Querido tú,
Hoy llovió. Y mientras las gotas golpeaban los cristales, pensé en todas las veces que la lluvia nos sorprendió caminando juntos. Nunca corríamos a escondernos; al contrario, reíamos como si mojarse fuera un acto de libertad, como si el mundo entero pudiera borrarse mientras el agua caía sobre nosotros. Éramos intocables, o al menos eso creíamos.
Ahora la lluvia ya no me trae alegría, sino una especie de nostalgia húmeda que me cala hasta los huesos. Camino sola bajo el mismo cielo y siento que cada gota me recuerda que ya no estás, que la vida sigue cayendo sobre mí sin refugio. La lluvia me desnuda de excusas, me enfrenta a la soledad que llevo como segunda piel.
Dicen que con el tiempo uno aprende a aceptar, pero yo no quiero. No quiero hacer espacio para alguien más, no quiero reír con otra persona como lo hice contigo. No quiero reemplazar la forma en que tus ojos me sostenían, ni pretender que un nuevo abrazo tenga la misma fuerza. Prefiero quedarme con el dolor, porque al menos el dolor aún me une a ti.
Hoy pensé en escribirte no para pedirte que vuelvas, sino para reconocer que fuiste mi casa durante un tiempo. Y aunque esa casa ya no exista, no me arrepiento de haber habitado en ti. Si algo aprendí es que el amor verdadero no se olvida; se transforma en ausencia, en memoria, en cartas como esta.
Con la lluvia en los ojos,
Yo.