Querido tú,
Hoy volví a caer. Pensé que estaba avanzando, que el tiempo comenzaba a suavizar la herida, pero bastó escuchar tu canción favorita en una cafetería para que todo se derrumbara otra vez. La melodía se deslizó dentro de mí como un cuchillo, recordándome tu risa, tus manos golpeando el ritmo en la mesa, la manera en que cerrabas los ojos y tarareabas como si el mundo entero desapareciera.
Me odié por llorar frente a desconocidos, por no poder sostenerme en público, por ser aún tan frágil cuando todos esperan que ya lo haya superado. Pero ¿cómo se supera un amor que dejó raíces tan profundas? No se arranca sin arrancarse a uno mismo en el proceso.
Hoy me descubrí repitiendo el mismo lamento: no quiero desnudarme frente a alguien que no seas tú. No quiero besar otros labios mientras mi memoria se aferra a los tuyos. Me niego a ese simulacro de amor. Y me pregunto si en el fondo esta negativa no es fidelidad, sino miedo. Miedo a descubrir que puedo sobrevivir sin ti, miedo a aceptar que tu recuerdo no es imprescindible, aunque duela admitirlo.
Caí, sí. Pero en esta caída también entendí algo: vivir en duelo no significa estar rota para siempre. Significa que sigo sintiendo, que sigo recordando, que sigo siendo humana. Quizás eso sea lo único que me une aún al amor que fuimos.
Con lágrimas rebeldes,
Yo.