Querido tú,
Hoy desperté con la sensación de que aún estabas a mi lado. Estiré la mano y busqué tu calor, pero solo encontré el frío de las sábanas. Qué cruel es la memoria: me hace creer que sigues aquí para luego arrancarme de golpe la certeza de tu ausencia. Es una broma pesada que se repite todas las mañanas, y yo, ingenua, vuelvo a caer en ella.
A veces pienso en todo lo que no dijimos. Las palabras que se quedaron atoradas en la garganta son más pesadas que las que alcanzamos a pronunciar. Yo quería decirte que te quedaras, que me miraras una vez más con ese brillo que, aunque me condenaba, también era mi salvación. Pero me tragué la súplica, porque creí que guardar silencio era más digno que arrodillarme ante tu partida. Hoy no sé si fue valentía o cobardía.
Lo intento, lo juro. Intento avanzar, pero cada paso me devuelve a ti. No quiero aprender a amar de nuevo, no quiero otros gestos, otras rutinas, otras miradas que nunca serán iguales. Es una terquedad que me consume, lo sé, pero prefiero este dolor a la mentira de empezar de cero con alguien que jamás tendrá tu nombre en su voz.
Dicen que escribir cura, y yo escribo como quien se cose una herida abierta. Cada carta es una puntada torpe, hecha con lágrimas en vez de hilo. Quizá algún día cierre esta cicatriz, pero por ahora solo puedo confesarte que aún vivo en el eco de lo que fuimos.
Con un amor que todavía arde,
Yo.