Querido tú,
Hoy me descubrí hablándole a tu ausencia como si todavía respondieras. Pregunté en voz baja si aún piensas en mí, aunque sé que la respuesta sería un silencio más grande que cualquier palabra. El eco de tu partida me sigue persiguiendo en cada rincón: en la taza de café que ya no compartimos, en la ropa que aún guarda tu olor, en las calles que no puedo caminar sin recordarte.
Me duele aceptar que nunca tuve el valor de decirte cuánto miedo me daba perderte. Fingí fortaleza, fingí indiferencia, y ahora me doy cuenta de que esa máscara solo me alejó más de ti. Tú querías algo distinto, algo que no podía darte, y yo, en cambio, solo deseaba que me eligieras aun cuando tus ojos brillaban con la promesa de otro horizonte.
He intentado seguir adelante, pero no quiero acostumbrarme a la idea de que mi piel aprenda otra historia. No quiero besar labios que no sepan a tu risa, ni dormir en brazos que no reconozca como hogar. Me niego a imaginar hijos con los ojos de alguien más, porque los únicos que sueño son los tuyos, los que nunca olvidaré.
Quizás esta carta no llegue a tus manos, quizás se pierda en el aire como tantas cosas nuestras. Pero escribirte es sostenerme, es recordarme que aún existo, aunque sea en pedazos.
Con el alma temblando,
Yo.