Querido tú,
Hoy retrocedí. Y aunque me duele admitirlo, creo que forma parte de este camino. La calma que había sentido se esfumó de golpe cuando alguien me preguntó por ti. Bastó escuchar tu nombre en otra voz para que el suelo se abriera bajo mis pies. Contesté con una sonrisa forzada, como si ya te hubiera olvidado, pero por dentro me desplomé.
Me pregunto si algún día llegará el momento en que pueda hablar de ti sin quebrarme. Tal vez ese día exista, pero no hoy. Hoy sigo atada a las palabras que no dijimos, a las promesas que dejamos flotando en el aire, a esa última mirada tuya que ya anunciaba distancia mientras yo me aferraba como una niña asustada.
Me repito las frases de siempre no quiero desnudarme ante otra persona, no quiero besar un cuello distinto al tuyo, no quiero inventar un nuevo recuerdo que borre los nuestros. Me siento atrapada entre la fidelidad y la negación, entre el amor que aún me habita y la certeza de que ese amor ya no encuentra refugio.
Quizá lo que más duele no es tu ausencia, sino la forma en que la vida sigue como si nada. Los días avanzan, la gente sonríe, el mundo gira, y yo permanezco detenida en el instante de tu partida. Escribir esta carta es mi manera de resistir ese movimiento, de decirle al tiempo que todavía no estoy lista para dejarte ir.
Con la herida abierta otra vez,
Yo.