Al borde de la obsesión pero es amor

DOCE

Ven y únete conmigo, deja este mundo de

ignorancia, quédate conmigo, abriré las puertas de tu amor.

 

Los días en California, pasaron rápidamente, y como el sol no podía ocultarse con un dedo, todos los miembros de la compañía de teatro se enteraron de la relación que mantenía Nicholas con Audrey Davis.

Ninguno se atrevía a hablar, ni siquiera a reprochar la actitud del actor, pues bien sabían que Susana para él era un compromiso y nada más.

Aunque a espaldas hablasen de la pelirroja, estaban al tanto del compromiso de la sobrina de uno de los hombres más influyentes del país, además de estar comprometida con el heredero de los Fitzgerald, que contaban con la compañía más importante de bienes raíces.

De Nicholas se podía esperar cualquier cosa, siempre se le vio relacionado con jóvenes influyentes, en su mayoría de familias acaudaladas, pero hasta ahora, no había salido abiertamente y por tanto tiempo con una, y lo peor de todo, comprometida. Sin duda alguna el actor se estaba metiendo en problemas.

Robert sabía que un escándalo como ese no era lo más conveniente para la compañía, por lo que, les había exigido a todos, ser lo más discretos posible. No presionaba a Nicholas para que saliese a las fiestas que organizaban y mantenían todo bajo la mayor prudencia permitida.

La señorita Audrey iba a todas las presentaciones; aunque, Nicholas había dispuesto un puesto en el palco presidencial para ella, esta no lo aceptó, prefirió sentarse siempre en primera fila para estar más cerca del actor.

Algunos agradecían el cambio de ánimo del chico y sabían que se debía a las madrugadas que la pelirroja le ofrecía, siendo el actor que interpretaba a Van Helsing, quien ocupaba la habitación de al lado el más enterado de lo que vivían, pues era a quien atormentaban con sus gemidos, jadeos, gritos, golpes en la pared a causa de la cabecera de la cama, y muchas cosas más, de las cuales ya le había dicho a Robert para que le hiciese el favor de decirle a Nicholas, que él sí necesitaba dormir, por lo menos ocho horas, sino se le haría imposible rendir sobre las tablas.

Audrey se encontraba en primera fila admirando a Nicholas en su última presentación en California, aun en contra de su conciencia se maravillaba al verlo tan gallardo sobre el escenario, con tanto profesionalismo que algunas veces lo desconocía, pero cuando sus ojos se encontraban con los de ella por segundos, despertaba de golpe las mariposas que se habían mudado a su estómago, y entonces veía que debajo de ese maquillaje pálido y ese peinando exagerado, se encontraba el hombre que en diez días la había mantenido viviendo en el cielo, con el más grande de los placeres a pedir de boca.

Los días encerrada con Nicholas habían sido perfectos, pero no del todo, maravillosos. Discutían por cualquier tontería y terminaban gritándose, pero al minuto era él o ella quien asaltaba salvajemente contra el otro y se desgarraban las ropas y en medio de una lucha cuerpo a cuerpo se rendían desnudos y sonrientes. Audrey muchas veces pensaba que lo que la ataba a él era la más poderosa de las obsesiones, una que ella no podría desatar y con el paso de los días, era más y más complicado el nudo.

Pero se llevaría la satisfacción de que lo había hecho feliz estos días, de eso estaba segura, porque así como discutían, también muchas veces reían y jugaban como si fuesen unos niños, descubrió en Nicholas un hombre que sabía reír y su risa podría iluminar el día más gris, la noche más oscura, le gustaba hacer bromas sobre todo atacarla a cosquillas, con su boca jugueteando en su abdomen; así como ella se las hacía a él en los pies, las cuales le hacía mientras dormía porque despierto no se dejaba.

Además de los momentos sexuales, disfrutaba al máximo cuando ella le ayudaba con el libreto de la siguiente obra que preparaban, tomando ella el papel femenino, que ya se lo habían adjudicado a Karen, pero definitivamente, la actuación no era lo suyo, no podía tomarlo profesionalmente, siempre terminaba riendo o perdida en la mirada de Nicholas y olvidaba lo que seguía en la línea; sin embargo, él le daba consejos, le decía que debía vivir la historia, meterse en el papel y por más que lo intentaba no podía y al final solo lo hacía reír a él también.

Era como si nunca hubiese existido entre ellos un pasado, como si se hubiesen conocido desde la semana que ella lo vio en Nueva York, como el conde Drácula, no habían mencionado, absolutamente nada de nadie, en ese pequeño mundo que habían creado, excepto Susana.

Sería muy hipócrita de su parte decir que no sentía celos, cuando algunas de las mujeres lo acechaban y ella no podía hacer nada. Debía mantenerse al límite, para no levantar sospechas entre los reporteros que siempre estaban pendientes, también quería quitarle el teléfono a Nicholas y estrellarlo cada vez que llamaba a Susana, y por quien tuvieron la discusión más fuerte. Sus pensamientos volaron a ese momento.

Nicholas colgó el auricular y dejó libre un pesado suspiro, mientras ella disimulaba estar entretenida en el artículo de moda de una revista. Lo vio de soslayo pasarse las manos lentamente por los cabellos, como buscando paciencia en su interior, y ella al ver ese calvario en él no pudo más.

—¿Por qué lo haces? —inquirió cerrando la revista, y él volvió medio cuerpo mirándola, ya que se encontraba sentado al borde de la cama de espaldas a ella—. ¿Por qué permites que te manipule de esa manera?



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En el texto hay: pasion, amor, venganza

Editado: 24.02.2021

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