Al borde de la obsesión pero es amor

SIETE

Nicholas llevó a Audrey frente a la ventana y la detuvo en ese lugar, con sus dedos bajó suavemente el cierre del vestido y desbrochó el sujetador, mientras la sentía temblar como una mansa paloma.

«No lo hagas más fuerte de lo que ya será Nicholas», pensaba Audrey, mientras sentía como la piel se le cubría en llamas ante la caricia posesiva de él paseándose por su espalda y cómo introducía la mano debajo de la seda de sus pantaletas, acariciándole las nalgas. «Has elegido muy mal lugar… muy malo», los suspiros salían sin poder controlarlos.

—Ahhh. —Un grito de sorpresa se le escapó al sentir como el chico había bajado bruscamente el vestido, dejando una montaña de tela a sus pies, quedando solo con las pantaletas, las medias y los ligueros.

De su cintura para arriba quedó completamente desnuda, unas manos grandes y varoniles recorrieron sus costados, arrancándole sacudidas de placer, hasta cubrir posesivamente los senos y masajearlos con intensidad, poco a poco bajó el ritmo.

—Estira los brazos —le pidió acercándose al oído de la chica, sabía que a través de la máscara su voz se ahogaba, tanto como el calor que sentía y se preguntó: ¿Como hizo su padre para aguantar tanto tiempo, con esa cosa puesta? Pero sobre todo sin besar a las mujeres, porque él en el instante sentía como si hubiese vagado por días en un desierto y la boca de Audrey era ese oasis que le brindaría el vital líquido; sin embargo, estaba poniendo a prueba su propia resistencia.

Tomó los brazos de la chica y le ayudó a que los abriese a cada lado, la instó a que diera otro paso hacia adelante casi rozando el cristal escarlata de la ventana, al ver que Audrey mantendría la posición, él estiro los brazos y tomó los cordones de terciopelo que reposaban a ambos lados.

—No… no lo hagas Nicholas, aún no —le pidió la chica, pero fue demasiado tarde, él haló los cordones y las colgaduras de terciopelo negro que fungían de paredes se descubrieron, siendo reemplazada la suave y pesada tela, por espejos.

Nicholas se dio media vuelta, se quitó la máscara y la lanzó sobre la alfombra, para admirar mejor el lugar que cobró un poco más de luz a consecuencia de las llamas de las velas reflejándose en los espejos, aumentando con eso su morbo.

No dijo una sola palabra y se volvió nuevamente hacia Audrey, quien había bajado los brazos, por lo que le acarició las caderas y metió una de sus manos por la seda negra, empezó a juguetear con los vellos cobre intenso, se acercó a ella y le susurró:

—Estira los brazos, si vuelves a bajarlos no te cogeré ¿entendido? —preguntó a ver si le había quedado claro.

—No te aguantaras. —Le siseó ella, mirándolo sobre el hombro, percatándose de que se había quitado la máscara y observó el rostro sudoroso y sonrojado por el calor. El golpeteo furioso de su corazón se instaló en la garganta, al verlo expuesto, aunque con la capucha aún quedaba gran parte de su fisionomía escondida.

Nicholas con la mano libre le tomó la mandíbula con posesión y la obligó acercarse, mientras que la que se encontraba instalada en el sur hurgaba con el dedo medio entre los pliegues de la pelirroja, abrió la boca lentamente, regalándole el aliento y casi rozando sus labios con los de ella.

—Ponme a prueba —susurró con la mirada en los labios femeninos, y retiró la mano con que estaba estimulándola.

Audrey vio en él convicción, por lo que estiró los brazos y en ella asaltaron odio y deseo, cuando lo vio sonreír de esa manera que le robaba el aliento, apoderándose de sus anhelos. Nicholas tenía tanto poder sobre ella que no sabía cómo iba a detenerlo.

El chico tomó uno de los cordones y lo envolvió alrededor de la muñeca, pasándolo por el dedo pulgar, para evitar que se soltase el amarre, lo hizo, pero no apretado, no quería lastimarla, no como lo había hecho su padre con esas mujeres. Sólo quería inmovilizarla y torturarla un poco, solo de placer, hacerla que se arrepintiera de haberlo buscado, ya que después de esa noche, se había jurado no buscarla nunca más. Aprovecharía que en dos días se iría de gira y se le perdería definitivamente. Agarró el cordón del otro extremo e hizo lo mismo con la otra mano, dejándola crucificada en el aire.

Apretó fuertemente los cabellos y le hizo nuevamente volver la cara, se acercó y le robó la razón con un beso que hizo que las piernas de Audrey flaquearan. Sintiendo ella la tensión en sus hombros, por lo que trató de reponerse con rapidez, él con la mano libre se retiró la capucha, quedando completamente al descubierto, para una vez más besarla arrebatadamente, introduciendo su lengua y recorriendo los espacios de la cavidad de la chica, atrapando la lengua de ella y envolviéndola con la de él.

—Eres pervertida, te gusta mirar. —Le dijo con la voz entrecortada por la falta de oxígeno que le dejó el beso.

—Y que nos miren también —susurró—. ¿Qué pasa si te digo que en estos momentos algunos de los habitantes del edificio del frente podían estar viéndonos, que a través de este cristal quedamos totalmente expuestos? —preguntó mirándolo a los ojos y acercándose más a él para besarlo.

—Entonces que disfruten de la función, ya sabes que me gusta en algunos momentos ser el centro de atención —acotó mientras empezaba a recorrer con sus manos el cuerpo femenino, a bajar lentamente las pantaletas. Se inclinó y empezó a besarle las nalgas, hasta que el instinto le gritó que las mordisqueara, arrancándole jadeos incontrolables a la pelirroja.



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En el texto hay: pasion, amor, venganza

Editado: 24.02.2021

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