Querido tú,
Hoy sentí un pulso distinto en mis venas. Como si, después de tanto resistir, algo en mí se hubiera quebrado para abrir espacio a una fuerza que no conocía. No es olvido, porque aún estás en cada sombra, pero sí es una certeza puedo vivir sin ti, aunque nunca lo haya creído posible.
Me descubrí sonriendo a un desconocido en la calle. Fue un gesto simple, nada importante, pero me asustó darme cuenta de que mi corazón aún puede moverse hacia afuera. Que no está muerto, como tantas veces pensé en las noches de insomnio. Y ese descubrimiento fue como encontrar una grieta de luz en una habitación cerrada durante años.
Aún me niego a desvestirme para otra persona. Aún no puedo imaginar otro cuello, otra piel, otra respiración. Pero ya no lo digo desde la desesperación, sino desde la elección. No quiero reemplazar lo que tuvimos, pero tampoco voy a dejar que mi vida se quede atada a tu ausencia. Tal vez amar de nuevo no signifique borrar lo anterior, sino aprender a construir sobre las ruinas.
Es raro escribirlo, pero hoy no me siento víctima de lo que me dejaste. Me siento dueña de lo que aún me queda mi cuerpo, mis sueños, mi posibilidad de volver a creer en mí. Quizá ese sea el verdadero renacimiento: mirarme al espejo y no ver únicamente la herida, sino también la cicatriz que anuncia que sigo de pie.
Con una fuerza recién nacida,
Yo.