Al Cien por Ciento de Amor

PRÓLOGO

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Salvo a un niño en el parque ¡Contemplad mi heroísmo!

Un niño algo flacucho, dirigía su puño a la cara de otro. 
La víctima aquí obviamente era el primer niño mencionado ¿por qué? 


Bueno, el niño —por llamarlo de alguna forma— A, paseaba con una pierna de pavo  por el parque comunitario, con gran emoción. Pues no todos los días una señora te regala un aperitivo  en medio de un parque( a menos que  quiera secuestrarte). 


Pasaba en su bicicleta por un lado de los asientos de la feria anual, oliendo las manzanas de caramelo disfrutando en paz de la extraña calidez de ese día, pero entonces sintió que aplastó algo. Siempre le pasaba, por qué sus padres le pidieron a la cigüeña un niño tan torpe, pensó.


—¡Oye, como te atreves! —él niño de la bicicleta, giro su cabeza: al escuchar una voz tan chillona se asusto, pensó que atropello una ardillita,—¡Parásitos del parque!


Solo era el gruñón de la casota, para ser un niño era bastante malhumorado. Al niño A le recordaba a su abuelo Rogelio. 


—Me las pagarás Rosset, ya vi tu cara criminal —saco un teléfono y un poco de su lengua; encorvando la espalda—. Llamaré a la policía.


A Steve le causó mucha gracia, definitivamente se parecía a su abuelo. Cuando el pisa su sofá suele fruncir el entrecejo y perseguirlo con su bastón. Por aquel recuerdo no pudo evitar soltar una carcajada. 


—¡¿Te burlas de mi?!¡Acaso no te basta con arruinar mi proyecto!  


Steve no se precipitó cuando un muy enojado Mathew, se dirigía a él. Pues ese enano no era una amenaza para  Steve El Grande. 


Sin duda Steve se confió demasiado, y no se esperaba que Mathew tirara de su pierna de pavo. 


Fue una lenta y dolorosa caída. 
Cada mordida que dio Steve pasó como un disco de recopilación, su sabor, su gran tamaño. 


¡PUM! Y ese día Steve se enfureció y por primera vez en —sus ocho años—, la agresividad tomó el control de su pequeño cuerpo. 


Y con los ojos lagrimosos, impacto su palma contra la cara de Mathew. 


—Acabas d-eeee ¡Madre! ¡Madre! ¡Madre! ¡Wuaaa… 


El antes enfurecido Mathew lloró desconsoladamente fregando sus ojitos.  


Steve se alarmó y trato de calmarlo dándole palmaditas, pero antes de que pudiera tocar la cara Mathew(quería comprobar si le rompió el brazo), escucho como su quijada hizo ¡Pum! justo como la pierna de pavo.


Clarisse que escapaba de su niñera, vio como un grandulon desalmado, golpeaba a un niño… de repente el corazón de Clarisse empezó a palpitar. 


Su instinto heroico despertó, y la impulso a ir en rescate del pequeño príncipe que había encontrado. 


Hizo lo primero que se levanta vino a la mente. 


Le dio un puñete. 


Ahora todos aclamarían su nombre, lanzarían rosas mientras ella mostraba las  reverencias que practico con su madre. Los gritos de los fanáticos la dejarían sorda.  


Los gritos no llegaron al igual que las rosas. Clarisse se entristeció. 


Un grupo de amantes entrados en edad, gritaron horrorizados, —¡Jesús Bendito!


¡Oh, oh! Al fin los halagos estaban llegando, ya habían tardado, pensó una muy orgullosa Clarisse. 


La pareja de ancianos susurro sobre la violencia en almas tan jóvenes hoy en día. Se admiraron mucho que aquella chiquilla se sintiera orgullosa por derribar a dos hombrecitos. 


Clarisse seguía posando con altruismo: las manos sobre su caderas y la cabeza en alto. 


Finalmente (para aliviar la tensión en la cara de los abuelos) decidió recitar a uno de sus sonetos favoritos. 


—“Procuro ver a todos felices —comenzó extendiendo su mano hacia los abuelos— que sientan, oh que sientan…—se dio la libertad de improvisar cambiando un poco el soneto.


Con cada palabra que iba pronunciando, los abuelos se movían incómodos.


Sintió cada letra, logró trasmitirlas con éxito. Dándole vida a unas cuantas letras. Tal como su madre lo hace. 
Sonrió orgullosa al ver como la cara de los abuelos se tranquilizaba e iban disfrutándo su presentación.


—Altruista dicen que soy… pero yo me siento con deber, brindando… lo que tengo hoy —exclamó lo último con un suspiro— y dar lo conseguí ayer”


La niñera de los O’ Conner, prometió renunciar después de encontrar a esa niñata. Pero al fin localizarla no se decidía por reírse, preocuparse o enojarse.


Ver a un niño llorando, otro impactado (medio lelo) y una pierna tirados, atrás de la niña, la cual les recitaba a unos abuelos que le arrojaban  palomitas—: No era una vista muy común.


Antes de que la niñera saliera de petrificación, Clarisse la visualizo y salió corriendo. 


Pero no si antes jurarle a su nuevo mejor amigo que siempre lo protegería. 


—No preocupáis mi Lord, ahora vuestra servidora te jura lealtad —exclamó besando la mano de un Mathew confundido. 


Tantos errores en una oración afloraron su cerebro, por qué esa niña besaba su mano. ¡Qué asco! Le diría a Lexibel que lavara su mano 20 veces. Sí.  


Mientras huía de su niñera, Clarisse pronunciaba con dificultad el último párrafo del soneto, —“ Libertad deseoooo—recitar y correr no iban juntos—, para todos. ¡Que los países se sientan felices, que disfruten todos a su modo para así curar las cicatrices!” 

Lo que paso después es una historia para otro día. 
 




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