Alessandro

Capítulo 10

Mientras Alessandro trataba con Esteban los asuntos urgentes del trabajo, Fiorella jugaba con los niños en la parte trasera del auto.

—¿Hay alguna novedad sobre el nuevo proyecto? —preguntó Alessandro luego de recibir el informe de los últimos dos meses de la empresa.

—De hecho, sí, el día de ayer, Aria me entregó los documentos con el presupuesto del proyecto; solo es cuestión de que des la autorización para que arranquemos con la construcción.

—¿Qué pasó con las personas que no estaban de acuerdo con el proyecto?

—Aria dijo que todo estaba solucionado.

—Perfecto, en cuanto lleguemos al hotel me ocuparé del asunto.

Escuchar que se quedarían en un hotel sorprendió a Fiorella; por lo visto, su jefe no había superado aún la ruptura de su matrimonio. Darse cuenta de ello la hizo sentirse como una tonta. Era hora de volver a poner los pies sobre la tierra, que Alessandro la besara y que la tratara con amabilidad no significaba nada. Un hombre como él nunca se fijaría en una chica inexperta como ella.

«No debo olvidar cuál es mi lugar», se recordó a sí misma.

—Fiorella, quiero un dulce —dijo Angelo captando nuevamente su atención.

—Yo también quiero uno, pero no podemos comerlo.

—¿Por qué? —preguntó el niño con su dulce voz.

—Porque ya casi es hora del almuerzo.

—Quiero un dulce.

Por el espejo, Alessandro vio cómo su hijo empezaba a perder los nervios; por lo visto, recibir una negativa de parte de Fiorella no le gustó. Aunque al principio quiso interferir, decidió esperar para ver qué haría la florecilla; después de todo, él no estaría todo el tiempo en casa para salir a su rescate.

—Y lo tendrás, pero después del almuerzo.

—¡Ahora! —exclamó con rabia.
Fiorella lo observó con interés; acababa de descubrir que, cuando Angelo no obtenía lo que deseaba, hacía una pataleta.

—No importa lo mucho que grites, no voy a darte un dulce. Solo los niños obedientes reciben premios, pero si quieres seguir gritando, adelante —se giró dándole la espalda.

Esperaba que aquello funcionara, porque no tenía idea de cómo educar a un niño; solo estaba siguiendo sus instintos.

Al ver que Fiorella lo estaba ignorando, se tranquilizó.

—Fiorella.

Ella no se volteó; quería que entendiera que si hacías algo mal, recibirías un castigo.

—Fiorella —volvió a decir.

En esa ocasión sí se giró.

—Lo siento —dijo con los ojos húmedos.

Al verlo tan indefenso, lo sacó de su asiento y lo sentó en su regazo.

—No pasa nada, cariño —lo besó en la frente y lo abrazó.

Angelo rodeó su cuello con sus pequeños brazos.

—Por reconocer que hiciste algo malo, te daré un helado enorme —susurró con dulzura.

—¡Sí, helado! —gritó emocionado.

Fiorella sonrió; los niños pasaban de un estado de humor a otro con facilidad.

—Parece que has encontrado a una buena niñera —susurró Esteban en voz muy baja para que solo Alessandro lo escuchara.

—Pienso lo mismo. —Alessandro sospechaba que Fiorella sería una excelente madre.

Una vez llegaron al hotel, Alessandro ayudó a Fiorella a bajar del auto.

—Gracias.

—No lo puedo creer, acabas de darme las gracias, esto hay que celebrarlo —soltó con diversión.

—Retiro lo dicho.

—Lo siento, no puedes hacerlo —llevó una mano hasta su mejilla y la acarició.

El inocente gesto aceleró su corazón. Tengo que resistirme a sus encantos, se repitió mentalmente. Si se dejaba llevar por su traicionero corazón, terminaría en serios problemas. Enamorarse de Alessandro sería un grave error.
Cuando levantó la mirada, se arrepintió. Alessandro la estaba mirando con tanta calidez que se quedó sin respiración.

Al contemplar las mejillas ruborizadas de la florecilla, Alessandro sintió un fuerte impulso de besarla. Quería volver a saborear sus dulces labios; sin embargo, sabía que si se dejaba llevar por sus deseos, lo único que lograría sería ahuyentarla.

¡Maldita sea! Nunca antes le había costado tanto controlarse. Besarla, antes de tiempo, fue una imprudencia de su parte. Ahora no podía sacarse su sabor de la cabeza.

—Cof, cof —fingió toser Esteban para captar la atención de la pareja.

«Siento que estoy de más aquí», pensó al ver cómo Alessandro lo fulminaba con la mirada.

—Los niños parecen algo acalorados —dijo para salvar su pellejo.

—Esteban tiene razón, también deben estar cansados por el largo viaje.

La naturalidad con la que la florecilla pronunció el nombre de su asistente no le gustó para nada. Esteban era un hombre joven, algo decente físicamente y estaba soltero. Cualidades que lo convertían en el candidato perfecto para novio.




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