Querido tú,
Hoy sentí que toqué fondo. No fue un día de lágrimas violentas ni de rabia ardiente, fue algo peor: un vacío que no supe nombrar. Caminé por la ciudad como un fantasma, entre gente que reía, que compraba flores, que hacía planes, y yo… yo apenas respiraba. Me pregunté si alguna vez volvería a sentirme viva, o si tu ausencia me condenó a existir a medias.
Lo más duro es la repetición. El mismo pensamiento, como un eco interminable: no quiero desnudarme frente a alguien que no seas tú. No quiero inventar caricias que jamás tendrán tu forma. No quiero mentirle a otro corazón cuando el mío aún late con tu nombre. Me siento atrapada en un círculo que no se rompe, repitiendo lo que ya sé, como si las palabras fueran cadenas en vez de salvación.
Quizá este es el verdadero duelo: no los estallidos de dolor, sino este silencio seco que me acompaña como sombra. El vacío es peor que la rabia, peor que las lágrimas, porque me deja sin fuerzas para luchar.
Y sin embargo, aquí estoy, escribiéndote una vez más. Tal vez porque incluso en el fondo más oscuro, necesito que exista un hilo, aunque sea frágil, que me una a lo que fuimos. Tal vez porque, aunque todo esté roto, esta carta es prueba de que sigo de pie, aunque apenas.
Con un susurro cansado,
Yo.