Luego de saciar su apetito, Alessandro volvió a centrarse en su trabajo; necesitaba revisar algunos documentos de suma importancia antes de firmarlos. El éxito de su empresa se debía a su meticulosa gestión. Con los años aprendió que, cuando se trataba de los negocios, la paciencia y la sabiduría iban de la mano.
—Me llevaré a los niños para darles un baño antes de la cena —dijo Fiorella cuando recogían los juguetes que estaban esparcidos por toda la habitación.
—¿Quieres algo especial para cenar? —apartó los ojos de los documentos que estaba revisando y frotó su cuello.
Al ver la hora que era, se sorprendió. Trabajar mientras Fiorella y los niños jugaban en la misma habitación resultó ser una experiencia bastante refrescante. Sin duda, el tiempo pasaba volando cuando estabas con buena compañía.
—El jefe es quien decide, no la empleada.
Que Fiorella estuviera nuevamente trazando una línea entre ellos le fastidió. Sin dejar de mirarla, se levantó del sillón y se acercó a ella.
—Para mí no eres solo una empleada —metió las manos dentro de los bolsillos de sus pantalones y dio un paso más hacia ella.
Aunque Fiorella deseaba retroceder, no lo hizo; no podía salir huyendo como un ratón asustadizo cada vez que Alessandro se acercara a ella; para bien o para mal, ahora trabajaba para él y tenía que enfrentar las consecuencias de su decisión apresurada.
—¿Qué significa eso? —No pensaba sacar conclusiones precipitadas.
Para controlar el impulso que sentía de acariciarla, Alessandro apretó con fuerza las manos dentro de sus bolsillos. La ingenuidad y la rebeldía de la florecilla lo estaban volviendo loco.
—Dejaré que lo averigües por ti misma.
Su enigmática respuesta la dejó confundida; sentía que había algo tras bambalinas que estaba pasando por alto.
¡Aaah! Gritó internamente con frustración. Le costaba entender la actitud de Alessandro; no sabía si estaba jugando o si realmente tenía cierto interés romántico por ella.
—¿Qué tipo de juego es este? —preguntó con el corazón acelerado.
Ya no podía seguir negándolo; aunque le asustara, tenía que admitir que Alessandro no le era tan indiferente como ella quería creer. Desde que la besó no podía sacarlo de su mente, cada vez que cerraba los ojos, la imagen de ellos dos besándose acudía a su mente.
—No estoy jugando, florecilla, ahora dime, ¿qué quieres para cenar?
El cambio de tema la hizo fruncir el ceño; bendito hombre, estaba empezando a desestabilizarla emocionalmente.
—Pide algo ligero, no quiero que los niños se enfermen del estómago —respondió antes de salir, huyendo de la habitación como una cobarde.
Al verla marcharse con tanta prisa, sus labios se curvaron con una sonrisa; era reconfortante darse cuenta, de que él no era el único que estaba teniendo un conflicto interno. Fiorella no era una chica cualquiera; había algo en ella que despertaba su deseo de poseerla.
«¿Acaso me estoy enamorando de ella?» Cuando la incógnita apareció en su mente, se congeló. La inexperta florecilla lo estaba haciendo actuar como un adolescente; con Julieta nunca se comportó de esa manera. Si tuviera que definir el tipo de relación que tuvo con la madre de sus hijos, diría que se trató de algo carnal; fue el deseo explosivo que surgió entre ellos lo que lo llevó a convertirla en su esposa.
En el momento en el que la verdad que estaba oculta salió a la luz, el peso que Alessandro cargaba en su corazón se evaporó. Él nunca amó a Julieta; lo que creyó sentir por ella fue solo un espejismo. ¡Santo cielo! Todo ese tiempo se había estado engañando a él mismo.
—Necesito un trago —susurró para sí mismo.
Mientras Alessandro batallaba con sus propios demonios, Fiorella hacía lo mismo en la habitación. Todo lo que estaba sintiendo era nuevo para ella; necesitaba encontrar un balance para sus emociones; de lo contrario, se volvería loca.
—Los niños son tu prioridad —repitió en voz baja como un mantra.
No podía dejarse cautivar por Alessandro, tenía que resistirse a la tentación. Seis meses, solo tenía que aguantar ese tiempo. Con ese pensamiento en mente comenzó a bañar a los niños.
Esa noche, la cena transcurrió sin ningún tipo de inconveniente; sus nervios iniciales se esfumaron cuando Alessandro comenzó a contarle anécdotas de su vida junto a Tiziano cuando eran unos adolescentes.
—Tiziano siempre fue muy travieso y eso lo metió en muchos problemas con nuestro padre.
—Así que tú le cuidabas las espaldas.
Alessandro asintió; como el hermano mayor, siempre se aseguró de que su padre no maltratara a su hermano.
—Amo a mi hermano; aunque por un tiempo estuvimos alejados, eso no disminuyó mi afecto por él.
—Te envidio, ¿sabes? —dijo sorprendiéndolo.
—¿Por qué?
—Tienes un hermano con el que te llevas bien; a mí me hubiera gustado tener una hermana con la que compartir mis momentos malos y felices, pero ya ves, la vida quiso que fuera hija única.
—Ser hijo único también tiene su lado bueno, no tienes que compartir el amor de tus padres con nadie —bromeó haciéndola sonreír.