Alessandro

Capítulo 2

Al salir del auto, Alessandro tomó una profunda bocanada de aire; desenmascarar a Julieta lo hizo sentir un poco más ligero; se sentía como un imbécil por caer en su red. La astuta mujer supo cómo usar sus cartas, primero enamoró a Tiziano y luego lo envolvió a él. Estaba claro que lo único que le importaba a la madre de sus hijos era el dinero. Casarse con ella fue el peor error que pudo cometer; sin embargo, ahora que había recobrado la cordura, la sacaría de su vida para siempre; por el bien de sus hijos, se divorciaría de ella. Con ese pensamiento en mente, entró en la mansión; quería ver a sus hijos y abrazarlos; estar con ellos siempre lo llenaba de paz.

La escena que lo recibió al entrar en la habitación lo dejó atónito. Las carcajadas de sus hijos eran como melodía para sus oídos. Al ver a sus pequeños tan animados, su corazón se arrugó. No recordaba cuándo fue la última vez que los vio tan felices.

—Y el lobo le preguntó… —La voz dramática de la chica también lo hizo sonreír.

Los gritos de emoción de los niños se escuchaban en toda la habitación.

Al girarse para atrapar a los niños, Fiorella se quedó paralizada. La imponente figura del dios griego, que la observaba con ojos risueños desde la puerta, la puso nerviosa.

—¿Por qué te quedas callada cuando estamos en la mejor parte? —señaló Alessandro justo antes de que sus pequeños se lanzaran a sus brazos.

Fiorella no sabía qué responder. Ser sorprendida por Alessandro mientras jugaba con sus hijos no estaba entre sus planes del día. Desde que el mayor de los Vanetto llegó de visita a la mansión junto a su familia, ella se había mantenido lejos de su vista. Su abuela le había dejado bien claro que debía evitar encontrarse con la pareja. Aunque era la primera vez que veía al hombre, una sola mirada a su rostro le bastó para darse cuenta de que por sus venas corría la sangre de los Vanetto. El hombre era igual de apuesto que su hermano. La perfección de Alessandro la tenía hipnotizada.

―¿Te gusta lo que ves? —preguntó Alessandro con sus ojos cargados de diversión.

Sin siquiera proponérselo, la chica había logrado mejorar un poco su oscuro estado de ánimo.

La profunda voz de barítono de Alessandro sacó a Fiorella de su aturdimiento y puso a latir aceleradamente su corazón. Le resultaba extraño que el hombre tuviera ese efecto en ella.

―Lo lamento, señor, no era mi intención ser tan grosera, es solo que me sorprendió ser pillada por usted mientras jugaba con sus hijos ―. Cuando habló mantuvo su mirada baja. Le costaba mirarlo a los ojos al hablar.

Notar lo nerviosa que estaba la chica le hizo fruncir el ceño. Su intención no era incomodarla, sino todo lo contrario; quería saber un poco más de la mujer que había logrado que sus pequeños estuvieran tan relajados. ¿De dónde había salido la chica? ¿Por qué no la había visto antes? Era extraño, pero su voz le resultaba familiar.

―No hay razón para que estés tan nerviosa. Solo estaba bromeando.

Fiorella se mantuvo en silencio y sin mirarlo. Deseaba que se marchara. Algo dentro de ella le decía que no debía involucrarse demasiado con el hermano de su jefe. Cuanto más alejada estuviera de Alessandro, mejor sería para ella.

―¿Piensas ignorarme para siempre?

Fiorella estaba pensando qué responder cuando su abuela apareció. Acababa de ser salvada por la campana. Por primera vez en su vida se alegraba de la intervención de su abuela.

―Fiorella, ¿qué hiciste esta vez? ―la interrogó Cornelia luego de escuchar las palabras de Alessandro.

Encontrar a su nieta y a Alessandro en la misma habitación trajo a su mente recuerdos del pasado que deseaba olvidar.

―Señor, me disculpo si mi nieta lo ha incomodado ―dejó la bandeja con los postres que traía para los niños a un lado y agarró a Fiorella de la oreja―. Niña, te advertí que tuvieras cuidado con tu lengua.

―¡Ay! Abuela, te juro que en esta ocasión no he hecho nada malo.

Así que aquella chica era la nieta de su querida nana. Fiorella, aquel nombre le sentaba muy bien a la pequeña flor.

―Alessandro, por favor, disculpa a mi nieta; aún es joven y le cuesta seguir las normas básicas de etiqueta.

Por el bien de todos, tenía que encontrar la manera de evitar que algo así volviera a suceder. Que Alessandro y Fiorella se conocieran no le sentó para nada bien.

―Nana, si no quieres dejarla sin oreja, será mejor que la sueltes; además, tu nieta no ha hecho nada para ofenderme ―dijo con diversión.

Por lo visto, la chica no era tan tímida como había supuesto. Por su aspecto, diría que estaba entre los diecinueve o veinte años.

―¿Estás seguro? Se que mi nieta puede ser algo imprudente.

—No tengo por qué mentir, solo ha sido un pequeño malentendido.

Fiorella miró de reojo a Alessandro. El hombre acababa de defenderla.

—Es un alivio escuchar que mi nieta no te ha ofendido.

―Ahora que ese tema ha sido aclarado, siento curiosidad por conocer el motivo, por el que apenas me entero de su existencia.

Cornelia le lanzó una mirada de advertencia a su nieta, para que mantuviera la boca cerrada.




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