Alessandro estaba tomando un trago con su asistente en la terraza de un bar en el centro de Milán, cuando los gritos de una adolescente captaron su atención.
―Detente ahí, maldito idiota, devuélveme mi bolso ―gritó Fiorella, molesta; llevaba más de cinco minutos detrás de aquel condenado ladrón. No podía creer su mala suerte; apenas acababa de graduarse y ya le habían robado.
El hombre, en lugar de detenerse, aumentó su velocidad. Demonios, en su bolso estaban sus documentos; si no lo recuperaba, perdería su vuelo. Su abuela la estaba esperando en casa para celebrar que había culminado sus estudios.
―Muy bien, tú te lo buscaste ―exclamó. Sin pensárselo dos veces, miró la botella con agua que tenía en su mano y la lanzó con toda su fuerza, rezando para que alcanzara su objetivo.
La botella impactó con precisión en la parte trasera de la cabeza del hombre, enviándolo al suelo. Fiorella gritó internamente; participar en las competencias de lanzamiento de peso de su escuela había dado sus frutos.
―¡Qué demonios! ―Esteban no podía dar crédito a lo que acababan de ver sus ojos. ―Esa chica derribó al ladrón con una simple botella de agua.
―Eso parece ―soltó Alessandro.
La pequeña amazona tenía una excelente puntería, era admirable lo que acababa de hacer, de presa pasó a ser el cazador. Si él estuviera en el lugar de la pequeña sabandija, se sentiría humillado. Una cría acababa de ponerlo en su lugar.
―Te dije que te detuvieras ―Fiorella se agachó y agarró su bolso―. Espero que te lo pienses dos veces antes de volver a asaltar a una joven indefensa ―le dio dos palmaditas en su cachete y se puso en pie.
Dos oficiales de policía aparecieron en ese momento y esposaron al hombre.
Al ver la hora en su reloj, Fiorella salió corriendo; si no se apresuraba, perdería su vuelo.
―Ey, chica, tienes que poner la denuncia ―gritó uno de los oficiales.
―Lo siento, tengo un vuelo que tomar. ―Al girarse, su cabello cubrió parte de su cara, lo que evitó que Alessandro viera por completo su rostro.
«Qué chica más interesante», pensó Alessandro con una pequeña sonrisa en su rostro.
―Jefe, acabas de sonreír ―expresó Esteban, consternado. En todos los años que llevaba trabajando para él, era la primera vez que lo veía hacerlo.
―Deja de decir tonterías y dime si hiciste lo que te pedí.
―Estoy seguro de que lo vi sonreír.
Alessandro lo miró de manera amenazante.
―Tal como usted sospechaba, su esposa ha estado desviando a escondidas dinero a la empresa de su padre ―dijo Esteban cambiando rápidamente de conversación; era muy joven para morir.
―No dejes de vigilarla. ―Después de cinco años de matrimonio, Alessandro estaba empezando a ver la verdadera cara de Julieta.
—Señor, ¿piensa divorciarse? —Esteban esperaba que lo hiciera. Julieta nunca le había caído bien, esa mujer era una trepadora.
—Sí, pero antes hay interrogantes que necesitan ser resueltos. —Algo muy dentro de él le decía que su mujer era la causante de que la relación con su hermano pequeño se fracturara.
Seis meses más tarde.
Fiorella estaba revisando la alacena cuando su abuela apareció; al ver la expresión seria de su rostro, rogó para que no hubiera descubierto que, mientras limpiaba, tropezó por accidente con uno de los jarrones del salón y este terminó hecho añicos.
―Qué bueno encontrarte aquí, justo iba a buscarte.
Con nerviosismo se apartó de la alacena y miró a su abuela. Mentalmente, se preparó para escuchar su reprimenda. Cornelia no estaba de acuerdo con que trabajara; por ello, cuando ocurrió el incendio en la cocina, le dio un ultimátum: si volvía a cometer, aunque fuera el más mínimo error, la enviaría a la universidad.
―Me pregunto qué quiere la gran Cornelia de una simple mortal ―soltó con una tranquilidad que estaba muy lejos de sentir.
Cornelia frunció el ceño; esa mañana Fiorella estaba actuando de manera extraña.
―¿Qué hiciste esta vez? ―decidió interrogarla.
―Te aseguro que nada ―mintió.
Cornelia la miró con los ojos entrecerrados, preguntándose si estaba diciendo la verdad.
En silencio Fiorella aguantó su escrutinio; ocultarle algo a su abuela era casi imposible; Cornelia la conocía muy bien.
―Espero que no me estés mintiendo.
―No me atrevería a hacerlo. ―Maldición, estaba segura de que se estaba ganando un pase directo al infierno por engañar a su abuela. ―¿Por qué me estabas buscando?
―Cierto, por un momento lo olvidé. ―Su nieta tenía la capacidad de hacerle perder la concentración. ―El señor Alessandro y su familia han llegado a la mansión.
―El hermano mayor de Tiziano está aquí. ―Estaba sorprendida; sabía por su abuela que el mayor de los Vanetto llevaba años sin visitar la mansión familiar.
―Cuántas veces te he dicho que no llames al joven amo por su nombre ―la reprendió su abuela.