Agridulce

Única parte

—¿Vas a negarlo? —pregunto con calma.

 

Su cuello se gira con brusquedad para mirarme desde su asiento en el sofá de la sala. En la televisión se transmite un juego de fútbol que, según sus palabras, es muy importante.

 

—¿De qué hablas? —cuestiona extrañado.

 

—Nataly —pronuncio su nombre con gracia.

 

Su rostro se torna un poco pálido y procede a reírse.

 

—No sé de qué estás hablando —vuelve a enfocar la atención en la pantalla.

 

—¿Por qué lo hiciste?

 

—Ya te dije que no sé sobre qué hablas —insiste.

 

Muerdo mi labio inferior para reprimir todo lo que realmente quiero decirle, o mejor dicho, gritarle. Ya que alterarme en este momento no me ayudara en nada.

 

Tomo una gran bocanada de aire, observando su nuca con intensidad para recuperar la fuerza de antes.

 

—Deja de hacerte el idiota y ten los cojones bien puestos para confirmar lo que haces. Ya no eres un niño y yo no soy tu madre, soy tu esposa —reclamo.

 

—¿Quieres que te diga la verdad? —dice sin girarse, manteniendo su atención en el juego —, Nataly me ha dado mucho más de lo que tú has podido en todos estos años de matrimonio

 

—¿En serio? ¿Y qué te ha dado? —pregunto con recelo —. Aparte de sexo, como cosa obvia, o la adrenalina de sentirte de nuevo joven y lleno de vitalidad por el morbo de no ser descubiertos, su colágeno…

 

—Cállate —me corta.

 

—¿Tres hijos? Digo, para que la cuenta siempre vaya a su favor y yo quedar en contra —recrimino.

 

Se levanta de un salto del sofá y voltea todo su cuerpo hacia mi, pero no hace amago de querer acercarse a la cocina. Quizá se deba a que mi mano derecha sostiene con fuerza el mango del cuchillo con el cual estoy cortando las verduras.

 

—Amor —responde con amargura.

Mi respiración se entrecorta al escucharlo y siento que las piernas se debilitan, amenazando con dejarme caer en cualquier momento. Tengo que respirar profundo para controlar el remolino de sentimientos que se forman en mi pecho.

 

—¿Amor? —pregunto incrédula.

 

—Le interesa saber lo que pasa por mi cabeza: mis metas, mis miedos, mis sueños, mis aspiraciones, mis quejas sobre cómo mi esposa parece prestarme cada vez menos atención…

 

—¿Así que sabe sobre mí? —mi incredulidad llega a niveles elevados.

 

—Así como tú sobre ella —dice con cinismo.

 

—Me parece increíble lo lejos que puedes llegar cuando estás enfocado en herirme —mascullo—. ¿Que no te presto atención? ¿¡Para quien mierda estoy cocinando entonces!? ¿¡Quién madruga para organizar todo!? ¿¡Quién intenta equilibrar su tiempo en cuatro etapas: trabajo, casa, esposo e hijos!? ,—mis gritos ya son difíciles de controlar.

 

—¿Te pregunta todo eso? —hago una pausa para recuperar un poco el aliento—. No me sorprende para nada que eso suceda, ya que es lo mismo que yo hago todas las noches mientras te sientas en ese sofá. Lo que realmente me sorprende es que ella si obtenga una respuesta de ti y no termine hablando sola mientras hace la cena —digo con rabia.

 

—No sabes ni lo que dices y baja la maldita voz —masculla.

 

—¿Hablas de ti mismo? Porque realmente no tienes ni la mínima idea de lo que dices.

 

—Solo pruebas mi punto con tu estúpida actitud. Nadie quiere llegar cansado del trabajo y recibir un regaño para luego escuchar como te jactas de que no eres mi madre —dice.

 

—¡Y nadie quiere enterarse de que su esposo tiene una amante gracias a que su propia hija los vio en una disco! —mi agarre se afianza más y mis ojos comienzan a empañarse, pero no permito dejar caer ni una sola lágrima.

 

—¿De qué hablas? —luce consternado.

 

—Lo que escuchas —respondo tajante.

 

—Debo…

 

—Quiero el divorcio —le corto.

 

Su sorpresa es mucho mayor al oír mis palabras.

 

—No tienes que haces esto —dice.

 

—No tengo —aclaro—. Debo, que no es lo mismo.

 

—Piensa en…

 

—¿Nuestros hijos? —vuelvo a cortarle las palabras. Luce un poco molesto por eso—. Es por ellos que lo hago, sobretodo por nuestra pequeña.

 

—Puedo hablar con ella y lo solucionaremos.

 

—¿Si? ¿Y qué le dirás? ¿Qué son cosas que pasan? ¿Qué es más fácil engañar que hablar con sinceridad en el matrimonio? ¿Qué es mi culpa por descuidarte? Dime, ¿Qué patética excusa vas a usar con ella? —mascullo.

 

—No voy a decirle ninguna mentira y tampoco negare lo sucedido, pero merezco otra oportunidad y un perdón —dice.

 

Sonrío de lado al escucharle.

 

—Tienes razón, ella seguramente te dará su perdón y una nueva oportunidad —comento.

 

Mi respuesta parece aliviarle un poco hasta que logra procesar por completo mis palabras.

 

—¿Y tú? —cuestiona.

 

—Yo quiero el divorcio —digo con seguridad.

 

Mi respuesta lo coloca agitado. Se pasa las manos con brusquedad por el cabello, aplacándolo con rabia como un modo de controlar lo que sea que esté pasando por su cabeza en este momento.

 

Me mira fijamente.

 

—¿Crees que es justo? —replica—. ¿Cómo puedes ser tan egoísta y solo pensar en ti misma? ¿Qué sucederá con nuestro hijos? ¿Quieres arruinar tantos años de matrimonio por un error?

 

Quiero reírme ante su cinismo, porque nunca pensé que pudiera llegar a ser tan enorme. Es casi tan grande como su ego. Parecen competir entre sí.

 

—Tienes razón, soy una egoísta por haber pisoteado mi amor propio en dos ocasiones y haber considerado, por muy poco, una tercera —digo—. No solo soy una egoísta, sino también una estúpida y créeme que no tengo ninguna excusa ni razón para haberlo sido, pero definitivamente tampoco las tengo para seguir siéndolo.




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