos mal.
–Sí –asintió al darse cuenta que no cambiaría mi punto y porque dentro de él sabía que estaba en lo correcto sin importar si sólo sostuvo unas pinzas o si suturo. Sonrió al notar mi perspicacia y mi sorpresa. –Y hablando acerca de eso, ¿cómo sigues de tu mano? –me dedicó una mirada dulce, de interés y con un leve aire de preocupación.
Una corrida de aire me impulso hacia delante.
–Bien –dije aunque no sabía claramente como seguía la pequeña herida. –Creo que ha sanado –respondí sin darle mucha importancia
Era una cosa muy pequeña que no merecía mucha atención, pero Sebastian lograba hacer que algo lo valiera, se mostraba atento y preocupado y a su vez eso era algo que me estaba logrando agradar.
–Okay –dijo seriamente fijando la mirada en el camino para esquivar un área verde. –¿Y qué es lo que tú estudias? –preguntó volviéndome a mirar, interesado en la respuesta.
–Es algo complicado –intenté encontrar como explicarlo. –Estaba estudiando Administración, pero hace un mes deje la escuela...
No pude proseguir porque su reacción me desconcentró. Giró su cabeza a mi en cuanto escuchó lo último. Su expresión era para dar risa, sorprendido.
–¿Qué? ¿Por qué?
Parpadeo varias veces, como si estuviera tratando de procesar el cambio repentino.
–Porque no me gustaba –admití. –Y ahora por eso estoy aquí. Mi padre quiere que estudie medicina, como él.
–Genial –expresó alegre. –Eso está muy bien. La medicina es muy interesante y además es... –Me detuve en seco sin que lo notará, haciendo que él caminara y hablara a la vez. Sus palabras se fueron volando al darse cuenta de que mi presencia ya no estaba junto a él. Rápido giró para averiguar qué había pasado. –¿Qué? –preguntó confuso y preocupado, abriendo los ojos. Esa expresión daba una ligera ternura.
–No hagas eso –espeté.
–¿El qué? –frunció el ceño, confundido, tratando de entender el gran cambio en mi actitud.
–El darme un discurso del porqué debería de estudiar eso –anuncié rodando los ojos, molesta. –Ya es suficiente tener a mis padres haciendo eso, para que vengas tú y arruines este bello día –dije dando un ademán a lo que sucedía con el clima. Me acomodé un mechón en la oreja izquierda. El cabello ya me estorbaba.
–Está bien, está bien –aceptaba alzando las manos hacia su pecho dando entender que se liberaba de eso.
–Bueno.... O me voy –bromeé y comencé a caminar hacia él mientras asentía.
Era divertido observar sus reacciones, parecía un niño pequeño, inocente y dulce, que se sorprendía por cada cosa que pasase inesperadamente y que cambiará de actitud alguna.
Me volví a acomodar un mechón rebelde, lo cual ya estaba molestándome, debí de haber traído una liga, pero no había de otra. Mientras me acercaba note un poco más a Sebastián, quien ya no vestía su bata blanca, algo que francamente lo hacía parecer más atractivo de lo que era y de lo poco que lo había notado. Me había hecho esperarlo en la sala de espera principal mientras él iba a cambiarse su traje blanco minutos después de ofrecerme una invitación para ir por algo. Traía puesto una camisa de manga larga de poliéster de color vino, la cual le queda un poco holgada y le daba un aire de ser más robusto de lo que aparentaba. También vestía unos jeans negros y su reloj de mano. Había cambiado sus zapatos de hospital por unos converse negros de agujetas grandes para mi gusto. Bajo esa piel coral el color vino resaltaba y su atuendo queda perfecto junto con un collar delgado de oro de donde colgaba una figura que no percataba notarla. Traía su corto cabello bien peinado y ahora en la luz exterior se apreciaba que era de un color castaño, como el mío, pero el de él era un poco más oscuro. Yo sólo traía mis vaqueros azul marino claro y un suéter café, pues jamás me había imaginado que alguien se atreviera a invitarme a salir.