Fiorella no entendía por qué Carlton había organizado tan repentina reunión. ¿Acaso se había fijado que faltaba uno de los jarrones del salón? De ser ese el caso, estaba en serios problemas. El jarrón que destrozó era una pieza de colección y ella no tenía dinero para pagarlo.
«Parece que no soy la única que está nerviosa». La tensión se podía sentir en el ambiente; era como si todos temieran recibir malas noticias. Al ver a su abuela y a Carlton charlando cerca de la ventana, decidió unirse a ellos; quería averiguar qué era lo que estaba sucediendo.
Al verla acercarse, la pareja detuvo su conversación. Cornelia la miró de arriba a abajo y luego frunció el ceño.
―¿Dónde estabas? —la interrogó al percatarse de que había sido la última en llegar.
―Recibiendo un paquete de la señorita Hanna ―respondió; su abuela parecía estar más tensa que de costumbre. ―¿Por qué nos han reunido a todos hoy?
Cornelia la reprendió con la mirada; la curiosidad de su nieta un día de estos la terminaría metiendo en problemas.
―Niña, la prudencia es una virtud que debes empezar a cultivar.
―Olvida lo que he dicho—, no estaba de humor para ser sermoneada.
―Deberías comenzar a comportarte con madurez, ya no eres una niña —soltó Cornelia con severidad.
―Hoy pareces tener un humor de perros ―habló sin pensar.
Mierda, acabo de cometer un gran desliz, pensó al ver la cara de pocos amigos de su abuela.
―Tú…
―Calma, Cornelia ―Carlton colocó una mano en su hombro.
―Tú y yo hablaremos más tarde ―le advirtió.
Fiorella tragó saliva; estaba segura de que su abuela la castigaría por su osadía. Demonios, tenía que aprender a pensar antes de hablar. Si quería conservar su trabajo, necesitaba evitar a toda costa que su abuela llegara al límite; cuando Cornelia se enfadaba, podía convertirse en un verdadero demonio. Estaba tan concentrada en sus reflexiones que no se percató de la llegada de los hermanos Vanetto.
Porque su abuela tenía que ser tan quisquillosa, suspiró.
―Si esta reunión le parece poco interesante, le doy permiso para que se marche, señorita Zanella.
―Me habla a mí ―preguntó algo aturdida.
―Hay otra señorita Zanella en la habitación ―respondió Alessandro con un tono burlón.
Ver a la pequeña florecilla mejoró su estado de ánimo. Le resultaba divertido jugar con ella.
―Niña, ponte de pie de inmediato.
Fiorella no necesitó que su abuela se lo pidiera dos veces; como un rayo, se puso en pie y se acomodó al lado de los demás empleados.
―Disculpe a mi nieta, señor, le aseguro que la reprenderé por su grosería.
El rostro de Fiorella se arrugó con una mueca; sí que tenía mala suerte.
―No seas tan dura con ella, nana, la señorita Zanella aún es muy joven y es normal que este tipo de reuniones le resulten tediosas ―expresó Alessandro de manera sarcástica.
Maldito idiota, ella no era tonta, podía ver que se estaba burlando de ella. Mentalmente, contó hasta diez, tenía que calmarse, no podía dejar que Alessandro la sacara de sus casillas. Si caía en su juego, estaba perdida. Fingiendo estar tranquila levantó la cabeza y lo miró a los ojos de manera desafiante.
Alessandro le devolvió la mirada; en sus ojos, Fiorella pudo ver que estaba disfrutando verla en una situación tan embarazosa. Típico de un lobo, caviló antes de desviar la mirada.
Internamente, Alessandro sonrió; Caperucita Roja parecía enfadada.
―Deja de jugar, hermano ―susurró Tiziano entre dientes para que solo él lo escuchara.
―No sé de qué hablas.
―Puedes engañar a otros, pero no a mi, hermanito.
―Eres demasiado molesto.
Tiziano lo ignoró y se centró en los empleados.
―Supongo que todos deben estar sorprendidos por esta inesperada reunión.
―Así es, señor ―habló Carlton en nombre de todos sus compañeros.
―Entonces seré directo, quiero comunicarles que mi hermano Alessandro volverá a ser el jefe de la familia; yo solo ocupé su lugar de manera provisional, pero ahora él está de regreso, así que espero que le brinden el mismo apoyo y respeto, que me han dado a mí durante todos estos años.
La noticia los sorprendió a todos; al parecer se venían muchos cambios en la mansión.
―Eso no tiene que pedirlo, señor, nuestro deber como empleados es servirle a nuestro amo.
―¿Todos piensan igual que Carlton? ―preguntó Tiziano.
―Sí ―se escuchó a un coro de voces decir.
Saber que ahora el lobo era quien tenía el control sobre la familia aceleró el corazón de Fiorella; si Alessandro era el nuevo jefe, eso quería decir que se mudaría a la mansión. Su estancia ya no era momentánea. Cielo, ahora sí que estaba en serios problemas.
―Hay una cosa más que tienen que saber.
La profunda voz de barítono del demonio que la acechaba captó la atención de Fiorella. Sin poder evitarlo, levantó la mirada.