Querido tú,
Hoy celebré una victoria pequeña, pero mía.
Salí a caminar bajo la lluvia sin paraguas, dejé que el agua me mojara entera, y por primera vez no lo sentí como un castigo, sino como un bautizo. Cada gota parecía recordarme que estoy viva, que sigo aquí, que no todo en mí quedó detenido en la herida que me dejaste.
Durante mucho tiempo pensé que la vida solo podía doler. Me acostumbré a asociar cada rincón, cada gesto, con tu ausencia. Pero hoy, mientras escuchaba el tambor suave de la lluvia sobre mis hombros, entendí que la belleza puede existir sin ti, que el mundo no se apagó contigo. Fue una revelación sencilla, casi infantil, pero en ella sentí un respiro nuevo.
No fue un triunfo enorme, no cambié el rumbo de mi historia de golpe. Pero aprendí que sanar no es un relámpago, es una suma de pasos minúsculos. Es atreverse a encontrar alegría en lugares donde antes solo había vacío. Es reconocer que puedo reír sola, que puedo inventar rituales nuevos, que la ternura de la vida está también en lo cotidiano.
Hoy fue la lluvia. Mañana quizá sea el olor del pan recién hecho o el abrazo de alguien que no espera nada a cambio. Me permito abrirme a esas pequeñas victorias, porque en ellas me reconstruyo.
Y por primera vez, lo digo con calma: estoy aprendiendo a vivir sin ti.
Con una paz inesperada,
Yo