Querido tú,
Hoy confirmé que lo de ayer no fue un accidente, ni un espejismo. No fue un capricho de la memoria para darme tregua. Fue real. La calma sigue conmigo, como una brisa suave que acompasa mis pasos y me recuerda que soy más fuerte de lo que pensé.
He empezado a mirar mis cicatrices con otros ojos. Antes eran señales de derrota, recordatorios crueles de lo que perdí. Hoy las veo como constelaciones marcas que me guían, que me recuerdan que sobreviví. No me avergüenzan. Al contrario, me devuelven un orgullo que creí enterrado bajo tu sombra.
Sigo descubriendo que puedo habitarme sola. Compré flores para mi mesa, cociné mi comida favorita, bailé en la sala mientras sonaba una canción que nunca fue nuestra. Sentí que cada gesto pequeño era una manera de recuperarme, de declararle al mundo que ya no me ahogo en la nostalgia.
No te negaré que aún hay ecos tuyos rondando mi mente, pero ya no me atrapan. Son como viejos retratos guardados en un cajón: están ahí, pero no definen mi presente. Y mi presente, al fin, empieza a ser mío.
Hoy camino más erguida, más ligera. No porque te haya olvidado, sino porque he aprendido a recordarte sin destruirme. Y eso, para mí, ya es libertad.
Con firmeza y nueva piel,
Yo.