He desaparecido de mí y de mis atributos,
soy presencia solo para ti, he olvidado mis enseñanzas,
pero al conocerte he llegado a ser una escolar,
he perdido toda mi fuerza, pero con tu poder soy capaz.
Las lágrimas que resbalaban por las mejillas de Susana eran el drama materializado, mientras Nicholas la miraba en silencio sentado frente a ella, y armándose de paciencia. Meditando en silencio las palabras que le soltaría.
La chica de cabellera rubia y lisa bajó la mirada a sus muslos, sin poder retenerle la mirada a su prometido y un sollozo hizo que su cuerpo se estremeciera suavemente, apreciándose con facilidad en los hombros, anunciando la etapa cumbre de su tragedia.
—Es que… no puedo creerlo… Nico —dijo en medio de sollozos, sin levantar la mirada.
—Si no puedes creerlo, no puedo hacer nada Susana. —Sus palabras salieron con lentitud, sintiéndose cansado ante la situación.
—¿Susana? Sólo me dices así cuando estás molesto. — Levantó la cabeza mostrando sus ojos celestes ahogados en lágrimas—. Soy yo la que está molesta Nicholas, me has abandonado todo este tiempo.
—Bien sabes que no he estado jugando. ¿Y cómo no quieres que esté molesto si sólo me recibes con reproches? Hasta flores te he traído. —Expuso lanzando el ramo de rosas sobre el sillón de al lado.
—¡Marchitas! —exclamó sorprendida ante el descaro de él.
—Pasaron toda la noche encerradas conmigo a una temperatura de treinta grados. ¿Qué esperabas? —inquirió alzando un poco la voz, mientras retenía de un hilo los estribos de su autocontrol.
—Que al menos tú las comparas, sé perfectamente que son de los detalles que te han dado esas resbalosas que siempre te esperan —reprochó tratando de contener su ira y sus celos.
—Te he dicho mil veces que respetes a mis admiradoras. — Dejó libre un suspiro—. Creo que mejor me voy y regreso cuando se te pase un poco la histeria —acotó poniéndose de pie.
—Nico no te vayas, dijiste que almorzarías conmigo. —Abrió los ojos desmesuradamente al verlo levantarse, no podía creerlo, se marcharía como si nada, esa acción dejaba en evidencia lo poco que le interesaba.
—Si lo hago no haré digestión. —Le hizo saber encaminándose a la puerta, decidido a marcharse porque no estaba de ánimos para soportar reproches.
—Nico espera, por favor… —Al ver que él no se inmutaba, le tocaba recurrir a su trillado método, por lo que se impulsó con sus manos en la silla de ruedas y se lanzó al suelo, sin importarle el dolor que el golpe le provocara, solo hacia lo que estaba a su alcance para obtener la atención del hombre que amaba.
¡Mierda! —exclamó Nicholas mentalmente, poniendo los ojos en blanco al escuchar el golpe.
Siempre le hacía lo mismo, porque sabía que él no poseía el valor para marcharse y dejarla ahí tirada, por lo que se volvió y se acercó a ella, quien lo miraba suplicante. La cargó en brazos y estaba por sentarla en la silla cuando ella le pidió.
—Mejor llévame a mi habitación, por favor —suplicó con los ojos ahogados en lágrimas puestos en los de él.
Nicholas trató de liberar un pesado suspiro, nivelando nuevamente su balanza de paciencia, al tiempo que se dirigía a la habitación de la joven, que se encontraba en la planta baja, ya que debido a su discapacidad se le hacía imposible subir escaleras.
Al llegar a la habitación la colocó en la cama y le ayudó quitarse los zapatos.
—¿Estás cómoda? —preguntó al tiempo que le acomodaba las almohadas en la espalda. Ella asintió en silencio—. Bueno, entonces me marcho, regresaré en un par de días. —Le hizo saber, depositándole un beso en la frente. Se incorporó y ella lo retuvo tomándolo por el brazo.
—Nico, quédate por favor. Sólo tienes media hora que llegaste y teníamos mucho tiempo sin vernos, disculpa mi desconfianza. Creo lo que me has dicho, ya verás se lo voy a reclamar a Robert —dijo con una tímida sonrisa, en un cambio drástico de ánimo—. Te contaré cómo me fue en la reunión de bordado que hicimos esta semana aquí en casa —siguió contando ilusionada.
—No soy un niño para que reclames nada —acotó el chico, a sabiendas de que sólo buscaría información con Robert. Averiguar si había sido cierto lo que le había contado, aun cuando todos en el teatro se dieron cuenta del hecho, aunque tuvo que mantener a Audrey escondida hasta que pudo sacarla sin que nadie la viese. Simplemente no quería que Susana se metiera en su vida.
Todo el tiempo se maldecía por aquella noche que bebió más de la cuenta, y se empeñó en conducir, sin importarle que su «amiga Susana» fuese su acompañante, todo terminó en desgracia. Ella invalida, con todos los sueños aprisionados entre la carrocería retorcida, y él obligado a quedarse al lado de una mujer que no amaba, porque bien sabía que había sido su culpa y que ningún hombre aceptaría a una discapacitada, pensó que sería más fácil, que en algún momento se sentiría atraído por ella, pero realmente nunca logró verla, más que esa amiga a la que le contaba sus penas, y que también había perdido, porque de esa Susana comprensiva no quedaba nada, desde que le ofreció, por culpa, ser su novio, ella había cambiado totalmente.