A Fiorella le estaba costando procesar lo que sus oídos acababan de escuchar. Estaba tan alterada que no podía moverse, todo su cuerpo se hallaba paralizado. Si no se calmaba, sospechaba que terminaría colapsando. Sentía que acababa de entrar por voluntad propia en una telaraña de la que le sería difícil liberarse.
Apenas acababa de aceptar trabajar para Alessandro y ya se arrepentía de su decisión. Viajar con él a Milán era una completa locura; tenía que hacer algo rápido para salir de ese lío; estar con él a solas le aterraba. Si se acercaba demasiado a él, presentía que sería devorada por las llamas que lo rodeaban.
―Señor, ¿puede repetir lo que acaba de decir?—quería asegurarse de que no había escuchado mal.
—Dije que hicieras tu equipaje.
Así que no era un error, Alessandro planeaba llevarla con él a Milán.
—Señor Vanetto, creo que no es necesario que yo viaje con usted ―dijo en un intento de hacerle cambiar de opinión.
Alessandro la contempló por varios minutos en silencio antes de hablar.
―¿Estás segura?
Por la palidez en su rostro, podía apreciar que estaba aterrada; era como si temiera que él pudiera devorarla. Lo sentía por ella, pero no pensaba cambiar sus planes; Fiorella había captado su atención y, hasta que no descubriera por qué lo intrigaba tanto, no la dejaría en paz.
―Sí —respondió sin titubear
―Señorita Zanella, ¿podría argumentar sus razones para negarse a viajar conmigo? —Sentía curiosidad por oír qué excusa le daría.
«Rayos, y ahora qué digo», tenía que pensar en algo rápido.
―Los cambios constantes de entorno para los niños pequeños, no son recomendables. Sus hijos se están empezando a adaptar a las personas que viven en la mansión, por ello pienso que no sería adecuado alterar su nueva rutina. —dijo lo primero que se le vino a la mente.
Alessandro tuvo que contenerse para no sonreír. La florecilla, además de escurridiza, también tenía una mente ágil. Su excusa resultó ser bastante ingeniosa.
―Me tranquiliza escuchar que te preocupas por el bienestar de mis hijos; sin embargo, mis planes siguen iguales, nos vamos mañana.
Cornelia decidió intervenir, no podía perder de vista a su nieta.
―Señor, perdón que me entrometa, pero mi nieta aún es muy joven para cuidar de sus hijos por sí sola. Entiendo que quiera estar con ellos, pero si insiste en que Fiorella sea su niñera, le recomiendo que permita que se quede con los pequeños aquí en la mansión; así yo puedo vigilar que haga bien su trabajo.
Esperaba que aquello fuera suficiente para hacer que Alessandro reconsiderara su decisión; la idea de que su nieta trabajara para él no le agradaba. Alessandro era un hombre divorciado; si quería seducir a Fiorella, podía hacerlo sin ningún problema.
La actitud de Cornelia molestó a Alessandro; aunque sentía un cariño muy especial por la mujer, no pensaba permitir que se entrometieran en su vida.
—Por el cariño y respeto que te tengo, nana, voy a dejar pasar tu intromisión; sin embargo, espero que no se vuelva a repetir. No olviden que soy el jefe de esta familia y, como tal, espero que respeten mis decisiones; cuando necesite la opinión de los empleados, la pediré, pero mientras no lo haga, todos deberán seguir mis órdenes sin cuestionarme.
—Me disculpo, señor, no volverá a pasar.
Fiorella observaba a su abuela con asombro; Alessandro acababa de hacer que bajara la cabeza.
—Ahora que todo está claro, pueden volver a sus deberes. —Fiorella, tú no te muevas —agregó al ver que se giraba para marcharse.
Cornelia apretó los dientes; aunque no estaba de acuerdo con la situación, se mantuvo en silencio. Al pasar junto a su nieta, susurró.
—Espero que estés satisfecha con el lío que armaste.
Fiorella iba a excusarse, pero se contuvo; ella no había hecho nada malo, solo aceptó un empleo que la ayudaría a alcanzar uno de sus sueños.
Al no obtener ninguna respuesta de su parte, Cornelia le echó una última mirada y se marchó.
Fiorella suspiró; sospechaba que su vida estaba por complicarse. Ya se preocuparía por su abuela después; ahora tenía que centrarse en el depredador que la observaba con intensidad desde las escaleras. No sabía qué demonios la había impulsado a aceptar su oferta.
«No seas mentirosa, sabes que aceptaste su propuesta por el dinero que ganarás», susurró una voz en su interior.
—Felicidades, Fiorella, aceptar cuidar a los hijos de Alessandro, fue la mejor decisión que pudiste tomar en la vida, te aseguro que no te vas a arrepentir —dijo Hanna guiñándole un ojo.
—El tiempo lo dirá —masculló entre dientes. La verdad era que sospechaba que trabajar para Alessandro iba a consumir su energía; el hombre la asustaba e intrigaba a partes iguales y eso era peligroso.
—Te deseo suerte, pequeño demonio, mi hermano no es tan amable como yo —soltó Tiziano en broma.
—Lárgate, Tiziano. —Si su estúpido hermano seguía hablando de más, la pequeña florecilla saldría huyendo.
Los labios de Tiziano se curvaron con una sonrisa; aunque su hermano lo negara, él podía ver que tenía cierto interés en el pequeño demonio de Tasmania.