Querido tú,
Hoy descubrí que dentro de mí aún cabe ternura. No hacia ti, ni hacia lo que fuimos, sino hacia la vida misma. Me sorprendí mirando las manos de un desconocido en el café temblaban levemente al sostener su taza, y sentí un deseo extraño de proteger esa fragilidad. No era amor, tampoco deseo, solo la intuición de que mi corazón no está cerrado del todo.
Por mucho tiempo pensé que nunca más podría sentir algo limpio, algo que no me recordara a ti. Creí que mis emociones habían quedado congeladas en tu ausencia, que todo lo nuevo sería apenas un intento torpe de sustituirte. Pero hoy supe que no es así. Que el mundo tiene rostros, gestos, voces que pueden despertarme suavemente, sin obligación, sin exigencias.
No quiero apresurarme, ni llenarme de expectativas. No se trata de reemplazar, sino de permitir que la vida me roce otra vez con su inocencia. Una sonrisa en la calle, una conversación sin destino, un abrazo inesperado… pequeñas grietas por donde se filtra la luz.
Quizá algún día mis manos vuelvan a entrelazarse con otras, no para olvidar las tuyas, sino porque el corazón humano está hecho para seguir latiendo, incluso después de las tormentas. Y si ese día llega, sé que lo recibiré sin miedo.
Hoy mi ternura ya no te pertenece. Pertenece al presente, y me pertenece a mí.
Con una dulzura que renace,
Yo.